“…Cuarto y último”
En pleno desarrollo de la paranoia que siguió a la aparición asesina del coronavirus en la sitiada por el peligro España, se escucharon y aparecieron noticias y acontecimientos que te ponían el pelo de punta como las púas del erizo. Así vimos a vecinos dejando misivas amenazantes a su vecina enfermera, a compañeros de oficinas cerrar la puerta a otro ex estimado compañero porque convivía con una persona de alto riesgo por su condición de cajera en un súper o a un compañero de piso que tiró al rellano los cachivaches del copartícipe, pues conducía una ambulancia. ¡Escalofrío y brutalidad! Analgesia.
«¡El miedo es el peor enemigo de la bondad!»
Son días de alegorías. Y existen siempre en la naturaleza humana. Y ella germina y se procrea, se desdobla, toma el trono y saca pecho. Hablo de los perjuicios de la hipocondriasis. Un trastorno que a veces se transforma en recelo, en negación y en rechazo y que la pagan incautos y otras veces en simulación para que no descubran los de alrededor los verdaderos sentimientos que gobiernan el alma de cada uno.
En momentos como los que vivimos y situaciones como desafortunadamente nos esperan (ambiguas, crudas, temidas y alteradas, duras y difíciles), aparecen y aparecerán acontecimientos que adulteran la realidad, que diversifican los verdaderos sentimientos, que transforman la disposición de la gente y que malinterpretan el significado de las apariencias.
Es la naturaleza humana que reacciona desacertadamente sin quererlo cuando le embargan aquellos terribles sentimientos del pánico, de la desesperanza y de la tanatofobia.
Dentro de ese mismo desconcierto que impone la hipocondría acumulativa y el pánico desmesurado de la muchedumbre, descubrí de repente otro relato —aparte de aquel con las misivas— con ambiguo significado, con un concepto diferente de aquel que parecía declarar. O por lo menos así me pareció ver, pues las frases eran de dudoso mensaje. Era en una solicitud del Gobierno español —aunque se podría aplicar para cualquier otro Gobierno—, ya que tanto la declaración en sí como su reflejo podrían tener el emblema del país que cualquiera podría imaginarse. Un poco lioso, pero lo entenderán.
El cartel anunciaba una serie de precauciones que debían tomarse durante la duración del estado de alarma en el país. Y empezaba:
«Para la confrontación del Covid-19, el Gobierno ha declarado el estado de alarma, por lo que durante ese periodo deberán tener cuidado con las siguientes situaciones… No abran sus puertas y dejen pasar su umbral los siguientes:
—Personas que declaran que son … repartidores de supermercados donde vosotros no habéis cursado ningún pedido.
—Distribuidores que … alegan que os llevan gratis mascarillas, gel o guantes de parte de la autoridad autonómica.
—Supuestos técnicos de solución de averías a domicilio … sin que vosotros hayáis avisado.
—Personas que … insisten en que son enviados por las autoridades sanitarias y vienen para desinfectar su casa o para traeros medicamentos, tomaros la temperatura o haceros la prueba de coronavirus…».
Puse los puntos suspensivos para señalar las intenciones “sinceras”. Lo comparé también con los mensajitos de las cobardes misivas de los convecinos. Y entonces observé claramente qué quería trasmitir de verdad aquel anuncio camuflado detrás del miedo del coronavirus compulsado y firmado por el propio pueblo. Así, continué leyendo más abajo una continuación que no existía, una secuencia que no estaba escrita, sino solamente en mi mente y en mi imaginación, que la contemplaban con otros ojos distintos. Y que en estos ojos continuaba de aquella manera, repitiendo…
«No abran sus puertas y dejen pasar su umbral los siguientes:
—Personas que llaman a sus puertas para notificarles que no tienen dónde quedar, qué comer, dónde dormir ni cómo resistir al Armagedón que les tocó vivir… pedigüeños, ancianos, incapacitados, sintechos, abandonados, refugiados, emigrantes…
—Desempleados que sostienen haber perdido sus trabajos, todo gracias a la virulencia de la anterior crisis.
—Vecinos sin ingresos a los que les faltan el pan y la leche para sus hijos. Y ni siquiera existe para que lo soliciten —antes que un certificado de coronavirus— un “certificado de pobreza y de sufrimiento”.
—Mujeres desamparadas y solas que “insinúan” ser víctimas de violencia machista o de violencia doméstica y familiar.
—Ecologistas que intentan convencer de que existe un peligro tremendo y mortal gracias a la negación de los poderosos de la degradación de la tierra por culpa del cambio climático.
—Artistas que quieren convencernos de que ellos también pertenecen a la clase obrera y que ofrecen algo positivo en la economía» …
Y seguía con más frases parecidas. Ambiguas prohibiciones por decenas. Pero yo había empezado a leer distraído algunos otros significados bajo las mismas palabras, bajo las mismas líneas, bajo las mismas incongruencias…¿Podría ser la paranoia de aquella insistente idea conspirativa que circula entre nosotros? ¿Podría ser la hipocresía que admite dos o más significados cuando le interesa pero que no está dispuesta a aceptar injusticias sociales mucho más peligrosas del propio virus asesino? ¿O podría ser simplemente una simbólica apreciación de mi mente por lo que percibirá cuando por fin se despierte de la depresión que nos ha hundido en esta inesperada coyuntura que nadie sospechaba apenas unos pocos meses antes?
Pensé entonces que si nuestros conciudadanos, nuestros vecinos, incluso nuestros familiares —como aquellos que hemos mencionado en el principio— son capaces de dejar este tipo de misivas por debajo de nuestra puerta… las notificaciones de algunas conciencias, ¿no querrían en realidad decir algo diferente?
¿No creéis que algunos de ellos querrían ver en el tablón de anuncios algunas evasiones distintas? Algo que apenas pocas semanas antes reflectaba realidades que nunca habríamos tenido el coraje de reconocer. ¿No será que aquel anuncio para todos aquellos que nunca abrieron su puerta a los que verdaderamente tenían necesidad de su ayuda insinuaba todo lo contrario de lo que el miedo de virus había dictado? Sé que algunos pensarán. ¿Pero que relación tiene ahora todo esto?
Puede que tengan razón. Pero muchos a través de aquellas misivas leyeron de diferente manera la dureza y la insolidaridad humana que despiertan en nuestro interior los sentimientos negativos, tales como el miedo, el egoísmo, el interés, la perfidia y la alevosía. O, el maldito “esplín”, como lo llamaba a su manera tan peculiar mi abuela.
PD: Aunque considero que es un artículo medioacabado, crudo y sin pulir no le quise pedir nada más, pues la plenitud y la excelencia vive solo dentro de nosotros. Y ahí dentro es donde hay que buscar para poder cada uno rellenar sus oquedades sentimentales.
Articulo publicado en el periódico AIXMI el jueves 7 de mayo 2020