“Γεννηθείσιν άνωθεν!”   … Nápoles. La ciudad más griega de Italia.


 Investigando las históricas dudas razonables del universo.

          Existe en Napoles —en la Piazza Sanazaro— la estatua de una sirena que los lugareños llaman   Partenopea, “Παρθενόπη”. En los años del mediterráneo mitológico fue una de las sirenas que quisieron engatusar a Odiseo, pero como fracasaron en capturar al héroe le tocó a Partenopea sacrificarse desdeñándose de lo más alto a los brazos de las olas que la llevarían inerte a las playas de Campania. Allí en el lugar donde se encontró muerta la hermosa sirena construyeron los pescadores nativos —según parece descendientes de los primeros colonos de la Graecia Magna, provenientes de Eubea—, el primer poblado que llamaron en su honor, Parténope.

Piazza Sanazaro. Partenope, una sirena indulgente

     Años después, cuando la mitología se hizo historia y la pequeña aldea había borrado sus huellas, con el paso de los siglos, nuevos colonos jonios desde Grecia —esta vez de la eubea Kymi (Cumea)— arribaron buscando la gloria de Ulises en las mismas tierras y construyeron en la isla de Isquia el poblado de las Pitecussas y en las costas de enfrente —algo más tarde— la primitiva ciudad de Cumae en honor a su ciudad nativa. Alrededor del siglo V de la era antigua avanzaron más hacia el sur y en la misma playa partenopea sobre las ruinas del poblado mítico fundaron una nueva urbe que al carecer de presunción o de “espíritu santo” —como en el caso de la ondina de Antemoessa— le dieron el nombre de Nueva Ciudad, Nea Polis. ¡Napoli!

     La primitiva aldea de Partenopea la habrían fundado en realidad etnias griegas —de las ancestrales— allá por la época de la conclusión de la guerra de Troya y de las incursiones/migraciones de los pueblos del mar. Es por ello por lo que en realidad mantiene cierta relación con el ahogamiento de la ninfa —que probablemente representaría alguna princesa en vez de un duende con cola de pez o con alas de buitre— y también con Odiseo integrante de aquellas alianzas de los pueblos del mar. Y es seguro también que ha vuelto a refundarse por otros colonos más recientes en la época clásica. Por ello nadie discute ni lo intenta de que Napoles y en general la itálica Campania no lo fuera y no lo es desde sus lejanos orígenes, helena hasta la medula.

     Basta acudir alguien en un partido de futbol entre partenopeos y cualquier otra hinchada de las norteñas “scuadre” de lombardos o piamonteses para sentir en sus venas y en sus entrañas uno de los más atronadores y entusiastas gritos de guerra deportiva…

«Fuera los bárbaros, somos helenos. Bárbaros sois, somos griegos. Siamo greci! ¡Noi siamo partenopei!

     Fue por casualidad presenciar —en octubre del ochenta y cinco— un sabroso, divertido y rico partido entre Nápoles y el sorprendente campeón, Hellas Verona que para decir verdad también difundía internacionalmente con su nombre a nuestra patria. Era la época que el moderno dios de las canchas había desembarcado trasnochado desde Argentina impartiendo lecciones maestras de “episkiro”, —el moderno futbol que inventaron los clásicos griegos y no los usurpadores bucaneros—, a los campanos. En el transcurso del partido empezó poco a poco a elevarse el griterío, haciéndose más estruendoso, más homogéneo, más harmonioso como una isótona melodía entre jazz y tarantela napolitana, concluyendo siempre después de cada gol de los napolitanos en un sarcástico eslogan…

«Napoli Hellas, Napoli Hellas. Noi non siamo etruschi, siamo greci».

     No sé de dónde venía esta enemistad entre las hinchadas, aunque lo sospecho. Mucho tendrá que ver el nombre de uno y la profunda convicción del otro sobre sus “procedencias”. En fin, hasta que el resultado no llegó al 5-0 en San Paolo no dejó de sonar el griterío. Y a la salida Partenopei” y “Hellasiani gialloblu” caminaron injuriando los unos a los otros, enojados. Aunque el año anterior Verona había ganado por primera vez en su historia el campeonato humillando a los napolitanos en la ida y en su campo y consiguiendo un empate sin goles en San Paolo, esta vez el dúo argentino Maradona-Bertoni había cobrado una espantosa venganza de los macizos Marangón, Tricella y Briegel… Aquello parecía una mítica batalla más entre espartanos y atenienses.

     Para decir verdad, personalmente, no había apoyado nunca —ardorosamente— una escuadra italiana, no por antipatía sino por indolencia hacia el odiado “catenaccio”. Si me hubiesen preguntado antes de aquel suceso a qué equipo preferiría de aquellas viejas glorias del “calcio” de los 80´s, no sabría elegir entre la Juve de Platiní, el Milán de Paolo Rossi y de Maldini, el Inter de Baressi o la Fiore de Baggio y Passarela. Pero nada había permanecido igual después del momento que abandoné el estadio de San Paolo. La identificación de los más de cincuenta mil espectadores con la identidad griega que esgrimían de bandera me había ganado para siempre.

     En realidad, no quería enrollarme hablando sobre la gloria del “episkiro” napolitano, sino señalar la obsesión que cultivan los napolitanos en todo lo que se refiere a lo “heleno” y a su procedencia “partenopea” que llegó a su zenit en 1799 con la declaración de la efímera “Repubblica Partenopea”. Aunque los contemporáneos “Trasalpinos” han corregido en todas las históricas referencias el termino y lo presentan como “Repubblica Napoletana”, en realidad la proclamación se hizo con el antiguo nombre de la ciudad de Parténope.

Ataque al Castillo de San Elmo en 1799

      La proclamación de la república se hizo el 23 de enero del 1799 después de la conquista del castillo de San Elmo el 20 de enero y concluyó en junio del mismo año con la derrota de los republicanos en la batalla del Puente de Santa Magdalena en la ciudad de Nápoles el día trece. La fugaz república que surgió como punto cúlmine de la revolución francesa solo duró seis meses antes de sucumbir con la entrada el 8 de Júlio del rey Fernando embarcado en la fragata ¡con el coincidente nombre «Sirena”!

     Desafortunadamente esta vez no se trataba de la sirena Parténope y su desgarradora perdida después de su generoso sacrificio. En su lugar en un altar de la plaza del mercado central de la ciudad de los euboicos se sacrificó con la soga de la monarquía dinástica la italo-portuguesa poetisa Leonor da Fonseca Pimentel, helenista y adoradora de la lengua griega cual dominaba y utilizaba diariamente durante la época que servía como relaciones públicas en el palacio real de Fernando y posteriormente mientras participaba enérgicamente de la revolución partenopea editando el periódico gubernamental de la república, «o Monitor”, – Il monitore di Napoli»

     El sentimiento heleno de los “napoletanos”, no es nuevo. En el año 328 de la era antigua sus habitantes habían pedido la ayuda de los romanos de Lacio contra los samnitas que amenazaban las colonias griegas. Roma ya había participado en una serie de guerras que se llamaron “Guerras Samnitas”. Tanto durante como después del conflicto que se extendió por todo el sur de Italia, desde el año 304 de la e.a, respetaron la voluntad de los partenopeos de mantener el carácter de “antigua ciudad griega” privilegio que mantuvieron durante muchos años más tarde.

     Cesar Augusto promulgó los primeros juegos romanos —en concordancia con los juegos olímpicos— que se celebraron en la ciudad de Nápoles, porque la consideraba «la ciudad más griega del imperio».

     Aunque no se hizo famosa por el origen de importantes personajes griegos de la antigüedad, sin embargo, ha sido renombrada por su relación con algunos de los prominentes hombres de la época clásica griega. Como Melancomas, glorioso púgil y campeón olímpico del siglo I, quien habiendo nacido en Caria alrededor del año 20, murió en Nápoles a los 70 años de la era moderna.

     Publio Virgilio Marón, escribió las geórgicas durante su estancia en Nápoles donde murió y recibió sepultura. El gran poeta y helenista lombardo fue alumno del epicúreo filosofo Filodemo de Gágara quien murió en Herculano cerca de Nápoles en el 35 de la e.a.

     Si tomamos como referencia la onomatopeya de “Ercolano” y la leyenda que lo presenta como fundado por el mismísimo Hércules podríamos situar la presencia de los helenos en la Campania incluso un siglo antes de la aparición de Parténope.

     Finalmente, los históricos del siglo IV Antídoro y Demófilo originarios de la antigua Cumae eran igualmente griegos “napolitanos”.

     Empero, la característica más reconocida, el elemento más identificador de los “PARTENOPEI”, es aquello que millones de “barbaros” pseudoindoeropeos dispersados por el mundo anhelan por encima de todo…

     «¡Que hubieran nacido Helenos!»

     Con todas nuestras carencias, nuestros defectos, nuestros padecimientos, la decadencia contráctil del país y las envidias que inspiramos a los modernos cruzados, el orgullo que sentimos por nuestra ancestral herencia no se canjea con valores materiales. Ese orgullo SÍ lo llevan los napolitanos de nacimiento. ¡Es su herencia divina! ¡Mai quid pro quo!

 

Traducción al castellano del articulo 5 de la columna “Thε Bλog”

                                                                                                                             en el periodico Aixmi de Mesologgi.

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