HIDRA DE LERNA Y OTROS ANIMALES POLÍTICOS


LA COLUMNA DE SAL-ÚLTIMA

LA COLUMNA DE SAL-ÚLTIMA

               Decía completar el anterior artículo “Umbralino” y acabar exponiendo el resto de mis “cosas”, pues luego toca otra tarea mucho más romántica, ilusionante y agradable. Editar y publicar un esperado poemario con Aixmi —en griego— que me hace ilusión, pues será el primero completo en mi lengua natal desde 1979.

      Habíamos dejado a aquel hombre neandertal con el garrote en la mano merodeando por las calles de la ciudad… Luego, supe que era un vecino, un desconocido evidente o un político encrespado y feroz. Con razón, alguna vez los llaman ¡animales políticos! Claro que algunos dirán que lo de animal es un eufemismo por su fogosidad, su “ferocidad constructiva“ y su dinamismo y no por sus instintos voraces y su ansia irascible de imponerse a los demás —cueste lo que cueste—, como sostendría mi “querido” Paco. Aunque mucho me temo que él iría más lejos, pues nunca se mantuvo en simplezas, y a algunos los llamaría “carroñeros”.

     Un día, en una de esas conversaciones excitantes y excitadas, le pregunté a otro Paco —muy parecido a Umbral— que hasta podría ser el mismo. Le pregunté a qué le parecían los animales políticos de hoy, y me contestó con solo una frase:

     —Como todos los animales salvajes de todos los géneros, no pueden ser domesticados. Eso es lo que les distingue de las mascotas.

     ¡Carallo! ¡Qué difícil es entender a los Pacos! Me lo guardé sin entender del todo su significado. Pero cada vez que me venía a la cabeza, fruncía los labios como si descubriese una nueva partícula de cada una de sus palabras. Y cuando recibí inesperadamente otra respuesta a otra pregunta en el mismo sentido de alguien insospechado y en un momento insospechado, lo entendí perfectamente.

     —Pero ¿cómo pueden comportarse nuestros políticos de tal calaña en un momento tan crítico, cruel y doloroso? —había preguntado.

     —¡Porque son unos estúpidos! —Así de simple fue la respuesta.

 

          Así es como me puse a descubrir qué relación podría haber entre estúpidos y animales carroñeros. Me acordé de la famosa frase de nuestro genial actor Dimitri Horn en un teatro de Atenas en respuesta a un espectador cuando le preguntó si hay algo peor que un estúpido. Y el gran actor contestó:

    —¡Pues sí! Un estúpido que opina.

¡Qué pena que nos haya dejado el maestro, pues ahora necesitaríamos sus luces para descubrir mejor qué diferencias o qué similitudes podría haber entre esos estúpidos que opinan y los animales o las aves de carroña! Pero como no lo tenemos, ya que el cáncer y el Alzheimer nos privaron de su magia hace años, me atrevo en emularle, pues he observado que aquellos a los que se refería tenían tantas similitudes que sería una utopía poder enumerarlas todas aquí. Sin embargo, este podría ser su decálogo:

     «No piensan. Y cuando piensan, ya es tarde».

     «Cuando se les acaba la “carroña”, huyen».

     «No se reconocen cuando se miran al espejo».

     «Para compensar la falta de inteligencia agudizan el oído y la lengua y afilan los dientes».

     «No hablan ni braman. “Exabruptan”».

     «Algunos viven en… manadas».

     «Acumulan durante toda la vida para al final marcharse sufriendo».

     «Viven en una “caverna”».

     «Se esconden».

     Y, «Están rascándose todo el día, especialmente en sus partes íntimas».

—¿Me he pasado? Lo siento. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.

 

          Hablando de animales feroces o de monstruos —que tanto da—, pensé en Hidra de Lerna. Aquel monstruo mitológico con las nueve cabezas. Y decidí que una solución a la estupidez humana sería que todos deberíamos tener varias cabezas. Como Hidra de Lerna. Para pensar mejor. Para que cuando una se equivocase, la otra le corrigiese. Para que cuando una no cediese, la otra fuese conciliadora. Para que cuando una se vanagloriase, la otra consintiera con humildad. Para que cuando una se propasase, la otra pidiese perdón. Para que cuando una odiase, la otra se enamorase. Para que cuando una llorase, la otra se riera con alegría. Para que cuando una se apagase, la otra naciera de la nada.

     Y habría que buscar a Yolao. A uno que se le pareciese. A un semejante. Al hijo o al amigo. A Yolao, el hijo de Ificles y de Automedusa. El sobrino amado de Hércules. El fiel compañero. El que cauteriza las heridas. Para que cuando te cortasen una para no pensar, tener otra para sobrevivir. Para que cuando una viese hacia adelante y te cortasen el camino, la otra otease hacia atrás. Para que cuando una se inclinase ante el miedo, la otra anduviera orgullosa con la barbilla tiesa. Para que cuando una cayese a la tierra sangrando, la otra surgiera de las cenizas para seguir respirando. Para que cuando a una se le cegasen los ojos, la otra los abriese para escudriñar la verdad en todo su esplendor.

     ¿Quién no querría tener más cabezas para complementarse como animal pensante y razonador? ¿Quizás el que temiera poder parecerse a un monstruo? ¡Cierto! Si solo él las llevase… ¿Pero y si todos dispusiésemos de múltiples cabezas? ¿Qué es mejor? ¿Parecer un monstruo o serlo?

 

          Vuelvo de nuevo con mi querido Horn. Él dictaminó sobre los estúpidos, sobre los estúpidos que opinan y también sobre la política, cuando dijo que la política era el poder de la sombría y fría lógica. Mientras que su opuesto era el arte, el poder del sentimiento. Y dirán: ¿Qué tiene que ver la política con el arte? Pues la tiene. ¿O no hay malas artes? Pues eso es la política de hoy. Malas artes. Mientras la RAE se empeña en determinar que arte es la habilidad para hacer algo bello, los políticos se empeñan en demostrar que malas artes es la habilidad para emplear medios y procedimientos deshonestos para conseguir su propósito. Malas artes, ¿no? Los dichos del pueblo son sabios. A veces mágicos, pues te transportan a un océano de similitudes, de comparaciones, de contrastes y de sentencias como ningún filósofo es capaz, por genial que sea de describirlos.

 

          Los artículos de mi columna —dicen los del periódico— son ideales si no sobrepasan las 1300 palabras. ¿Y qué culpa tengo yo si siempre lo hacen? O casi siempre. ¿Será porque todos siempre tendemos a desbordarnos como la leche en el cacillo cuando se mantiene apenas un instante más sobre el fuego? ¿O porque nuestra voracidad es incapaz de parar y mantenerse en ese justo y breve instante antes de sobrepasar los límites? ¿Es ese nuestro instinto animal, que a algunos transforma en tiernas y cariñosas mascotas y a otros nos lleva a la jungla del más fuerte donde dominan las garras más afiladas? ¿Y cómo puede saber uno y elegir cómo quiere ser dentro de su especie? Me empuja la costumbre afirmar a que es aleatorio. Pero sería injusto. Como a la felicidad a la bondad, hay que perseguirla para conquistarla, pues no es un regalo divino al nacer. A ambas hay que cultivarlas como a un tallo tierno y delicado y consumirlas con igual delicadeza. Y cuando toca regalarlas, ser generoso y desinteresado y repartirlas indistintamente a quien tenemos a nuestro alrededor. Yo intentaré sobrevivir persiguiéndolas, sin el garrote, por las calles de mis ciudades, de mis países, de mis universos, con la esperanza de que un día las pueda alcanzar. Pues como sentencia don Paco —no aquel carroñero dictador de las cavernas, sino nuestro genio extravagante don Francisco Alejandro Pérez Martínez—, yo también confío en que seré feliz pues alguna vez lo fui.

                                                                                       ´Solo para feroces íntimos´.

PD: 1260 palabras. ¡Toma ya! Por fin…

Ay, amor, alma en la boca. Actor. Lumbre. Bestia que agita las entrañas. Y sufrimiento. Ay, amor, lengua de arlequín. Burla que te desvistes del atuendo. Antifaz carnavalesco. Actuación y pantomima. Histrionismo.

No es una canción que Horn se inventó. Es un lamento por su profesión, por su dolor y por la vida entera. No es una plegaria ni una súplica. Es un grito. Un lamento y una reivindicación para todos los que aman o ejercen el arte. ¡Por el arte!

Mientras tanto, los “animales”, merodean alrededor con el garrote en sus manos. ¡No vieron la luz del actor! No son felices…

 

                              Jueves 11 de junio. Ensayos en Aixmi. Nueva columna 2020.

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