Mis hispanos helenistas, durante el transcurso de la historia.


 Investigando las históricas dudas razonables del universo.

Mis hispanos helenistas, durante el transcurso de la historia.

          Dicen que: El primer «hispanohelenista», fue el último rey de los Tartesios —una etnia en la Andalusia Occidental—. ¡Argantonio!  Allá por el siglo VII o el VI de la era antigua. Aunque si asi fuera no extrañaría demasiado ya que el susodicho era descendiente mítico de helenos del linaje de Habis (Abido), de Aristeo y de Gerión —hijo de Crisaor y nieto de Medusa—. El glorioso rey de Gadir —el Cádiz actual—, cuyo nombre significaba «hombre de plata», demostrando su inmenso respeto y simpatía que guardaba a los helenos envió desde los confines de la tierra donde dominaban las dos gigantescas columnas de Heracles, naves cargadas con plata y bronce a los Fóceos para amurallar su ciudad amenazada por los agresores persas.

     Durante la época romana, el emperador Adriano, (Publio Elio Adriano), segundo en la jerarquía de los de los Antoninos —emperadores hispanoromanos originarios de la península ibérica—, se hizo famoso, aparte de la extensa ampliación de las fronteras del imperio, por su apasionado filohelenismo. El culto y sabio emperador era acérrimo seguidor de la filosofía helena del estoicismo y especialmente del griego pensador Epicuro.

Ναός του Δια στην Αθήνα που ολοκλήρωσε ο αυτοκράτωρ Αδριανός.

     Adriano nació en Santiponce, (Sevilla) de la romana «Itálica», de linaje noble latino proveniente de Piceno de la provincia de Marce. Hijo de Afer y sobrino y ahijado de Trajano por parte de su madre Paulina —una gaditana hispanoromana—, después de la muerte de su padre se designó pretor (pretoriano prefetto) por el emperador. Era tan grande su adoración por Grecia que quedó para los anales como Adriano il Graeculus (το ελληνόπουλο). En el año 111 en uno de sus viajes a Grecia conoce al filósofo estoico Epicteto con quien entabla una gran amistad. Se dice que aquel filósofo influyó tanto en su carácter que adopta costumbres y maneras tan “griegas” como lo de llevar una riquísima y densa barba como acostumbraban a hacer entonces los pensadores clásicos. La barba o la perilla significaba en la época el sumo helenismo del portador tanto que después del ejemplo del mismísimo emperador la adoptaron varios helenistas y seguidores de lo heleno por el mundo conocido.

    Durante muchos años —hasta el 129 de la era moderna— el cesar ibero goza del honorifico título del ciudadano ilustre por parte de los Atenienses y del oráculo de Delfos, y visita casi todos los años los misterios eleusinos. Sus antologías poéticas se presentan primero en griego y luego en latín. Una nueva ciudad del territorio heleno, fundada cerca del Bósforo se bautiza con su nombre: ¡Andrianópolis!

     Y como curiosidad. Algunos insisten de que sesenta y tres años antes otro emperador romano, aunque no de sangre española y loco como una cabra, fue más helenista que Adriano: Lucio Domicio Ahenobarbo, alias Nero Claudius Cæsar, o Augustus Germanicus, o simplemente Nerón.

     Sin embargo, el más helenista de todos fue el quinto de los Antoninos, “buen emperador”, Marco Aurelio cuyo legado de doce obras literarias se escribió y publico enteramente y solo en griego.

     El arcipreste Juan Ruiz conocido como “el arcipreste de Hita” vivió a finales del siglo XIII y murió mediado el XIV. Pasó a la posteridad por su extensa y versada obra con el título “el libro de buen amor” con visibles influencias latinas y especialmente griegas. Conoce perfectamente la lengua griega desde la época que sirve como embajador en Venecia y demuestra diariamente su adoración por la civilización helena.

     Un siglo después el gran poeta del renacimiento hispano Garcilaso de la Vega toma el testigo.  Gran entusiasta del helenismo y de su cultura, de la filosofía aristotélica y del clasicismo estudia a fondo el latín y el griego. Su amor a Grecia le lleva voluntario en una de las expediciones militares a la caballeresca Rodas donde cae seriamente herido… Su gran pasión por lo que huele a Hélade traspasa al humanista y ardiente defensor de la cultura y la lengua griega, Benito Arias Montano y al héroe de la batalla naval de la Equinadas (la mal llamada de Lepanto) y gran helenista Miguel de Cervantes Saavedra.

     Llegando a la época de la revolución contra los turcos del 1821 nos encontramos con el jovencísimo cubano poeta, de apenas veintitrés años, José María Heredia editando en español —dos años después en 1823— uno de los primeros poemas helenistas a favor de la revolución. En su largo poema de 231 versos glorifica a los héroes clásicos como Leónidas o Temístocles. Se inspira de la muerte de lord Byron para dedicar su antología a Grecia —editada primero en francés— que muchos atribuyeron a un moderno Tirteo, y alzar a la esclavizada Cuba con el ejemplo de la revolucionaria Grecia.

     Mientras al español “Byron” José de Espronceda se lo llevó la difteria a sus treinta y cuatro años. Me descubro ante su aspereza de “ángel caído” que rodea la poesía del exiliado hidalgo de Almendralejo, pero también ante la adoración que sentía por el mundo heleno. La traducción de algunos de sus poemas que tuve la osadía de intentar gira de la materia a lo incorpóreo y del romanticismo a su sentimentalismo somero, como el mismo grita en su “El diablo mundo”, una obra épica inacabada igual al transcurso de su corta vida… «¡Todo es mentira y vanidad, locura!»: Όλα ψέματα και ματαιοδοξία, παραφροσύνη!  Su “lordbyronico” espíritu culmina con el poema “Despedida del patriota griego de la hija del apostata”. “Αποχαιρετισμός του Έλληνα πατριώτη στην κόρη του αποστάτη!” Dentro del romanticismo más florecido del principio del XIX, y la desalmada política, Espronceda el helenista amado, el extremeño hijo de militares y políticos acaudalados, parece que infundió la temprana parte de la vida y milagros de Napoleón Lapaciótis —el otro “dandy”—, cien años más tarde.

     El filósofo y académico Marcelino Menendez Pelayo quien nació y vivió en Santander el siglo IX y fue candidato al premio nobel representó para mí —como uno de los pensadores del helenismo— el móvil y motivo para mis inquietudes literarias y la “filología hispánica”. En especial me arrastró su adoración y su respeto hacia la historia griega y su propia filosofía. Aunque nunca visitó Grecia, estudió y se preocupó especialmente de las influencias de los clásicos a la novela contemporánea y abordó el influjo de la poesía griega sobre la ibérica, en su libro Estudios poéticos.

     Contemporáneo de Pelayo fue nuestro poeta “Heleno-Hispano” —dando énfasis a lo heleno—, Lorenzo Mavili. El maestro de soneto nació el 6 de Setiembre del 1860 en la mítica Ítaca. Su abuelo —cónsul español en Constantinopla y en Corfú, donde llegó en 1804—, descendía de la saga francoitaliana de los diplomáticos “Mabilli -Bouligny” que habían emigrado a Alicante ciudad del levante español. El abuelo Lorenzo “Il console presso nel governo della Repubblica delle Sette Isole Unite”, se casa en 1807 con la aristócrata venetocorfense Sofia Pieri quien muere prematuramente —el mismo año— en Padua de tuberculosis. El diplomático ibero vuelve a casarse en junio del 1809 otra Corquirense, la “condesina” Catalina Dusmani, —hija del conde Gianniespiro Dusmani— con quien concibe una hija y un hijo. Este último, Paulo Mavili que nace en 1814 fue el padre de nuestro poeta lirico. Su condesa madre, Juana Sufi era sobrina del gobernador ¡Giovanni Capodistria!

      Sin embargo, nuestro bardo romántico y arquitecto del soneto más ideal, no fue solo un helenista espiritual sino comprometido “carnalmente” a su patria. Tomó parte a la guerra de Creta y dejó su último aliento durante la guerra de los Balcanes en las montañas de Drisco. Hablaba español, inglés y alemán, resultado de sus muchos años de estudios en tierras teutonas. Cursó su tesis doctoral en la universidad de Bavaria. Amante del griego clásico se adentró profundamente en la filosofía helena pero también en la india. Esas inquietudes le unieron a otro literato de Corfú el joven y activo feacio Dino Teotoki, un extraordinario pensador y gentil hombre. El “hispano” Lorenzo ejerció como diputado de Corfú y nos enriqueció con multitud de traducciones de las obras de lord Byron, de Shelley y de otros grandes helenistas. Aunque en su caso no podemos hablar en absoluto de un hispanoparlante helenista —ya que nació y se crió en Grecia— sin embargo, su amor incomparable por ese país, su valentía y su jónica universidad que se palpa tangiblemente en sus sonetos le distinguen como uno de los más tenaces “HELENOS” helenistas…

     ¿De verdad existen muchos de ellos en nuestro país, aunque hayan nacido desde generaciones a generaciones de auténticos griegos en la tierra de Homero?

     Como ofrenda y deber y solo por el artículo en español, aquí expongo mi traducción de su soneto más sublime…

El olvido

Lorenzo Mabily del soneto divino

                                                   Λ. Μαβίλης

 

Dichosos los muertos que olvidan

la vida y su tristeza. Cuando se pone

el astro, y sombras del ocaso el cielo anidan…

No lo lamentes, aunque la dicha te abandone.

 

En este instante, las ánimas, se van sedientas

al encontrar la fuente, del olvido, cristalina;

Mas, barro volverán, aquellas aguas hedientas

si lágrima que cae, de amor, lo contamina.

 

Y si beben agua -cenagosa-, rememoran

-deambulando entre floridos gamonales-,

penas pasadas que, de su alma -adentro- afloran.

 

Si te entristecen crepúsculos irracionales,

tus ojos, de los mortales han de apiadarse.

Aquellos que ansían, -pero no pueden-, olvidarse

 

Publicado en griego en el periódico AIXMI el jueves 3 de Diciembre.  XI y último articulo de la columna Thε Bλog para el 2018.

 

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