CEFALONIA, El Reino perdido de Ulises
Allá donde el Mediterráneo y el Jónico confluyen!
El pequeño avión de hélices empezó su sufrido aterrizaje arrastrando tras él un ansioso racimo de nubes insistentes y aterciopeladas como tulipanes negros. No me podía mover de mi sitio, conteniendo la respiración y tratando de equilibrar el ruido de la turbina con la preocupación de la mente que se estaba preparando para ser acoplada en las dos alas que mi alma lleva de repuesto en los viajes. Me estaba preparando para volar por encima de la península de Palikí y de Cráni hacia mi reencuentro con Ulises. La voz varonil en re menor de mi vecino sonó como una cigüeña sacudiendo sus mandíbulas tratando de alimentar a sus retoños apoltronados en el nido del campanario.
–¿Ya aterrizamos? –Hablaba inglés, pero su acento era marcado mediterráneo sureño.
–Sí –le respondí.
Y le seguí hablando en lo que pensé era su idioma nativo..
–Llegamos en cinco minutos. ¿De vacaciones? ¿Es la primera vez que visita la isla?
–¡Qué alegría! ¿Habla nuestro idioma?
–No. Pero es como si la conociera desde siempre –Siguió–. Desde muy joven, cuando estaba en la Universidad, le prometí a mi familia como regalo un viaje a Ítaca cuando cumpliese los… ¡cincuenta! –Y con el índice señaló los asientos delanteros, dibujando un arco sobre sus cabezas, presentándome así a su familia con orgullo–. ¡Ya estoy llegando a la meta! ¡Por fin el sueño se ha hecho realidad! Mañana es mi cumpleaños. ¡Cumplo los cincuenta!
Un escalofrío recorrió mis alas quebradizas y se deslizó hasta la punta de los dedos. Sin proponerlo, eché un vistazo a la puerta medio abierta de la cabina del avión. Me pareció que el mismísimo Caváfis pilotaba aquel avión. Y quizá aún lo esté haciendo…
Abajo, Kefalónia, robusta, orgullosa, salpicada de colinas verdes y acantilados azulados de inconcebible porcelana, nos esperaba. Nos esperaba a mi inesperado invitado y a mí.
Ellos habían reservado en el familiar Enálion suites. Nosotros, como de costumbre, en el White Rocks– que nunca me decepciona–, ya sea en una de sus habitaciones reformadas o en uno de sus lujosos bungalós con sus enfáticos balcones sobre la orilla y su self service restaurante que te desrama con la sombra de los imponentes abetos. Los dos son bien conocidos en la isla. Puede que un poco caros, pero tanto su calidad como su situación son altamente recomendables. Por supuesto que tanto en Lassi –donde están estos dos– como en otras partes de la isla si se busca bien, se pueden encontrar alojamientos fantásticos a precios asequibles. En la parte norte de la isla, en una calita encantadora de Fiskárdo, el Sr. Antonis Tseléntis construyó una casa fantástica con dos plantas circulares desde donde las vistas a la bahía son maravillosas. No miento. Es una de las mejores vistas que he visto en mi vida. Y no lo digo por decir. Los apartamentos se llaman “Stella”. Y si se llama con tiempo, se pueden reservar las habitaciones circulares para toda la familia a muy buen precio. Tel. 00302674041261. Correo electrónico: www.stella-apartments.gr. A los que les guste organizar sus vacaciones con mucha antelación, pueden llamar al teléfono de Atenas: 00302104941280.
En Argostoli, tanto en el centro como en el paseo de Koútavos (el diptongo ou se pronuncia siempre u) hay buenos establecimientos familiares y hoteles apropiados como el “Miramáre“. Lo mismo sucede en Ásos, donde abundan las habitaciones en alquiler. En la costa este se ofrece la menos turística, Sami, construida por la gente de la homérica Sami, la actual Ítaca. Los mismos colonos fundaron más tarde –a semejanza– la verde Samos, del mar Egeo. Como comprobarán, yo soy uno de los defensores de la teoría que dice que la Ítaca de Homero era y es sin duda alguna, Kefalonia. Pero eso es otra historia que algún día discutiremos como corresponde.
El fértil sur ofrece el más típico hospedaje anglosajón, la ocupada por los nórdicos Scála y el típico color peninsular por el casero y “oriundo” Poros.
Kefalonia es sentimiento y es sentido. Añade mi amigo Tasos Paliméris, devoto de San Gerásimo, que los de aquí pueden blasfemar, pero los “de fuera” no. Cada mes de octubre, el día veinte –día del Santo–, como vendaval, descienden a Patras Kyllíni o el pintoresco Astakós. Y de allí, cruzan al otro lado con los muy limitados medios que los gobernantes han dispuesto para este único destino que tan ricamente te devuelve la gratitud si reconoces sus encantos como lo hace mi nuevo invitado. Por esto mismo, esta noche, tras descansar del viaje nocturno y tras darnos nuestro primer baño en el Caribe del Jónico, reservamos una mesa en el Kianí Aktí, en el paseo marítimo frente a la Escuela Naval de Kefalonia. Tel. 2671026680. El restaurante está encima de una plataforma de madera sobre la laguna. Sirve deliciosos aperitivos y marisco fresco, moluscos difíciles de encontrar como dátiles de mar (δακτύλιοι) y crustáceos como los santiaguiños o cigarras del mar (κολοχτύπα) que la señora Ioanna siempre transforma en platos que envidiarían los más famosos chefs de las guías gastronómicas mundiales. Su estofado gallo de corral (Κόκορας κοκκινιστός) al vino es excelente y sabrosísimo. Su risotto con langosta tiene D.O. Y los espaguetis con almejas, dátiles o bogavante son de alta cocina. Su….
–Lo que más te apetece… Lo que el mismísimo Ulises hubiese deseado… –Me dirigí con la boca llena de sabor y orgullo a mi nuevo amigo extranjero, mientras tomábamos asiento en una mesa en la extrema esquina de la taberna–. En todo caso, el responsable y entrañable amigo, el complaciente Andrónicos, nos acompañará al final con un Raki de su elección personal o durante la cena con un transparente Robóla biológico, captado como siempre en la cooperativa de los productores de Robóla de la isla, situada en Omalá, justo detrás del monasterio de San Gerásimo. Ahí donde lo divino se une a lo terrenal y pocos se atreven a diferenciar sus preferencias. Un consejo: si solo pensáis visitar la taberna de Andrónicos una única noche, reservad esta fiesta culinaria para un día en que no sople el viento.
Al cabo de una semana, cuando mi nuevo amigo se despidió para regresar a su país, le pregunté qué le hizo más impresión de Kefalonia. Y sin dudarlo respondió:
–El mar! ¡Los colores! ¡La gente!
–¿Y qué más?
–El agua, el mar, los diferentes azules… ¡La gente!
–¿Y qué más?
–El intenso “turquesa”, el agua, el mar… ¡La gente!
También me contó que le había gustado Platís Gialós, Makrís Yialós, Avithos, la cinematográfica Antísamos del capitán Corélli, Fóki, la imponente playa de Mírtos. ¡Todas esas playas increíbles!
–Ahora entiendo el insaciable deseo de Ulises de regresar a la isla. ¡Sospecho cuáles eran sus “Penélopes”! –concluyó con un giño pícaro.
De Lássi a Argostóli no hay más que un par de kilómetros. Se puede ir a pie, alquilar una bicicleta, una moto o un coche. Una propuesta económica sería ponerse en contacto con info@rentcarkefalonia.gr o con otros negocios locales antes de dirigirse a multinacionales. Ya que hemos alquilado un coche, sugiero ir a Argostóli dando la vuelta a Lássi, justo unos minutos antes de la puesta del rotundo disco luminoso que se perderá lentamente sobre el faro de los Santos Teodóros, lugar de encuentro de fotógrafos románticos. Pasando el faro y los sumideros que –según dicen– comunica con la gruta Melissáni y antes de llegar a la taberna de Andrónico y al céntrico Lithóstroto, encontraremos dos o tres restaurantes donde comer pescado fresco y buenos aperitivos. Si antes de cenar preferís un buen batido de vainilla, un helado o un suculento postre, podéis probar en “Premier”, en una esquina de la plaza principal.
Para la cena ya dijimos que prevalecen otro tipo de restaurantes muy diferentes a los combinados del “Premier”, como “Al Forno”, una pizzería sencilla en un callejón de Lithóstroto. Las tabernas “Pláka” antigua, “Patsoúras” o “Kalafátis” –cualificada terraza al mar cerca del mercado central– son opciones más otoñales para clientes leales a la cocina tradicional. ¡Sin duda, se come y se disfruta bien en la pequeña capital de la isla!
Argostóli es la capital de la isla y del municipio. Tomó el relevo del castillo de San Jorge, antigua capital veneciana. El día antes de Navidad de 1500, el general más importante de la Edad de Oro española y uno de los “pretendientes” de la reina Católica, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, a petición del dogo de Venecia sitió el castillo. Y después de muchas penurias y estratégica paciencia, echó a los 700 jenízaros que protegían la fortaleza y devolvió la ciudad y la desolada isla como trofeo a la República de Venecia. Desde entonces y durante dos siglos, la isla se ha ido “recolonizando” pacíficamente por la diáspora griega, víctima de la exacerbada impiedad turca tras la caída de Constantinopla. Así, los actuales habitantes de Kefalonia en su 90%, provienen de la propia capital bizantina de donde llegaron mis antepasados, de la anteriormente demolida Medón, de Creta, de Morea (la actual Peloponeso) y del regente Véneto. Pero también de Nápoles y otras partes de la desmembrada Italia de esa época. El pequeño porcentaje restante son los que lamentablemente fueron rescatados tras las masacres de 1479-1481 y de 1485, cuando los otomanos se deshicieron violentamente de la población y mandaron al resto como esclavos a Capadocia. El castillo del que aún hoy en día su sombra se impone majestuosamente sobre las llanuras de Leivathós fue reparado y restaurado por los fideicomisarios enviados por el duque después de padecer por las minas de Pedro Navarro. Hoy se alza con orgullo y nos recuerda al esplendor de Venecia y la importancia de su recuperación. Hoy en día, en el espacio exterior hay una agradable y fresca cafetería, “El Palatino”, donde el visitante puede descansar y retomar fuerzas con una comida de calidad y a buen precio. Hay un par de pequeñas tiendas de recuerdos para los que no llegaron a comprarlos en otros lugares. Si la visita al castillo se hace por la tarde, se puede combinar con un pequeño tour a las bellezas de Livathós. Tras visitar las abovedadas tumbas micénicas en Mazarakáta, nos encontraremos con el pequeño pueblo de Kourkoumeláta, reconstruido desde los cimientos con majestuosa elegancia tras los terremotos de 1953 con el dinero donado por un eminente armador kefalonio. Bajando, donde el azul se une con la arena, haremos una pequeña –muy pequeña– parada para fotografiar la adolescente playa Ávythos y poner señales en el camino para encontrarla de nuevo el día de mañana y poder disfrutarla plenamente, ya que es una de las joyas de la isla. Tras haber anotado la playa como uno de nuestros objetivos, acortamos el camino volviendo por la carretera del lado izquierdo para visitar Svoronáta, un pueblecito muy bien conservado. Y haciendo tiempo para llegar la hora de la cena, nos encontrarnos de nuevo a los pies del castillo. Tomamos el camino que va desde el castillo hasta el monasterio de San Gerásimos para encontrarnos con la aldea larguirucha de Troianáta. Allí en la orilla de la pequeña carretera, y con un “escudo de armas” muy personal –el arrogante desafío de dos cabras entre sí–, está el restaurante Xersónas (aquí la x suena siempre j), donde podremos disfrutar de la mejor comida casera a precios medievales. Costillas del rebaño del propietario, verduras de su huerta, aceite y vino propio. Así como el queso y el pan. ¡Todo es suyo! También son propias las patatas. Aunque en el “Bótsolo” (Μπότσολος) en Omalá, en la carretera que va de Fragata hacia el Santo, o siguiendo esta misma pasando el monasterio camino a Valsamáta, las patatas fritas son insuperables. Como lo son sus costillitas de cabrito o lechal y su ensalada griega, que os servirá el incansable y gentil Sr. Mákis, durante años el ángel guardián de Bótsolos. Volviendo a Xersónas, lo verdaderamente divino es la cabra asada (una copia “del escudo de armas” mencionado), para los que prefieran las delicias más fuertes.
Entrada la noche, y ansiosos por que amanezca para ir a Pilaros, a Érisso y a Fiskárdo, nos tomamos en la tranquila y mecedora terraza del hotel un vaso de vino blanco de Robóla biológico de la cooperativa, que nos llevará tranquilamente a la embriaguez que destila la bucólica e indomable Kefalonia que nos espera.
Y ya que hablamos de ensayos vinícolas, he aquí algunas propuestas de vinos locales. Aparte del Robóla –tanto el biológico como el clásico de la cooperativa ya propuesta–, seleccionaríamos la Robóla Celar de la bodega Gentilíni, ideal para acompañar pescados y mariscos. Para acompañar a las carnes a la brasa y a los maravillosos quesos de Kefalonia, sugiero el nuevo vino “Orgía”, de la variedad Mavrodafni de la bodega Sklavos. ¡Parece que por primera vez en la isla nace un tinto que alcanza la reputación del implacable blanco de D.O Robola!
Si no apetece repetir desayuno en el hotel, emprendemos camino hacia Fiskardo y tomamos el café disfrutando de las vistas de la laguna de Koútavo desde Farsa, lugar de nacimiento del inolvidable político lugareño Antonio Trítsis. En el mismo pueblo, la taberna “Astrolábos” ofrece buen pescado. Y tras pasar por torrentes de montañas y cúspides de oleaje, tras cordilleras de olivos y bosques de sombrillas sembradas por las playas de Lýgia, de Lítho o de Agía Kyriakí –que besa los pies de Agóna–, sentiremos el impacto de un relámpago, un guantazo por toda la cara que mantendrá los ojos sin remisión abiertos para visualizar anonadados la alternancia embriagada de las pequeñas bahías en los pies de los barrancos. Desde la milenaria homérica naturaleza de Mirtos y hasta más allá de la fabulosa Asos se suceden las postales más genuinas. No importa cuántas fotos o postales de estudio hayáis visto de esta costa colgada en el precipicio. Contemplarla en persona será algo inolvidable.
Escogimos el día más templado, sin mucho viento, para poder disfrutar de nuestro “bautismo “divino en Mirtos. Nos hemos esmerado en organizar el día muy bien. Y creemos que podremos llegar a nadar en las tres playas que hay en el camino de nuestra excursión. Después de aquí, toca Asos. Y al final del día, Fóki, con su bahía de olivos. Ya refrescados y conmovidos por la grandeza de Mirtos, continuamos nuestra expedición a Asos después de fotografiar hasta la saciedad la inmensidad vestida de azul.
Es hora de comer y descansar un poco. Y tenemos dos propuestas. En Asos, bajo la sombra de “Plátanos”. O más adelante, en Vasilicádes, a la taberna de Mákis (Mákis es el diminutivo de Gerásimo. Y gracias al Santo, la isla está poblada al 50% por Mákis). Dejo aquí el teléfono, ya que si se quiere disfrutar de su afamado cochinillo asado que prepara en verano los martes, jueves y sábados y en invierno solo los sábados, debéis llamar y reservar previamente: 00302674051556. Si no, podéis disfrutar de sus empanadas y otras delicias. En el caso que el impasible azulón de la laguna natural de Asos os suplique irremediablemente para tomar el segundo chapuzón y lo queráis combinar con la agradable sombra de “Plátanos” entonces… La cabra al horno, los tomates rellenos, su “feta” nativa de la isla, su Robóla y en general toda su cocina casera os recompensarán por no elegir primera línea y vista al mar. Sus precios son igual de buenos. No puedo no mencionar –si alguna vez el camino os lleva antes a la playa de Agia Kyriakí– a la taberna “La choza del pescador” (η καλύβα του ψαρά), que cocina los peces que él mismo captura a la brasa o nadando en su doméstica sopa de pescado. Y ya que no paran las recomendaciones en el lugar de “Alatiés”, camino a Fiscardo antes de Magganos, los mezés (tapas) y las empanadas que ofrece el homónimo chiringuito ensamblan en perfecta armonía con la magia de la pequeña escondida playa. En los alrededores, están los apartamentos tradicionales Agnantía (www.agnantia.com). Una oferta de alojamiento asequible y con vistas.
Pero como nos espera Fóki (la joya del pueblo fundado por el caballero medieval Giscárdo), nos apresuramos para llegar con la luz de día a dar la última zambullida en la ensenada más enamoradiza del Mediterráneo con su espléndido cielo coralino y sus aguas esmeraldas. Un refugio protegido en su entrada por una abstracta figura como una “silla de montar” de oscura tinta, impuesta al Jónico por el exótico dios fenicio Sámas, de donde –por lógica– tomó su nombre la homérica Sami, que hoy en día ha asumido la pesada carga de llamarse Ítaca. Fiscárdo es parecido a un velero de piedra, ornamento de sobremesa que zarpa triunfalmente de los brazos de la inaccesible Erissos. Se transforma en caminante por las pocas casas neoclásicas que sobrevivieron al seísmo –no más de una cincuentena–, que se entremezclan con minúsculas tiendas de souvenirs, chiringuitos y terrazas veraniegas.
Por supuesto, y como cada año, mi primera visita es a nuestra buena amiga Eleni Germeni y a su Írida. Café y comida a base de abundantes tapas y aperitivos. Nunca decepciona. Le sorprenderá también con su conocimiento sobre cerámica y arte, que ha heredado su hija, que ahora ha abierto un taller de cerámica en la carretera de acceso al pueblo, bien visible. Y ya que estamos hablando de arte, no sé si aún sobreviven los murales de las sirenas en las paredes de los muros pintados por la más famosa ceramista de la isla, Efi Spilioti, una de las sacerdotisas de este arte en Grecia. Hablando de Írida, yo prefiero estos refugios terrestres a los divinos que aparecen en guías gastronómicas y que dañan mi bolsillo. En el restaurante de Nikóla, donde la vista es impresionante y la asumida y amada locura de la isla está más que presente, podéis probar –si él quiere–, casi barato y casi ecléctico, una langosta con pasta, diferente. Pero solo si el viento no sopla desde las colinas y pastorea a todas las abejas vecinas… Tras esta nota de humor, les recuerdo que, si al emerger de las olas en la playa de Foki toca almuerzo, subiendo los 10 escalones desde la caleta a la carretera, justo en frente aguarda una pequeña y humilde taberna donde preparan pescado fresco al carbón a un precio muy asequible. Disculpad, pero tras 30 años ¡aún no recuerdo el nombre!
La carretera de regreso hacia la sur roza el pueblo de Patrikáta, probable lugar de nacimiento de Giannoúlis Patrikios, uno de los pocos nombres que a día de hoy he podido localizar de los que participaron en la conquista del Castillo de San Jorge, perpetrada por el Gran Capitán. Probablemente es de este pueblo donde se fueron los antepasados de mi amigo Dimitri Patrikios. El camino del exilio, de la navegación y de la búsqueda fueron siempre alicientes para los indomables descendientes del héroe Kéfalos, con cuyo nombre los habitantes de Argostóli bautizaron a su imponente teatro contemporáneo, casi adosado a la enriquecedora biblioteca Korgialénios, alma literaria de la isla y su diáspora. Y ya que mentalmente hemos vuelto a la plaza cultural de Argostóli, en el Museo Arqueológico que se encuentra a solo unos pasos, encontrará el explorador evidencias del período homérico y clásico. Porque las visibles evidencias del inmenso corazón de esta isla contemporánea solo habitan y viven en las profusas almas –a veces arduas– de sus controvertidos habitantes.
Quien quiera leer sobre la historia de Kefalónia, hay libros de C. Moschópoulos y de S. Zapánti. E. Leivada también escribe de manera informativa y fácil de entender. Y sus libros están traducidos. Si alguien quiere penetrar profundamente en la historia de la isla, puede leer a Elías Tsitsélis. Si la poesía es algo que os llena, vale la pena recordar que de la isla provienen Andreas Laskarátos, Michélis Avlichos, Elías Miniátis, Iúlio Tipáldos y el faro del alma marinera, Nikos Kavadías, que los que no le hayan leído seguro que lo han cantado a través de la antologia de Pousi (‘niebla’ en el argot griego) y Marabú. Mi antepasado Ioánnis Fokás, explorador y navegante imitador y devoto de Ulises, también llamado Apostolos Valerianós y en España Juan de Fuca, vivió durante el siglo XVI y descubrió el estrecho de Vancouver para los españoles. Este gran aventurero nació también en la isla más grande del mar Jónico. Y entre sus antepasados ilustres, contaba con dos emperadores bizantinos.
Después de Mirto, en vez de volver por el mismo camino, giramos a la izquierda. Y en pocos kilómetros, cruzamos un bello pueblo en auge, Agia Efthimía. Lo que siempre me atrae de este lugar es la pequeña marina con sus incontables cafeterías y restaurantes sobre las olas. Así como las pequeñas playas con los blancos guijarros que se encuentran esparcidas en nuestro camino hacia Sami. En la entrada del pueblo, recomendamos la taberna del Sr. Dendrinoú. Hasta Sami llega el barco de Patras y de Astakós. Los barcos que salen de Killini tienen como destino Poros. Y en estos últimos tiempos, algún barco nocturno llega también a Argostóli. Sami tiene tres bellezas: las cuevas de Melisáni y de Drogaráti y la cinematográfica Antísamos de la Penélope de Javier Bardem (no la de Odiseo). Afortunadamente, sobre las cuevas se ha escrito mucho. Así que sobran las palabras. Visita obligada. Yo solo añadiré el elemento gastronómico que nos llevará muy cerca de ahí, a Pouláta, a la taberna-asador de Robóli, paraíso de carnívoros donde disfrutar de chinchulinas a la brasa (kokorétsi), costillitas, chuletas y demás. Ya que a veces, cuando hemos llegado, estaba cerrado o… de fiesta popular… Aquí os dejo el teléfono para llamar antes de arrimarse: 26740 23323. Para visitar la playa, recomiendo llevar chanclas, ya que la maravillosa y divina Antísamos esconde en sus entrañas algunas rocas. Antes, desde Sami salía una carabela de madera –el “Sami Exprés”– que proponía una bonita excursión hasta Ítaca. Ahora, el capitán se ha jubilado, y en su lugar han puesto una moderna embarcación con fondo de cristal. ¡Más comodidad a costa del romanticismo! Cerca de Sami hay un pequeño lago en la localidad de Karavómilos para una tarde fotográfica.
A la vuelta de las cuevas camino a la capital, nos saluda el monte Ainos, al que los antiguos llamaban Melíti. Por su parte, los venecianos, debido a su oscura figura, lo llamaban Monte Néro. Vale mucho la pena una ascensión hasta la cumbre. Las vistas son monumentales, inimaginables e infinitas. ¡Pero no os olvidéis de llevaros la cámara de fotos! ¡Sería una pena toparse con una manada de caballos salvajes con el semental en la cabeza y no inmortalizarlos! He oído que en la isla hay ofertas para senderismo o equitación. Pero no tengo experiencia personal, así que no puedo comentar. Nunca lo hago si no lo he probado yo mismo o el que lo diga es de mi plena confianza. Al bajar de Ainos hacia Argostóli, las vistas son diapositivas de felicitación. Así una tras otra hasta llegar a divisar el Obelisco emergiendo de las aguas sosegadas de la laguna. Hace varios años, el camino de pavés que cruzaba la bahía de Kútavos (el viaducto Devosétou) era transitable en coche. Y esta sensación lujuriosa del Beatle amarillo atravesando las olas aún la tengo grabada en el hipotálamo, donde guardo junto a las demás “kantádas” el Parapótzi, la serenata de Kefalonia más hilarante.
Mirtos tiene un hermanito gemelo en el lado oeste de Palikí: Petaní. Paisaje incomprendido y distante que mantiene una belleza más salvaje que el del otro Dioscuro. Pero vale la pena llegar ahí y darnos un chapuzón. Así, podremos aprovechar la vuelta para ver la región de Kounópetra –un peculiar fenómeno geológico–, el monasterio Kipouréon –con increíbles vistas–, comer casero en la taberna Remézzo, en la cala Vrachináki, y nadar de nuevo por la tarde en el Xí, envueltos por la arena cuatricolor con tintes de color magenta que adereza el paisaje y lo hace a la vez primitivo y aborigen. De la capital de Paliki –el Lixoúri de los poetas satíricos, a pocos cuantos kilómetros de Xí–, zarpa o recala el pequeño transbordador que lo une con la capital. La frecuencia es de cada media hora hasta las once de la noche. Tras una breve travesía, volvemos a Argostóli apenados porque nuestras mejores vacaciones en años están llegando a su fin y no hemos tenido tiempo de disfrutar más del sur, de la Scála con la villa romana y sus mosaicos o del más familiar Poros, que abriga la desconocida tumba micénica en Tzanáta, impaciente por revelar secretos ancestrales de la tierra de Odiseo que han llevado a años de peleas entre las cuatro islas del mar Jónico, flamantes pretendientes en busca del codiciado Palacio Real. O por no haber podido “escalar” a los escarpados y legendarios pueblos de Pyrgí –los más hospitalarios de todos de la isla– o dar plácidos paseos nocturnos por las suculentas mesas de las tabernas de Káto Kateliós como la de Persa o contemplar la interminable playa de arena en Lourdáta.
Pero como no hay tiempo, nos hacemos una promesa: volver de nuevo a la isla ¡Se lo merece!
Como despedida, me vienen a la cabeza varias «arriesgadas» propuestas para las últimas horas de nuestras vacaciones en Kefalonia.
¿Qué os parece? ¿Vamos en barca a la playa Vátsa? ¡Taberna solitaria incluida!
–Cerca del monasterio de “Kipoureon” está la playa Platiá Ammos, que espera a los más atrevidos para desafiar sus muchos escalones de bajada a la cala (solo para piernas fuertes). Pero muy cerca está “Stathis” y su taberna con unas costillitas para reponer fuerzas.
–¿Qué os parece? ¿Nos levantamos a las cinco de la mañana y, con un poco de suerte y menos marejada, pasamos a Zánte (o Zákynthos) desde Pesada? Nosotros lo probamos dos veces y en ambas fracasamos porque el barco no salió por mala mar y nos quedamos con sueño y sin “Navágio”, (Naufragio), una playa surrealista. Y como dice la famosa serenata cefaloní:
“Cortaba flores para ti y te entregué las violas;
Anoche yo soñé por ti y te perdí entre olas”
Viaje relatado, publicado en Griego por el periódico Aixmi el 17 de Mayo de 2015.
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