LOS MITOS DE ASÓTO, De Equinades a Oiníades, Las Ninfas Equínades


LOS MITOS DE ASÓTO

De las Equinadas a las Oiniíadas, Las Ninfas Equinades 

                    Érase una vez irrepetible en un tiempo onírico cuatro apasionadas ninfas vírgenes. Ninfas potámides que habitaban la orilla nemorosa del endiosado Aqueló –su padre ilegitimo–, a la vez que le servían como esclavas y concubinas respetuosas y sumisas. Eran las cuatro hermanas adultas de una pandilla de jovenzuelas que las acompañaban al coro y al baile, así como a los incitadores juegos sobre las olas del astado dios fluvial, de aspecto grosero y rudo.

Instruidos y discrepantes “hierofantes” del mito, discuten todavía sobre el número exacto de las náyades transformadas y sus venerables nombres. Otros como Ovidio en su Metamorfosis, hablan solo de las cuatro célebres Heléades primogénitas. Nueve reconoció y bautizó al azar Plinio el Viejo. Y otra más añadió tardíamente -esta como nombre de isla-, Stefano de Bizancio, apenas en el siglo quinto de nuestros días, que, aunque no aparece en ningún sitio como ninfa, ni potámide ni específicamente aqueloída, quisiera considerarla como pionera por su significado. Se preguntará alguien si hay mortal que conozca con certeza a las miles de ninfas que habitaban los océanos y los ríos, las marismas y las lagunas. Pero también las fuentes, los arroyos y los torrentes donde reinaban las deidades del elemento líquido, esas seductoras ninfas melifluas  que gastaban su tiempo trenzando coronas florales y hechizando divinos y mortales.

Retornamos ahora en la orilla del río, ahí donde se desarrolla nuestro mito, imaginando las semidesnudas vírgenes celestiales jugar con la arena, mientras vacían sus cestos con las blancas sábanas y las túnicas para blanquearlos y para luego tenderlos en las manos extendidas de las dríades, ninfas de árboles y bosques. No piensan en otra cosa que en gastar el tiempo poniéndose guapas para darse placer en vez de hacer sacrificios a su padre dios y glorificarle. ¡Pobres Helionómes, desdichadas ninfas! Por vos implora con pleitesía nuestro fabulista contemporáneo que ya conocéis, Pipi el “Asoto”, para que vuestro padre y dios os salve de las aguas.

Pero el antropomorfo río había enfurecido. Porque se atrevieron unas pocas hembras amamantadas a mofarse de él, sin respeto alguno por su edad inmortal, su jerarquía y su rango. ¿O no es el mayor de las deidades fluviales desde hoy a la eternidad? Así que, mientras estaban sentadas en la orilla del río y canturreaban las despreocupadas criaturas, apareció el río ataviado con su manto de venganza, su moldeada barba blanca temblorosa y su prestado de Poseidón tridente agitando con ira. Sin mediar palabra, este arrojó una a una las náyades a sus profundidades inmundas. Sus furibundas olas las transportaron vertiginosamente, arrojándolas unas millas más allá sobre sus arenosos y profusos estuarios, allá donde fluye orgulloso el Jónico.

«¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Las infelices desdichadas ninfas entregadas a la cólera del dios       Aquelóo no se merecen esa muerte».

«¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Las infaustas náyades no deben perecer. No deben perderse para siempre en los cinco océanos, en los inmensos mares, en los humedales de Melíti».

«¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Deméter, diosa del lugar, y vosotros, dioses de Olimpo, porque no se apiaden de ellas. Que queden en la memoria de los mortales inocentes por su equivocación involuntaria».

Dicen que primero Deméter sintió lastima por las sacrificadas. Otros dijeron que la propia diosa había sido la culpable de la maldición, y no el dios del río. Pero entre dioses nunca sabremos la verdad. Sea como sea, el dios supremo Poseidón, ahora más calmado, se apiadó de sus almas y, en vez de lamentables cadáveres, las transformó en islas perpetuas. Las sacras islas Equinadas, que desde entonces habitan el delta del río. Y así se hizo realidad el deseo de Pipi y sus suplicas. Y las bellas ninfas de las marismas son ahora y por siempre apacibles islas de tierra pétrea y caliza

En este punto, podríamos decir como en todos los cuentos infantiles que “¡Vivieron felices y comieron perdices, recién cogidos de los árboles…”! Pero Pipi y Yo sentimos la necesidad. Y es nuestro patriótico deber informarles tímidamente y sin elementos de juicio pragmáticos, queridos conciudadanos, cuáles son las islas de estas Equinadas y dónde brillan hoy en día.

Confiando en que los dioses de Olimpo no se ofenderán por esa insolente incursión, intentaremos, con la ayuda de una hipotética lógica, una investigación discordante y el uso de tecnología elemental, además de una libre imaginación a raudales, aparejar cada una de las deidades menores con su respectiva isla Equínada, especialmente las que componen la subdivisión del archipiélago, las Oiniades. Nos referimos a las que siempre han sido islas y a las que se han encastrado en el fértil latifundio de Lesini y que en este momento componen una serie de populares colinas.

Aunque nos dedicaremos a analizar las diecisiete más una Equinadas que completan el conjunto de las Oinades –o Uníades u Oinúsias–, estoy convencido que por sacras Equinadas en la Ilíada entendía el aedo todos los pequeños archipiélagos desde las costas al noroeste de Élide hasta Paxoi, que en cada ocasión se llaman Strofádes, Oiniades, Thóes, Oxiáe, Módia, Dragonéras o Ofioúsas, Paxoí, Televóides, Taphias. Cada uno de los nombres de las islas tiene su significado y sus pretensiones homéricas, pero también multitud de coincidencias con las islas hermanas. Pero uniendo con toda su excelencia tantas y tantas islas respetables además de la ponderosa Península que completaba el afamado Dulíchion o Doliqui, podemos imaginar el potencial real del reino del desconocido pero opulento príncipe Megis.

Estrabón recoge que las islas Oxiáe o Oxiés eran las mismas islas Thóes. Sin embargo, es de todos conocido que el sensato geógrafo de Ponto era poco escrupuloso y que llegó a cometer innumerables fallos, resultado de la carencia total de medios tecnológicos básicos en la época. Por tanto, separaremos el conjunto de las Oxiáe que integran a la propia Oxiá, Scrófa o Curzolári, Scrofopúla y varios islotes y atolones vecinos de las Thóes que reunían a las islas Tholí, Prokopánistos, decenas de arrecifes y atolones de la laguna, los tres islotes sobre los que se cimentó Mesológgi y la isla de Etolicó. El apelativo Thóe sugiere al etólio soberano Thóa, y no al dolíquio Megis.

Así, uno a uno podríamos confeccionar distintos mitos, distintas teorías para los demás micropiélagos. Pero en este trance, el fabulista ha preparado solamente la crónica de las diecisiete ninfas Oiniades y de la inmaculada Perimele, de quienes su perversa transformación de espíritus celestes a rocosas islas en las costas Jónicas despertó el interés del mismísimo Ovidio.

Me gustaría empezar con la más rezagada de las anexionadas a la campiña Oiniadíta. Esa tardía Aqueloída que se incorporó a tierra firme y a la que Artemídoro de Éfeso llama península Artemíta. Como en la antigua Hélade, las palabras “isla” y “península” tenían el mismo significado. Aquí, la identificación de Artemis como Península –según Artemidoro– la equipara a la península de Curzolari. Contrariamente, Riano el Cretense supuso a Oxiá como Artemisa.Y no iba mal encaminado. En la cultura celta, Oxiá estaba considerada como árbol sagrado. Y en la antigüedad, la relacionaban tanto con Artemisa como con su homónima romana Diana, diosas de los bosques y los árboles.

Sea como fuere, las dos pertenecen a las Oxiáe o Scrófas. Pero no podemos saber con exactitud quién era la auténtica primitiva Artemíta. Basándonos en algunos testimonios –entre ellos el de los cronistas españoles de la batalla de Equinadas, la mal llamada de Lepanto, el año mil quinientos setenta y uno–, observamos con nitidez que la última isla que se encastró a la pedanía era ciertamente la colina de Curzolári o Scrófa, por lo que le otorgamos el nombre de Artemita, la última Aqueloída. Para la isla Oxiá, en honor a sus encinas, hemos reservado el nombre de la náyade Balanos, grácil dríade. Ha sido complicado decidirse entre ella y Petalás por el mismo motivo.

Las escasas referencias de investigadores y filósofos que intentaron dar nombres propios a las aqueloídes Equinadas se basan en dos elementos básicos. Los mismos que yo intento aplicar. El instinto y la lógica. Por ello, donde exista cualquier hipotético elemento lógico –por exiguo que sea– y coincida con el de otros investigadores, intentaré aparearlo en lo posible. Porque solo entonces seremos más los románticos que intentemos tamaña locura.

Por osadía del investigador o del fabulista, concederemos a la otra colina encastrada Dióni o Vióni el nombre de la soñadora oceánida Dióni, en ligera controversia con nuestro viejo Plinio, que le regaló el nombre de la náyade Dionysia.

La islita-colina que acoge hoy la ermita de la virgen de Lesíni se encuentra justo enfrente del cabo Caljícha del Duliquion peninsular. Y no tenemos dudas –tampoco Plinio– de que ahí ha ido a eximirse de sus pecados y rezar la solitaria y callada ninfa Chaljís o Jalkís.

El multiforme y heterogéneo collado de Scoupás –que alguien llamó además Montenegro–está abrazado a otros dos altozanos como son Microvoúni y Mavronísi, porque justamente ahí expiraron y tomaron trimorfo aspecto ondulado las dos mocitas gemelas basárides, Místys y Theiátira, y su juiciosa supervisora, la náyade Mélia. No confundir a esa última con la ninfa Melíti, que dio su nombre al lago vecino y al frondoso bosque de Fráxo. Mistys como Mystus y la pequeña Theiátira coexisten una vez más en Plinio.

Curiosamente, el mismo escritor latino y glorioso consejero militar de Vespasiano vislumbró a una de las Equinadas como Egialia en el mismo instante en que yo la bautizaba inocentemente Escarabéo durante el Medievo y los años helenísticos por su dibujo de insecto. ¿Os imagináis que la hermosa náyade fuese la progenitora de la familia de los coleópteros? Porque a ello evoca en las fantasías la colina de Taxiárji en el campo de Neochóri.

Me pareció sencilla la siguiente metamorfosis. Nausithoe Esa que “Νέως θοεί”,. La de la mirada veloz. La que contempla las naves veloces. La diligente Aqueloída, una de las cuatro esenciales de Ovidio que recorrió azarada al largo cauce del río para caer en brazos del milenario monte de la “Oiniades” actual, la isla de Tricardo. Y una vez asentada ahí, pero siempre inquieta, inventó el más ilustre astillero del mundo antiguo, esculpido a la roca, altivo y único, como lo ha sido la ninfa. ¡Cuántas naos de negro mascarón habrá visto la sirena construirse en sus adentros!

La colina de la ermita de profeta Elías, próxima a la orilla actual de Aquelóo, al este de Katojí, no guarda su nombre primitivo, sino solamente el que le encomendó el profeta. Pero muchos años antes la llamaban Arenosa. Puede que por su empatía con el dios fluvial o por sus pies argilosos. ¡Arenosa, o sea Psamathos! ¿Y cuál de las ninfas interpretaría mejor el rol principal si no la nereida Psámate? La segunda de las transformaciones de Ovidio.

Gran roca o “isla de Perros”. En griego, Monte Alto o Skilonísi. A pesar de su nombre minúsculo, montículo cerca de Scoupás y Taxiárjis. Pensé que le podía asignar el nombre Kynia por su actual alias, que posiblemente mantenía desde la época medieval o incluso clásica. Pero no localicé a Aqueloída con tal nombre. Por el contrario, había una laguna vecina con este nombre. Dadas las circunstancias, le regalé la hermosura y la ambición de la ninfa Adrastea             (hermana de nuestros antepasados Curétes) o la proximidad de la oceánida Elíki, a la que luego llamaron Podenco sin cola. Estas justifican en parte la etimología y las características de la isla.

No desembarcó lejos la náyade Coronís. Se quedó allá, cerca de los arcaicos estuarios del río, subida a la rocosa joroba de la loma que ve a los ojos a Etolicó y se hace llamar Coúndouros, que significa también, ¡qué casualidad!, el que no tiene cola. No sé si tiene algo que ver, pero parece hechizada como la bella durmiente la náyade angelical que nunca toma parte en las bacanales y festejos de las otras, siempre tímida y extasiada.       .

Stefano el Bizantino, que vivió durante el siglo quinto de nuestra era, declara que en la antigüedad en una de las Equinadas existió ciudad envidiable y alabada por todos, de nombre Apolonia. Y tal importante capital solo podría florecer sobre la sierra de las cumbres sedosas, Lais-sini. Subrayamos su nombre clásico y medieval. Pero, aunque me esfuerzo al máximo, me es imposible combinarlo con la álgida y desobediente Aqueloída. Por su culpa, el río dios se enojó tanto que transformó a todas en solitarias y recias islas. El nombre Apoloneia o Apolonia generalmente se daba a las ciudades que adulaban a Apolo. Y estoy convencido de que en la isla había templo del divino, de ahí el apelativo. Pero no resulta suficiente para desvelarme cualquier huella de la cuarta y principal causante de la metamorfosis de las ninfas. Hasta que un día, de pronto e inesperadamente, y mientras intentaba asimilar el significado alegórico de los nombres de tres mil oceanides, él, el mismísimo feroz dios del río, Aquelóo, el río blanco, el popular Aspropótamos, me atravesó la mente con su pseudotridente increpándome. Léuce, mi hija Blanca. ¡Léuce! Claro. «Blanca –grité– Leucípe». ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Y se me infló el pecho, encorajinándome solo. La más interesante de las Equinadas oceánidas, la más rebelde, auténtica hija de su padre pero a la vez la más seductora y apuesta, solo podía ser la heredera de la divinidad acuática y haber heredado hasta su nombre.

Sencillamente, aquella noche se puso la guinda a mi sabroso pastel. Con el nombre de la más importante de las Aqueloídes en la casilla más compleja del crucigrama.

A las restantes islas de las Equinadas, las que siempre han permanecido en el agua y a las que no atrapó el arrojamiento del río, procuré emparejarlas forzosamente con cada una de las infortunadas ninfas Aqueloídes. Excepto a Oxiá, que nominamos al principio de la fábula. Así, la conocida de la batalla naval isla de Petalas –a quien don Juan de Austria llamaba Pétela–, gracias a los robles y los olivos ancestrales que pueblan sus laderas y amparan dulces ninfas de bosques y árboles, ha de ser el cuartel de la selvática Amadríade, protectora de dríades, hamadríes y Mélies…

La sigilosa y desconocida islita de Vrómon es el instintivo reflejo de la báquida ninfa Vrómi.

Su vecina Makri, que algunos visionarios han confundido con el homerico Doliqui, sería la otra báquida ninfa Makris.

Al islote Macropoula los lugareños llaman Kouneli. O sea, conejo. Pero tengo la sensación de que es el mismo que Plinio caracterizó como Geoaris. Lo bautizaremos con el nombre de la oceánida ninfa Thóe o Theoháris

Jonovína o Ovriá apodan a la granítica colina que precede a la llegada de la playa de Dióni. Se alza inmaculada dentro de su candidez. Y estoy esperanzado de que este sea el destino de la bella grávida Perímele. Su triste historia relata que en el mismo instante en que la ira de Deméter o de Aquelóo transformaba los crédulos corazones de las ninfas y las convertía en pétreas, la joven y párvula ninfa Periméle caía víctima de un padre despiadado. Al enterarse Hipodámas de que su hermosa hija estaba embarazada por algún sátiro o dios perverso, la arrojó iracundo al mar con el propósito de no verla nunca jamás delante de sus ojos. Pero en el momento preciso en que la joven virginal se hacía pasto de las irascibles olas de Aquelóo, este mismo rígido hijo de Océano la compadeció y suplicó al sumo creador de las aguas y a los océanos Poseidón que se apiadase de ella y no dejase que desapareciera en sus lóbregas profundidades para siempre. El raramente magnánimo Poseidón le escuchó emocionado y, sin mediar palabra, transformó a la exuberante Periméle en un blanquecino y placido peñasco, allá muy cerca de las otras ninfas, otorgándole un puesto privilegiado entre el Jónico y el lago Melíti, rodeada por un lado de perennes dunas y del otro por fresnos milenarios. Más tarde, en sus desnudos y firmes senos, levantaron los devotos un templo de culto a Poseidón. En este –aún dicen–, perduran sus vestigios en la isla. La dulce Periméle con su transformación cerró el ciclo de las Equinadas y dio un fin pacifico al mito de las Aqueloídes.

  1. Plinio el Viejo apunta el nombre Kotonis como una de las Equinadas. Es muy probable que parafrasease sin querer el nombre de la ninfa Koronís o Coronis.
  2. A la ninfa Thóe o Theoharis presenta él mismo como Geoharis o Geoaris. Y no sé si mantiene alguna relación aparte con el islote de la Equinadas ofiousas o dragoneras con el nombre Gaia o Gea.
  3. La ninfa equinada Pínara que nombra Plinio no existe. Pero su nombre significa ‘colina habitada’. Por lo que cada uno saque sus conclusiones.
  4. Kyrnos (Cyrnus en latin) es antiguo nombre masculino de la Hélade. Como Cyrnus es conocida también por los antiguos la isla de Córcega. Después de muchas combinaciones, desistí de aparear con el nombre de Kyrnos alguna de las Equinadas islas.
  5. Al final, intentaré presentar un cuadro “alegórico” con los nombres de los dieciocho Oiniades como las conocemos hoy y como probablemente se llamaban a lo largo de los siglos. Con un poco de imaginación, añadimos en la última columna el nombre que aportó para cada isla la respectiva ninfa según nuestra fabulación.

 

Epoca Actual                                Medievo                                     Epoca Clasica                            Ninfas

Scrofa Curzolari Islas Sús                             Artemíta
Oxiá Curzolari Islas Sús               Bálanos
Dióni     Díon  Islas Díon Dióni o Dionysia
Virgen de  Lesini      Kaljícha      Kaljís Kaljís o Jalkís
Scoupás     Mélas Islas de Mélia Mélia
Microvouni Mélas Islas de Mélia Místys
Mavronisi Mélas Islas de Mélia Theiátira
Taxiárjis Escarabéo Egiáleia Egiália
Tricardos  Oiniades Neós o Oiniades Nausithóe
Profeta Elías Psamathos Psamathos Psámate
Skilonisi Kýnia Kýnia Adrastéa o Elíki
Koundouros Koundouros Koúndouros Koronís
Sierra Lesiniou Apolónia Lais-sini Léuce o Leucippe
Petalas Pétela Drús Amadríede
Vrómon  Vrómon Vrómon Vrómi
Makri  Pseudo-doliqui Mákris Mákris.
Macropoula Theoháris Geoaris Thóe o Theoharis
Jonovína Ovriá   Omvría  Periméle
       

Publicado en en extra de 7/10/15 sobre Oiniadas en el periódico Aixmi. Y hace poco en el portal “iaitoloakarnania”

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