ODISEA RIMADA/ CANTO II/ Rapsodia β´
LA ASAMBLEA DE LOS ITACENSES- TELÉMACO SE VA A LA PATRIA DE NESTOR
En cuanto amaneció y la aurora apareció con sus bermejos rayos,
entonces el amado de Odiseo vástago se despertó y se vistió los sayos
el lecho abandonando, armado bajo el hombro con su afilado sable
y anudadas bajos los pies las sandalias de gala de tacto agradable.
Así, con paso lento, salió de su estancia. Y como un dios de aspecto, 5
ordenó a los serenos vocingleros y a los heraldos al respecto
que a la asamblea acudieran raudos y reunieran a los cabelludos aqueos.
Y aquellos se encaminaron con premura a anunciarlo sin titubeos.
Apenas se hubieron congregado ellos alrededor de los rellanos,
se acercó él al ágora con su cobrizo venablo en las manos. 10
Dos podencos blancos le seguían de cerca en ese momento crucial.
Seguramente, lo había envuelto Atenea con un donaire celestial,
Pues, mientras llegaba toda aquella gente, lo contempló admirada
agasajado por los ancianos y se sentó en la cátedra del padre destinada.
Tomó primero antes que otros la palabra el héroe Egipcio y dijo 15
que él, que estaba jorobado pero sabio por la vejez, a su hijo,
aquel al que tanto amaba, Ántifo, para agradar al poderoso Odiseo,
había embarcado en las naves de quillas de ébano por propio deseo
para después de llegar a la Troya caballuna a pie encontrar la muerte
en la honda caverna del salvaje Cíclope, a quien sirvió de banquete. 20
Tenía otros tres vástagos. Uno de ellos estaba con los pretendientes.
Eurínomo. Mientras, los otros dos de la paterna herencia eran terratenientes.
Pero eso no le servía para olvidar. Y clamando sin parar, se lamentaba
con lágrimas negras por el cruel destino y así habló con la voz templada:
«Escuchadme por un instante. Itacenses. Y lo que os diga poned en valor. 25
Nunca nos hemos congregado en el ágora de la real corona alrededor
desde que el divino Odiseo zarpó sobre sus abarquilladas naves negras.
Entonces, ¿quién es el que hoy quiso reunirnos de aquellas maneras,
sea a los jóvenes o a los más ancianos? ¿De qué hay tanta necesidad?
¿O alguien escuchó el rumor de que está llegando el ejército de verdad 30
y lo sostiene insistiendo en que él primero se enteró de tal primicia?
¿Acaso tiene alguna pretensión sobre el pueblo y nos suelta la noticia?
A mí, sin embargo, me parece que habla con valor. Y siento su nobleza
y la buenaventura que Zeus le aguarda por tener en su sitio la cabeza».
Así terminó su discurso y se alegró el querido de Odiseo hijo por su fama. 35
Tanto que no quiso perder ni un instante deseando soltar su soflama
poniéndose derecho en medio de la plaza entregando el cetro en mano
al cojonudo heraldo Pisinora, que era un erudito y sabio tertuliano.
Luego, apoyando la espalda, dijo dirigiéndose directamente al anciano:
«¡Oh, anciano! Sepa, aunque lo sabrás mejor, que ese hombre tan cercano 40
no está lejos y que al pueblo yo lo animé a congregarse, porque penas
presiento que se acercan y que llegan ejércitos no escuché apenas.
Pero cuando tenga alguna noticia, o si me entero de algo, vos seréis
a quien os lo voy a revelar. Y más si incube al pueblo, sin duda lo sabréis.
Mas es otra, más personal, la preocupación que infligió a mi casa daño 45
por dos razones: perder a mi valeroso padre, que era vuestro rey antaño,
justo rey para vos y para mí un padre bondadoso, y ahora, por otro lado,
otra desgracia mayor que ha acontecido y amenaza a mi casa demasiado
con destruirla sin remisión y hacer luego desaparecer mi fortuna entera.
A mi madre, los pretendientes están asediando, aunque ella no lo quiera. 50
Hijos considerados de distinguidos hombres que gozan aquí de estima,
que no tienen agallas para acudir a casa de su padre por si les deslegitima,
Icario, que tiene potestad de elegir donde él quiere y a quien considera
para su hija el mejor y al que más merecimientos y aptitudes reuniera.
En cambio, esos mismos, todos los días a mi alrededor están merodeando, 55
cargados con bueyes, ovejas y primorosas cabras que están sacrificando,
atiborrándose de comer hasta caerse y de beber vino de atezado color
sin descanso, dilapidando todos los bienes. Pues aquí falta un protector
como lo fue el mismo Odiseo para defender como un hombre la casa.
Nosotros no estamos aún preparados para defendernos. Nos sobrepasa 60
la ignorancia del arte de la guerra. Y tampoco somos los más valientes.
Y si yo pudiera, me armaría de valor para pelear y apretar los dientes,
pues resultan inadmisibles y harto vergonzosos estos incidentes
que arruinarán mi casa. Vosotros también debéis tener alicientes
aun por dignidad y avergonzaros ante los ojos de vuestros vecinos, 65
los que viven alrededor, además de provocar la venganza de los divinos,
no sea que cambien de opinión sobre vuestras malas obras y su desdén.
Suplico al divino Zeus, que reina en el Olimpo. Pero a Temis también,
quien es la pregonera de las asambleas, pero también la que las disuelve.
Callad, amigos, y dejadme solo a sufrir el amargo duelo que me envuelve. 70
Y contestadme si en algo, si alguna vez, mi glorioso padre Odiseo,
por desavenencia, se ha portado injustamente con el pueblo aqueo
de bellas grebas. Y a cambio, os vengáis de mí, agraviándome con saña,
alentándoles a ellos. Para mí sería más beneficioso que esa patraña
de devastar mis pertenencias y mi rebaño la cometieseis los mismos, 75
pues si vos los devoraseis, podría muy pronto recuperarlos sin guarismos,
porque os demandaría por todo el pueblo avisando a todo el mundo
y solicitando el dinero, exigiéndolo hasta la devolución en su conjunto.
Sin embargo, ahora atravesáis mi alma con insoportable sufrimiento».
Al decir eso, arrojó sobre la tierra el cetro con gran resentimiento. 80
Y sus lágrimas, que emanaban, trasmitían compasión a toda la ciudad.
El silencio se apoderó de todos y nadie de ellos se arriesgó de verdad
a llevar la contraria a Telémaco en un duro lenguaje intransigente.
Mas Antínoo se volvió a él y, contestándole, le dijo solamente:
«Telémaco, impetuoso y parlanchín que acabas ahora de decirnos, 85
echándonos calumnias y de difamaciones queriendo apercibirnos.
De nada tienen la culpa los aqueos. Y ni los pretendientes siquiera.
Sino tu amada madre, que creía que tenía que ganar como fuera.
Pues este es el tercer año. Y llegará también el cuarto con primor
desde que el pecho de los aqueos incendió la llama del rencor. 90
A todos otorga esperanzas y a cada uno de los hombres les promete
enviándoles mensajes. Más algo distinto fragua en el fondo de su mente.
Así que ha maquinado, además, esta última artimaña en su cabeza:
instalar una inmensa devanadora y tejer allí en medio de la nobleza,
en finos telares, en un recinto circunstante y así nos lo explicó: 95
“Mis jóvenes pretendientes, puesto que el divino Odiseo pereció,
nos os apresuréis tanto a pedir mi mano hasta que este manto
haya acabado, no sea que los hilados se me salgan mientras tanto,
que es para el héroe táfio Laertes para cuando le venga a visitar
el inclemente destino del sueño eterno que nos lo quiere arrebatar, 100
ya que no deseo que alguna anciana de los aqueos se meta conmigo
por dejarle tirado sin sudario, aquel que tantas cosas había poseído”.
Y claro, con decir esto, los ánimos y nuestro ímpetu consiguió calmar.
Y desde entonces durante el día, se disponía el manto a entrelazar,
mientras que por la noche, bajo antorchas encendidas, lo destejía. 105
Así, durante tres años engañaba a los aqueos y con dolo se escurría.
Mas cuando llegó el cuarto año y se cumplió el tiempo de tenerlo,
una de las mujeres nos lo reveló que no había ella picado el anzuelo.
Entonces, la sorprendimos cuando estaba la fina tela deshilachando.
Así no tuvo remedio. Y contra su voluntad, lo terminó protestando. 110
Pues esta es razón que los pretendientes ponen en tu conocimiento
tanto para su ánimo como para que todos los aqueos sepan del evento.
Así que manda a que tu madre decida por fin esposarse
cuando y con quien su padre apruebe y que ella misma desease.
Empero si a la larga aún sigue engañando a los hijos de los aqueos 115
aprovechándose de lo que Atenea le dotó con estratagemas feos,
quiere decir brillante en la gestión de obras con ingenio y sapiencia,
pero con provecho como ninguna que hayamos tenido en presencia
de las de antaño enredadoras aqueas, las más sutilmente candorosas
como Tiro. Y también Alcmena y Micena, las de las coronas hermosas 120
pues ninguna como Penélope pensó en urdir intrigas semejantes
ni que le honra lo más mínimo haberlo planeado a idea desde antes.
Pues, ¿por qué entonces has de verter tu fortuna y que se devore tu riqueza
por ese comportamiento que ella mantiene hasta ahora con la firmeza
que los dioses pusieron en su pecho valiéndola para su propio gozo 125
mientras que para ti y tus bienes sin desearlo traerá sin duda el destrozo?
Y no volveremos a las tareas de siempre ni a ningún otro lado seguramente
mientras ella no se case con alguien de los aqueos voluntariamente».
Telémaco entonces se dirigió a él respondiéndole juiciosamente.
«No puede ser Antínoo, echar fuera de mi palacio inexplicablemente 130
a aquella que me alumbró y la que me ha criado mientras mi padre vive
en otro lugar o ha perecido. Y encima, pensando en Icario, sería su declive
tener que devolverle a mi madre y sus pertenencias, como los enemigos.
Y por parte de mi padre, sufriría su ira, y de otros espíritus sus castigos
recibiría, pues sin dilación mi madre a las terribles Erinias evocaría 135
al abandonar la casa. Y además, la némesis de los mortales me caería
a continuación, por lo que nunca firmaría yo términos semejantes.
Conque, si poseéis escrúpulos y vergüenza para evitar actos sonrojantes,
dejad vacío mi palacio e idos fuera de aquí a elegir otro banquete
y cada cual uno al otro devorar las riquezas, invitándoos mutuamente. 140
Y si a ustedes les parece esto más correcto y más gratuito todavía,
–lo de dilapidarse de balde la fortuna de un hombre con villanía–,
pues dilapidadlo, que yo me dirigiré y suplicaré a los dioses inmortales
por si el generoso Zeus me concede la autorización de castigarles
por sus actos y desaparecer dentro de sus palacios sin protección». 145
Y Zeus, aquel que todo lo ve, cuando Telémaco terminó de hablar,
a dos águilas desde lo alto, desde las cumbres montañosas hizo volar.
Y con el vaivén y el soplo del viento, empezaron ellas juntas a aletear
una cerca de la otra. Y sus alas extendidas alcanzaron a agitar,
hasta que en algún momento llegaron en medio de las glorietas ruidosas, 150
donde comenzaron a hacer ruedos. Y batiendo sus alas plumosas,
volaron sobre las cabezas de los demás y sus desgracias anunciaban.
Y agarrando con los garfios, cogotes y mofletes desgarraban,
huyendo hacia la diestra de su ciudad y sobre sus moradas.
Y aquellos a los rapaces abrumados oteaban con miedo en las miradas 155
y los presagios de aquel tiempo que vendrá revolvían sus pensamientos.
Y el hijo de Mástora, el viejo Halicerses, el héroe, se dirigió a todos estos,
pues era el único que aventajaba a los de su edad en describir sin plagios
y conocer los mensajes de los pájaros interpretando sus presagios.
Luego, midiendo sus palabras con sabiduría, se dirigió y habló a todos: 160
«Escuchadme itacenses, lo que yo os tengo que decir de todos modos.
Y propiamente a los pretendientes, que revelarles ahora pretendo
que sobre sus cabezas una gran devastación está pendiendo,
pues no puede mantenerse Odiseo lejos de los suyos para siempre.
Mas cerca acechará para sembrar sobre ellos la desolación y la muerte 165
sin elección, igual que para nosotros todos, que junto a ellos sufriremos
los que gobernamos nuestra Ítaca de bellos ocasos. Entonces pensemos
sin tiempo que perder cómo podemos pararles. O, por su propio bien,
tomen la iniciativa y que decidan por propio interés renunciar también.
Y no profetizo como un ignorante si no sé muy bien lo que me digo, 170
igual que cuando predije sobre aquel y realidad todo se hizo
como yo lo describí, cuando embarcaron para Troya los argivos
con el omnisciente Odiseo a la cabeza liderando a sus nativos.
Contaba que, después de sufrir calamidades y perder a sus compañeros,
a todos, irreconocible y solitario regresaría al fin por esos senderos 175
a los veinte años. Y ya estamos a punto de que se cumpla todo».
Sin demora, Eurímaco, el hijo de Polibio, le contestó de este modo:
«¡Oh, anciano! Márchate ya a tu casa y cuida de tus propios hijos,
no sea que por donde anden les lleguen desgracias por tus acertijos.
¿No ves que yo en eso soy mucho mejor que tú y tus vaticinios? 180
Y sobre las aves que bajo los rayos del sol ejercen sus dominios,
algunas siempre volarán, aunque no sean de mal agüero al parecer,
pues Odiseo se perdió en tierras lejanas. Y con él, debías desaparecer
tú también, por lo que no harías tanta demagogia como si Dios fueras.
Tampoco habrías enardecido a Telémaco irritando como las fieras 185
con el propósito de ganar compensación alguna para llevar a casa.
Conque te diré algo que se cumplirá a pesar de tu ignorancia crasa:
si tú, que dominas el presente y el futuro con tus dichos desconcentras
a un hombre más joven y seguramente le persuades e irritas mientras
que para él mismo eso sería una gran desgracia y estéril sufrimiento, 190
pues nada tiene que obtener con todo ese pronunciamiento.
Mientras que, a ti, anciano, te impondremos un castigo que te dolerá
el corazón al tener que cumplirlo. Y ese inmenso dolor te mortificará.
Y para Telémaco aquí frente a todos también dejaré un consejo:
que a su madre enseñe la salida para que se vaya a casa de su viejo. 195
Y allí, que arreglen su boda y que dispongan de una dote abundante,
como sin duda debería merecer una amada hija tan disciplinante.
Porque no creo de antemano que dejasen los hijos de los aqueos
que no se celebre esa boda. Porque miedo a nadie le tenemos.
Ni a Telémaco, que solo es un charlatán, ni a ningún otro hombre. 200
Tampoco nos alcanzan los augurios que proferiste en su nombre
con la boca grande, anciano, que antipático nos caerás eternamente.
Y quizás, de esa guisa serán devorados tus bienes impropiamente
sin arreglo alguno mientras ella hace perder tiempo a los aqueos
con respecto a su boda, mientras nosotros rivalizamos sin rodeos 205
por su ilustrísima conquista, sin que nos quede otra mujer por cortejar
alguna, que quién sabe si no sería más adecuada para emparejar».
Siendo consciente Telémaco de lo que allí se hablaba, le respondió:
«Eurímaco y todos los demás altivos pretendientes, sobre eso yo no
voy a suplicarles para nada ni tampoco os voy a dar un discurso 210
pues claro es y público a todos los aqueos y hasta a los dioses incluso.
Mas ahora dadme rápido una ligera nave y compañeros veinte
que sean capaces por mi honor a atravesar los piélagos de frente,
pues a Esparta querría yo y a la arenosa Pilos raudo desplazarme
por si hubiera posibilidad y del regreso de mi padre encargarme, 215
si es que hay noticias en boca de los mortales. O quizás es agüero
del divino Zeus, quien es el que elabora las crónicas y es su mensajero.
Y si me entero de que mi padre todavía vive y oigo que regresa,
un año entero aguantaré de más. Aunque el tiempo se estrecha.
Empero, si la noticia es que ha muerto y vivo ya no permanece, 220
al regresar sin retrasos a mi amada patria, así como se lo merece,
le construiré un monumento fúnebre de ricos tesoros ornamentado
como al que más, antes de entregar a mi madre al hombre más adecuado».
Después de acabar de hablar, tomó asiento y, de entre todos, dio el turno
a Méntor, que fue compañero del incomparable Odiseo y fue uno 225
de los que encomendó su casa y su fortuna cuando se fue con las naves.
Pidió además que le obedecieran por anciano y por sabio y por llevar las llaves
de buen entendimiento. Este se levantó y les habló contemplativamente:
«Ahora escuchadme a mí itacenses, lo que os voy a decir atentamente.
No coronemos a partir de ahora a ningún rey blando e indulgente 230
ni justo que siempre tiene buenos criterios en el corazón ni benevolente,
sino que sea implacable además y que proceda siempre injustamente,
ya que ninguno de sus súbditos a quienes gobernó se acuerda vagamente
del divino Odiseo, que, como un padre verdadero, apacible y delicado era.
Mas todo lo que obran los pretendientes no me extraña sobremanera. 235
Lo de esos engreídos que, ilícitamente, optan por la maldad y la violencia,
pues se juegan bien su cabeza dilapidando alevosamente la herencia
de Odiseo, afirmando con vanidad que este nunca más va a regresar.
Sin embargo, culpo más a los del pueblo, que siguen sentados sin rechistar,
antes que a los escasos pretendientes. Aun siendo aquellos más numerosos, 240
no los amansan y, por llevarles la contraria se muestran cautelosos».
Y Leócrito, el hijo de Evénor, habló tomando parte en la conversación:
«¡Oh, Méntor insidioso y atolondrado que vociferas con obstinación
tentándoles a que nos paren los pies y nos retengan, hecho difícil este
al no ser lógico que unos cuantos agredan a muchos por un banquete! 245
Porque si el propio Odiseo, aunque sea él mismo itacense, apareciera
por su palacio maquinando cómo a los pretendientes pudiera echar fuera
con valentía y decisión, mientras agasajados ellos se daban un festín,
su propia esposa, aunque lo desease, siquiera celebraría que, por fin
había regresado. Más bien, se asustaría, porque él hubiera de morir 250
frente a tantos hombres sin honor. ¿Y ahora? ¿Qué tienes que decir?
Bueno pues, que se dispersen los ciudadanos cada uno a sus faenas
una vez que Méntor y el propio Halicerses le allanen el camino apenas,
que han sido de aquel desde el principio leales compañeros.
Aunque creo que sentado aquí esperará noticias de los mensajeros 255
sobre su Ítaca. Y nunca emprenderá ni finalizará esta expedición».
Y al acabar de hablar, se puso a disolver la asamblea con precipitación.
Y todos y cada cual a sus propios recintos se iban dispersando.
Mientras, los pretendientes al palacio del divino Odiseo iban entrando.
Telémaco, sin embargo, se acercó allá a la playa de piso arenoso 260
para lavar sus manos en el mar y suplicar a Atenea receloso:
«¡Oh! Oídme. Ayer llegaste a mi palacio cuan dios hermoso
a exigirme que zarpara en su busca sobre nave rauda al piélago neblinoso.
Y como mi padre se ausenta largo tiempo, que busque noticias de su regreso,
pues intencionadamente los aqueos lo van retrasando en exceso 265
y esos altivos pretendientes sobre todos los demás más sutilmente».
Y al acabar las súplicas, llegó a su vera Atenea discretamente.
Asemejándose a Méntor con su misma faz y de voz coincidente,
le reclamó y le apercibió así, con palabras que no tienen precio:
«Telémaco, no quedarás con el estigma de que te tomen por necio 270
o por mezquino siendo heredero del corazón y de la virtud de tu padre,
que él siempre ambicionó obras a construir y nunca fue cobarde,
pues solo por eso tu viaje nunca será irracional. Nunca será fallido.
Mas si no eres de Penélope y de aquel su hijo preferido,
no tengas nunca deseos de conseguir aquello donde otros tropiecen. 275
Porque en la vida son muy pocos los que a su padre se parecen,
pues a la mayoría les rige la mediocridad. Y a su altura no llegan, creo.
Pero como supongo que no te iba a faltar el valor ni necio te veo
y tampoco careces de la sabiduría de la cual Odiseo fue dotado,
piensa en cómo podrás semejante empresa llevar a cabo. 280
Desafía pues a esos descerebrados pretendientes y a su decisión,
ya que han demostrado que son cabezas huecas y faltos de razón.
Ni siquiera se imaginan que la muerte y su destino oscuro
acechan a su lado para guardarles algún día un final muy duro.
Y aunque sea difícil el camino, no te acobardes y sin vacilaciones vete, 285
pues como fui leal amigo de tu padre, te acompañaré personalmente,
igual de fiel como compañero, armando mi propia nave contra corrientes.
Mas tú mismo ve y mézclate en palacio con los pretendientes.
Reúne lo necesario y almacena en las tinajas provisiones suficientes.
Harina para daros fuerza y vino guardad en robustos recipientes 290
de cuero impermeable. Mientras, yo reuniré de entre la gente camaradas
voluntarios marineros, sin perder tiempo, para armar naves anticuadas
y modernas, todas las que haya en esas aguas itacenses y que pueda.
Y para vos guardaré la nave que yo elija, de mi lealtad sincera prueba.
Y después de armarla, zarparemos sobre las olas del ancho mar». 295
Así le habló Atenea, la hija de Zeus, y él no se hizo de rogar.
Aunque quedose de su voz divina hechizado, no se detuvo quieto,
sino que pronto se dirigió nervioso a palacio sin perder el tiempo,
cariacontecido, donde encontró a los fanfarrones pendencieros
sacrificando en el patio, desollando y asando cochinos y carneros. 300
Se acercó al instante Antínoo a Telémaco riéndose con paso firme.
De la mano le cogió y, llamándole por su nombre, le riñe y le reprime:
«Telémaco, vocera y libertino deja ya de urdir en tus entrañas y en tu seno
funestas pretensiones, sea en obra y acción o en pensamiento ameno.
Junto a nosotros, siéntate y disfruta comiendo y bebiendo lento 305
como antaño. Mientras los aqueos ya prepararán para ti con tiento
todo lo necesario, sea la nave o remeros virtuosos, para que a tiempo
a la divina Pilos llegues y consigas saber de él algún razonamiento».
Sin rechistar un ápice, le contestó Telémaco con despejada mente:
«Antínoo, con vosotros los presumidos lo considero nada prudente 310
satisfacerme o divertirme o sentarme a comer sin tener que decir nada.
¿Creéis que algo ha cambiado, ya que desde que era un niño devorada
quedose mi bienaventurada fortuna por vosotros pretendientes?
Mas ahora, mayor me hice y con otra educación y otros alicientes
y comprendiéndolo todo se me llena el pecho de enojo asesino. 315
Procuraré que caiga sobre vosotros toda la desgracia del destino,
sea que a Pilos me traslade o que me quede aquí en este demo.
Marcharé pues y no lo digo por hueca vanidad o desafío, quizás a remo
o con ajena embarcación como un pasajero a atravesar los mares,
ya que este deseo creo que es entre vuestras preferencias seculares». 320
Y apartó su mano de la mano de Antínoo raudo e impetuosamente.
Y los pretendientes, postrados en el salón, seguían con su banquete
mofándose de él en su propio palacio y dirigiéndole palabras hirientes.
En aquel momento, un arrogante joven profirió palabras sugerentes:
«Asesinarnos quizás, Telémaco con esa mente está maquinando. 325
Y en los aliados que piensa traer de la arenosa Pilos se está apoyando,
incluso en los de Esparta, que por convicción es su más ferviente aliado.
Además, creo que piensa visitar Éfira, aquel lugar fértil y embrujado
para buscar y traerse drogas y venenos mortales en las manos
y con vino en las cráteras mezclándolos a todos envenenarnos». 330
Y otro arrogante entre los jóvenes soltó con sarcasmo su querella:
«¿Y quién puede descartar que, mientras navega, en la nave aquella
no se pierda para siempre vagando como Odiseo sin dejar huella?
Sería, más que pérdida, beneficio esa tarea de repartirnos su fortuna
y sus bienes a partes iguales. Y luego, también la morada oportuna 335
se la entregaríamos a su madre y al que ella eligiese por esposo».
Mientras ellos parloteaban, bajó Telémaco a la bóveda de techo generoso,
cripta que era de su padre, donde guardaba el oro y el cobre apilados.
En varios cofres había vestimentas y abundantes aceites perfumados.
Y asentadas ahí dentro, grandes tinajas de vino viejo abocado 340
preservaban ese inestimable líquido en sus entrañas guardado,
ordenadas en hileras en los lienzos esperando por si regresase Odiseo
a su casa después de haber padecido tantas desventuras sin merecerlo.
Sellaban herméticamente las puertas de madera recia y ensamblada
de doble hoja, que una gobernanta de día y de noche vigilaba 345
como siempre con su destreza y con la agudeza de su mente.
Ella era la hija de Pisinoride, el ama de casa. Euriclea omnipresente
A ella se dirigió Telémaco al pedirle que saliera de la cripta y le dijo:
«Matrona, anda, vete y tráeme para decantar vino dulce en el botijo
de ese tan primoroso, de ese que sé que tú siempre has guardado 350
pensando en el regreso anhelado de aquel tan desdichado
el nacido de dioses Odiseo después de escapar de la muerte y de su destino.
Lléname doce ánforas abarrotadas y séllalas con espiche fino.
Y para mi propio uso, harina vierte en cada pellejo bien zurcido,
pues no menos de veinte volúmenes de flor de trigo bien molido. 355
Has de guardarme el secreto. Procura tenerlo todo preparado
para que pueda recogerlo cuando atardezca y cuando al sobrado
haya subido mi madre para por fin sola acostarse deseosa,
porque yo partiré hacia Esparta y hacia Pilos la arenosa
por si me percatase o escuchase alguna cosa de mi padre y su regreso». 360
Al oír eso, Euriclea, su amada nodriza, rompió a llorar en exceso
y, entre lamentos y sollozos, le habló con palabras aladas:
«¿Qué es eso, hijo querido, que tus razones tiene trastocadas?
¿Y dónde planeas viajar solo hacia un territorio tan extenso,
dejándonos abandonados a los que te amamos? Y aquel indefenso 365
se perdió lejos de su tierra, el divino Odiseo, en una tierra desconocida.
Mientras, estos de aquí, nada más que te alejes, urdirán tu despedida
de este mundo, asesinándote, pensando cómo partir todas tus riquezas.
Mas quédate quieto. Agáchate. No vayas buscando asperezas
y conflictos surcando el ancho mar, no sea que pierdas igual la corriente». 370
Emocionado Telémaco se dirigió a ella y le respondió espontáneamente:
«Anímate, matrona, pues no tomé sin meditar esta decisión ciertamente.
Sin embargo, júrame que nada descubrirás a mi madre temporalmente.
Como mucho, hasta que transcurra la undécima o duodécima jornada.
O hasta que ella misma me extrañe o escuche casualmente de mi escapada, 375
pues sus aflictivas lágrimas pueden desfigurar su hermosa cara».
Al decirlo, la anciana por los dioses “juró y perjuró” con evidencia clara.
Y terminando sus devotos juramentos y sus sinceras promesas,
sin tiempo que perder vertió el vino dentro de las ánforas gruesas
y de abundante harina los pellejos bien cosidos ella solita rellenó. 380
Telémaco, mientras, a los bajo aposentos de los pretendientes se dirigió.
Mas la ojigarza diosa Atenea elucubró otra ocurrencia en su mente.
Asemejándose a Telémaco, se puso a patrullar toda la ciudad propiamente.
Acercándose a cada individuo que encontraba, su idea le explicaba:
«Reúnanse al atardecer junto a la veloz nave», les suplicaba. 385
Y a Noemón, hijo honorable de Fronio, solicitó ella mismamente
esa deseada nave veloz, cosa que él le ofreció gustosamente.
Mientras tanto, se puso el sol y las calles ensombrecieron,
a la vez que botaba la nave rauda al mar. Sobre ella, reunieron
todos los artilugios que suelen llevar todos los buques dignos. 390
La amarró en la bocana del puerto y se congregaron los elegidos
compañeros a su alrededor. Y la diosa les alentaba uno por uno.
Aparte, a la ojigarza diosa Atenea se le ocurría otro plan oportuno.
Acudiendo ligera hasta los aposentos del palacio del Odiseo divino,
envolvió a los pretendientes en un dulce sueño paliativo 395
adulterando la bebida hasta que se les cayeron las copas de la mano.
Intentaban levantarse para ir a la ciudad a acostarse, mas en vano
ni podían de pie aguantarse, pues les pesaban los párpados del sueño.
Después de esto, a Telémaco le dijo la ojigarza Atenea con empeño,
aclamándolo desde fuera de aquel ordenado y pulcro palacio 400
y asemejándose a Méntor tanto en la voz como en su rostro lacio:
«Telémaco, ya ves a tus compañeros de bellas grebas preparando
en las manos los remos y cómo están tus mandatos aguardando.
Pero marchémonos ya. No retrasemos más este viaje forzoso».
Al decirle esto, se adelantó la Atenea Palas con paso primoroso. 405
Y él, detrás, siguiendo sus pasos iba siguiendo a la diosa apuesta.
Al acercarse al mar donde aguardaba aquella nave presta
sobre la orilla arenosa, encontraron a los aqueos de hermosas greñas,
a los que Telémaco se dirigió con elocuentes señas:
«Venid, amigos. Traslademos los bártulos, pues todo está expuesto 410
en mi palacio. Mi madre, aún, no está enterada de nada de esto.
Excepto una doncella que lo oyó de mi boca, tampoco lo saben más».
Y después de hablar de este modo, se adelantó y le siguieron los demás.
Y cuando ellos trasladaron todo a aquel buque bienaventurado,
en la bodega lo estibaron como el amado de Odiseo hijo había ordenado. 415
Embarcó Telémaco en la nave, aunque Atenea le tomó la delantera
y cerca de la popa de la nave se sentó, allí donde justo a su vera
Telémaco se apoltronó. Los camaradas las amarras soltaron
y, subiendo todos por la borda, en las banquetas se sentaron.
Mientras, Atenea la ojigarza les enviaba viento benévolo de lado, 420
céfiro fresco desde la orilla sobre el espumoso océano silbando.
Y animando estaba Telémaco a los marineros y los alentaba
a ocuparse de los aparejos. Y ellos obedecían a lo que les mandaba.
Y el mástil de entallado pino, en la interna hendidura colocaron,
y lo levantaron amarrado con maromas. Y firmes, aseguraron 425
las blancas velas con cuerdas de cuero de buey bien trenzadas.
Hincó el viento la vela mayor. Alrededor, las olas encarnadas
rugían mientras la nave avanzaba con alboroto y chapoteaba
ensartando las onduladas olas que en su loca ruta encontraba.
Cuando ya fijaron y amarraron los aparejos en la ligera nave, 430
levantaron las cráteras coronadas hasta arriba de vino suave
que derramaban en gloria de los renacidos dioses inmortales.
Propiamente, a la ojigarza hija de Zeus que tenían en altos pedestales.
Y mientras, ¡la nave iba navegando toda la noche y toda la madrugada!
¡Ojalá Perséfone no venga a verme hasta acabar con esta tarea larga!
R d F