Si no conté mil veces el reencuentro casual con el tercer elemento de aquel cuarteto de buzuqui, baglamá, voz y talento que se divertía sin recovecos las medianoches de la taberna de Kouli en Tierras Blancas, no he contado nada. Y que entre ellos surgió un hermoso y dulce cantautor del que solo él no se ha enterado. Y que la casual esposa del tercer elemento de la improvisada orquesta fue entrañable prima de la paciente cero ateniense solo podía atribuirse a la simultaneidad de los doce dioses de Olimpo y sus semidioses más poderosos. Y que, finalmente, esa encantadora casual se hizo entrañable amiga de mi querida ausente nunca lo podría negar. Pero dicen que la avaricia rompe el saco. Y digo yo que la envidia rompe las amistades. Y eso que Grecia no tiene una tierra tan cultivada en ello como España para florecer.
Las razones más frecuentas para producir una fractura tan honda suelen ser las herencias. Y así fue como nuestra historia se certificó unos años después. Y fue la razón de no poder disfrutar de la compañía de tan entrañables amistades por culpa de un caserío en Lemnos de ocho habitaciones con un solo baño y centenares de años de historia. Frente a la incredulidad de los contertulios por tamaña desconsideración provocada por la cotidianidad de una vida lisa y apenas emotiva, se me vino a la memoria una escena que describí en el Aleatorio durante la elaboración del enésimo capítulo. Decía ella:
«Hay gente que solo tiene suerte. No tienen lo que nosotros. Hay gente que nos tiene envidia sabiendo todo lo que nos pasa. Es extraño, sí. Una vez tuve que reñir a alguien, a una amiga, pues me dijo: «¡No sabes la envidia que te tengo!». Y le contesté: «¡Pero si lo tienes todo! Tienes una familia preciosa, tienes dinero y tienes salud. ¡Lo tienes todo!». ¿Y sabes que me contestó? «Sí, ya. ¡Pero nunca tendré lo que tú tienes!» Y no sé a qué se refería. Aún sigo sin saberlo. ¿Qué es lo que yo tengo que ni lo sé?
—Supongo que es lo que ella ha visto en ti y de lo que ella carece. Será eso.
—¿Y eso existe?
Será la voluntad de estar vivo en cada instante. Disfrutar cada gota de tus amaneceres y de tus ocasos sin que te pares a pensar si los otros les dan la misma importancia. Y recibir las cosas como vienen y no como es tu deseo, pero sin desistir nunca de cambiarlos si te han llegado errantes».
No traté de explicarle más a fondo al marido de la paciente cero qué es lo quería demostrar, pues yo a la otra, la que por presumible envidia o desmesurado celo se había comportado así, la quería como ella también la quiso. Y además quisiera saber la verdad de la otra parte, atravesar la duda, trasladarme a la otra orilla y escuchar otros argumentos. Aunque sabía que este pedazo de cristal que se había desprendido de la vidriera de la amistad y la confianza sería imposible restaurarlo. Lo más y tristemente probable sería que se quedase roto para siempre. Me imaginé a las dos primas delante del destrozado espejo sin atreverse quitarse las mascarillas. Detrás de ellas, se sentirían más en posesión de la verdad. Quizás un virus traicionero y amenazante les habría hecho un favor. ¡Taparles la boca y la nariz! Malditas herencias, malditas miserias humanas…
Los patios y las terrazas han tomado la iniciativa en Atenas. Son los protagonistas absolutos. Ahora, todas las citas comerciales y profesionales se efectúan en abierto bajo la sombra de un árbol en el rellano de la empresa, del consultorio o del bufete. Los cafés y los refrescos se ofrecen y se sirven en tazas de papel take away. Los saludos se hacen con los codos, los puños o los dedos. Y las distancias se miden con los pasos como en un penalti social. Uno, dos, tres, hasta once. Los más atrevidos te pasan a una pequeña aula con una mesa rectangular de seis metros y cuatro sillas en cada rincón. Lanzarote no está. Fue la primera víctima. Y el sitio del mago Merlín lo ocupa el invisible y contemporáneo mago Covid. Las Ginebras son las que más valor le echan. ¿Por las estadísticas? ¿O porque por una vez más han demostrado que Arturo no es nada sin ellas? Ni siquiera un propósito…
Tenemos un deseo desatado por ir a Santorini. O por lo menos, a la cercana Hydra. Pero el garrote vil que amenaza con la proteína viscosa a mis haditas nos echa para atrás. ¿Y si nos atreviéramos? ¿Y si nos vistiésemos de Ginebras y desafiáramos el Excalibur? Conozco una roca en la imaginaria Atlántida que bien podría haber alojado todos estos años la espada de la osadía y el atrevimiento. Sin embargo, el largo de la travesía nos echa atrás. ¿Cómo puede tardar un moderno y veloz catamarán en cubrir esa distancia en casi seis horas si los alados barcos de los feacios surcaban el Mediterráneo y volvían en un día hace apenas tres mil años? ¿Será porque al que transportaban era Radamantis? ¿O porque alguien le quiere negar a Chifae cumplir con su máxima ilusión? Habría que replantearlo, pues la vida cada día se acorta y mengua y nadie sabe qué hay detrás de ella. Aunque sospecho que si no te gusta el arroz del paraíso, poco más puedes aprovechar en aquellos fogones amenazantes por los desalmados inquisidores. Ni que decir que si alguien quiere saber exactamente sobre la verdadera existencia de la Santa Inquisición, habrá que acudir a la página griega de la idiotikipedia donde sostienen que nunca existió, pues ha sido una invención de los protestantes para desacreditar el catolicismo y su Santa Iglesia. ¡O Zeus! ¿¡Por qué has multiplicado de igual manera los peces, los panes y los imbéciles en esta vida mediocre!?
Se me ocurrió que haciéndonos la prueba serológica todos, podríamos intentar más tranquilos esa travesía. No la del supuesto paraíso, sino la de Santorini. La respuesta, el precio y el modo difiere en cada barrio de Atenas. En Paleo Fáliro, con cita previa acuden a tu casa a recoger las muestras de sangre por treinta y cinco euros por persona y te envían el resultado en media hora. En Glyfada, tienes que ir personalmente al centro de atención y hacer cola hasta que te atiendan por cincuenta euros. Si esperas, tendrás los resultados en unos quince minutos aproximadamente. Si se te ocurre entrar en las páginas de internet que argumentan la eficacia o no de las pruebas, tanto la serológica como la molecular, antes de acabar de leer has preparado tu maletín, has bajado raudo al ruidoso puerto de Pireo y has agarrado el primer barco para la isla del volcán sin mirar atrás, pues no te han aclarado nada y no te han asegurado la eficacia de una o de la otra. ¿No es casi lo mismo haber hecho la prueba sin la garantía total de si el positivo es realmente positivo o si el negativo descarta la presencia del bicho que no hacerlo y seguir con las mismas dudas? Faltan dos días hasta el reencuentro con la “Chavala Loca” y las dudas persisten como hace una semana. ¿Santorini sí o Santorini no?
Delante de mi balcón, en los árboles que superan casi la altura del edificio, uno de mis invitados detectó ayer unos pequeños loros verdes. Me di cuenta de que eran parte de mi insistente insomnio junto al oxidado crujido del tranvía sobre las rayas. Ambos se silencian pasada la media noche y empiezan más impertinentes al asomar la aurora por el depilado contorno del monte Himeto, que adorna el fondo del paisaje que se divisa desde nuestros ventanales. Pensaba en algún momento en averiguar cómo habían llegado desde Sudamérica esos verduscos periquitos frente a mi ventana cuando mi invitado se giró y soltó sin que le haya preguntado: «¡Son fugitivos!». Y sin esperar respuesta, siguió. «Se han escapado hace más de quince años de un cuarto de la aduana del aeropuerto de Atenas, donde los habían recluido después de requisárselos a unos empresarios que querían importarlos para no sé qué fin». La cuestión es que Glyfada se llenó de periquitos verdes en un momento. Y desde entonces, se están multiplicando en sus parques y en sus alamedas. Ya se consideran autóctonos o con derecho a residencia. Y les pusieron nombre y apellido. Loro el Ateniense. Παπαγάλος ο Αθηναίος. Prometí aguardar el mejor momento para fotografiarlos. No era una historia trivial que podría pasar inadvertida. Un periquito verde ateniense en mi balcón era algo extraordinario en los tiempos de zozobra en que vivimos.
La casa de cada uno es donde habita su sosiego. Y no es que me seduzca sobremanera Cataluña y su radical nacionalismo, pero allí en la calita del Home Mort y les Coves dels Gegants yace nuestra amada, por lo que le perdonamos todo a esos ogros patrióticos errantes. Es nuestro hogar, y a Evita, a Chifae y a mí se nos hace ya largo el camino de regreso. Tanto como a Ulises se le atragantó el cabo Ténaron y se vio sorbiendose aquellos lotus embriagadores que le retrasaron diez años la vuelta al hogar. Estamos deshojando la flor del retorno. Y si algo no falla, pronto avistaremos las chimeneas de Sitges como Ulises oteó las chimeneas de Cefalonia más de treinta siglos atrás.
Septiembre suele ser lluvioso como los corazones. Pero los nuestros solo se inundan de esperanza. ¿Será este año un año sin tormentas? No se vislumbra la lluvia, pero nunca se sabe….
Verde que te quiero verde…