Nuestros vecinos italianos han puesto veto a la entrada de los helenos en su territorio. Aunque solo tengas que transitar inocentemente la bota, en los Apeninos de punta a punta o en la rica Emilia-Romaña y la Lombardía hasta la frontera con Francia hay que presentar la PCR, rellenar una declaración de pulcritud y presentarlos al transportista de turno. Al piloto, al capitán, al taxista, al camionero, al chofer del autobús, al carretero… ¡Pero si Grecia tiene un índice bajísimo de casos de Covid! ¡Si la han declarado tierra libre de virus, treat-free territory! ¿No será porque antes Grecia, dado el escandaloso número de contagios en el país vecino, pidió que los pulleses, los friulanos y los lucanos que surcan el Adriático o los lombardos y los piamonteses que vuelan sobre Cefalonia presenten el análogo certificado? ¿Por qué no exigen los modernos imitadores de la Milizia Volontaria el mismo certificado a los pálidos suecos, que están hasta la “coronilla” de coronavirus? Si hasta entre nosotros nos fastidiamos, los mediterráneos, ¿cómo no van a sacar pecho los invernados vikingos? Pero claro, el detestable y odioso interés monetario sale otra vez a relucir. ¿A quién han prohibido la entrada sin PCR los transalpinos? ¡A los que provienen de Grecia, España, Croacia y Malta! O sea, pura competencia turística… Pues no tiene nada que ver con el peligro sanitario, sino con el económico. ¡Porca miseria!
Y los helenos siguen vistiendo al 80% moda italiana. Buen proceder…
Estoy maquinando alguna ruta alternativa para estampárselos en los morros, pero resulta difícil. ¿Si no pasas por su territorio con el vehículo al dejar el ferry, por dónde pasas? ¿Atraviesas los Balcanes, Austria, Liechtenstein, Suiza y Francia y aterrizas cinco días después atravesando los pirineos a Barcelona? ¿Y si el canciller de los ostarrichis mientras tanto ha oído las voces del Führer desde la ultratumba o del hilarante Dollfuss y te obliga a cambiar de fe, de partido, de dogma y de pantalón? Y si es de fe o de partido, lo acepto. Pero ¿dónde encuentro yo una bermuda tirolesa para sustituir mis ajustados shorts españoles?
Al final, la margarita esta deshojada. Santorini puede esperar. El cielo no. Y el cielo está en el Jónico. Quizás Lefcada. Quizás Equinadas. Quizás el humilde Tsimari. Una cosa es cierta. Pasado nos vamos hacia el Jónico. Volvemos a la Laguna, tocamos el cielo. Nos comemos las pitas de espinaca más genuinas. Y esperamos el momento para asaltar el ferry que cruza el Adriático armados de certificados, de provisiones delicatessen helenas y de paciencia. En realidad, nuestro viaje con mascarilla no empezó durante el último tramo de julio en el ferry del muelle barcelonés camino a Roma, sino a principios del mes en nuestra invasión dórica particular a tierras andaluzas. Eso quiere decir un total de dos meses y medio sobre ruedas con Eva empachada de películas románticas o de aventuras delante de su iPad en el asiento trasero mientras se consumían los kilómetros hasta el Campo de Gibraltar. Y luego, de Sitges a Atenas. Y viceversa. Hubo así tiempo suficiente para perder la palabrería, olvidar lugares exóticos como Minaya, La Santa o Lávrio, meter la pata en la elección de merenderos y tabernas, perder horas interminables en asuntos triviales y anodinos y volver sin cumplir apenas con los pronósticos ni los propósitos. El tiempo es una pompa de jabón que necesita insuflarle incansablemente aliento para transcurrir y mantenerse. Pues en algún momento corre el peligro de perderse en el horizonte o caer sobre una espina de rosal traicionero y deflagrarse.
Llegan noticias negruzcas y alarmantes de nuestro rincón de les Coves dels Gegants. Al empezar el viaje, a nuestro municipio lo habíamos dejado como el ejemplo más espectacular de un pueblo libre de casos de Covid. Y ahora nos enteramos, apenas unos días antes del regreso, que la “fantástica” nueva realidad presenta al mismo como ejemplo a evitar, pues están creciendo los contagios diarios cuatro puntos por encima de la media catalana. Exclamar otra vez ¡Porca miseria! sería injusto. Más bien habría que gritar ¡Quin merder! Parece que en algunas cabezas prevalecen los petardos y los fuegos artificiales en vez de la prudencia y la sensatez. Porque ¿¡quién se atreve a secuestrar la noche del 23-A de las ocho elípticas y uniformes playas de Sitges!? ¡Oí que la primera “nueva víctima” fue su propia alcaldesa! ¿Será que quiso emular a Trump, a Johnson y a Bolsonaro por solidaridad nacionalista, aunque no profesa su misma doctrina política? La versión de sosia madura de Ada Colau —o a mí me parece así— resulta que es asintomática en todo. Eso es peligroso. La palabra “asintomático” es de raíz griega. Viene del verbo πέτομαι, que tiene dos significados. El primero, de πετώ, que significa ´volar, tengo mis alas y con ellas vuelo´. Y el segundo, de επαίρομαι, que significa ´presumir, …con algo de malicia´. Recelosamente, podríamos sutilizarlo de esa manera. Y que cada uno saque sus conclusiones ´Soy arrogante. Pretendo presentarme a mí mismo como importante y superior a los demás normalmente con mentiras´. Que conste que esa no es una etimología inventada por mí, sino que es lo que recogen los diccionarios griegos más prestigiosos. Y tampoco tengo ni la más mínima idea sobre el talante del intendente municipal. Simplemente, recuerdo que ¡estos viajes volubles y oscilantes, algo críticos, algo amargos, algo nostálgicos y errantes son con mascarilla!
Dijo el otro día Pilar que hay ocasiones en que viajas al leer y también que lees viajando. Lees la tierra fértil y los valles verdes. O los chamuscados por los incendios asesinos de la canícula y el hombre bruto. Lees los montes altos y los horizontes que se esconden como serpientes en sus pies. Lees el azul profundo del mar lejano y el lenguaje de los peces. Lees las carreteras rectas, las curvas onduladas y el reflejo del cielo sobre el asfalto. Lees la música de Jatzidakis que toca en tu radio y el sonido de las hadas del bosque que duermen agotadas en el asiento trasero mezclarse con la voz excitante de Flery. Lees las columnas de los antiguos templos ruinosos que se abalanzan hacia ti desvestidos de gloria. Lees los santuarios y los tesoros que se adivinan desde la sinuosa carretera que conduce a Delfos.
Es hora de quitarse la mascarilla solo un instante para respirar agua y esencia mágica de la Castalia Fuente. Como respetuosa y obediente fuente, Castalia no podría no ser hija del rio-dios Aqueloo. Y tan importante es y tanto embriaga su esplendor que dio el nombre a la expedición que planifican para explorar el cuerpo celeste 288P. Sin embargo, yo necesito preguntar al auriga que aguarda sobrio en la sala del museo de Delfos si la pudiera acompañar con su carruaje de bronce allá arriba. No sea que le pase como a Faetonte…
El paisaje de Atenas a Delfos no tiene que envidiar en nada al de Kyllini o de Patras a Atenas. Me refiero a lo anodino y peligroso que resulta. Sin embargo, al acercarse al Oráculo, los últimos kilómetros se vuelven sorprendentes entre montaña y montaña. Y Arájova, con su aspecto festivo y perenne, te recompensa para llegar menos furioso en tu encuentro con la esfinge de Naxos, que acecha inexpresiva y amenazante. En sus días de gloria, y sin la angustia que impartió el virus, las tabernas cercanas al lugar sagrado estaban repletas de lugareños y turistas que disfrutaban los manjares más típicos de la zona. Los sublakis, la cabra vieja asada, escogidas entrañas ensartadas y puestas al carbón y quesos de la zona montañosa de Giona. Ahora, la mayoría están cerradas y sombreadas como castillos encantados de cuentos lúgubres vikingos. El orden y las medidas sanitarias en el museo son de admirar. Mi gente es la más salvaje y la más disciplinaria a la vez que puedes encontrar sobre la tierra. Y generosa. Con 6 euros, pues aplicaron todos los descuentos habidos y por haber, nos entregaron 4 entradas para el museo y el recinto de los templos y una silla de ruedas para que Evita no se cansase al andar los pasillos y las salas de uno de los mayores tesoros arqueológicos de la humanidad. Y fue tanta su condescendencia que desviaban la mirada cada vez que Chifae disparaba una foto prohibida.
Desconocido para la mayoría de los Íberos, tanto o más que la Laguna, es el trayecto costero y serpenteante desde Delfos a la bella Lepanto. No la ciudad que hizo célebre la inexistente batalla, pues esa dio lugar al otro lado a más de 60 millas hacia el oeste, en las islas Equinadas, sino la moderna y encantadora κωμόπολη, que por emprendedora, le saca dos cabezas y media a Mesologgi o a Agrinio las otras importantes urbes de esta región de Grecia abandonada a su suerte desde los años de la liberación del país por el yugo de los otomanos. Los pequeños embarcaderos/poblados, acostados en minúsculas calas del golfo Crisaio, suceden como en un álbum de postales al deshojarlo lentamente. Y los islotes, los atolones y los peñascos deshabitados brotan sorprendentemente en cada curva del fondo de la aguas azules y oscuras del mar. Una anchurosa y rauda embarcación de madera danza cada hora sobre el rugoso y breve oleaje, fiel a su cita horaria con el pintoresco pueblo de Trizonia, que probablemente tomó su nombre de aquellos incansables insectos y cantores que se llaman en castellano grillos. Aunque no suelo proponer enlaces en esos viajes enmascarados, sería delicioso que pudieseis recuperar el relato sobre esa islita cuentacuentos del libro de Ana MIL VIAJES A ÍTACA y los helenoparlantes su traducción en el bilinguay.com con el título ΤΟ ΝΗΣΙ ΠΟΥ ΠΛΕΚΕΙ ΠΑΡΑΜΥΘΙΑ.
En estas narraciones austeras y desprovistas de explicaciones meramente turísticas, no entramos a valorar ni a describir ni a elogiar ni a recomendar los pueblos y las ciudades que encontramos en este loco círculo alrededor de un pedazo del amado mediterráneo. Para eso, hay de sobra guías y páginas que detallan sobre alojamientos, gastronomía, sitios de interés, compras o espectáculos. Nuestra mirada es instantánea, veloz, destellante y deleitosa. Solo un rayo para los sentidos, un respiro para la angustia, un alejamiento fugaz y un viaje breve a la belleza de esa naturaleza que no podrá extinguir ningún virus si el hombre no se hace cómplice.
Y ahora otra vez en la Laguna. Porque es donde buscas reencontrar la felicidad que la mayoría busca escarbando entre los bosques de cemento de las grandes y anónimas urbes. Tú lo recibes latente dejando pasar las horas delante de los palafitos, de las pasarelas y las gaitas que, delicadas, surcan el agua salobre. Y esos caminos de tierra que se pierden entre las salinas, esos caiques de madera oxidada y repintada y esos islotes que cada uno abraza a una ermita para que no se le escape entre la sal y las algas te atrapan la mirada, el alma y la voluntad y transforman el ansia en quietud y esperanza. Habría que pensar y organizar la penúltima travesía que conduce atravesando sus aguas someras al Adriático y al territorio enrarecido de etruscos y latinos. Pero nos resistimos. Aunque sea ganar un día más alejados de la enajenación mental que de repente se apoderó de toda la clase política española y se va transmitiendo también entre la muchedumbre, nos resistimos. Aunque sea por llegar un día más tarde con la esperanza a que haya un contagio menos que la víspera, nos resistimos. Sabiendo que tarde o temprano —y más bien temprano— nos tendremos que volver para solidarizarnos con nuestros vecinos y comprobar si de verdad hay tanto como dicen o dicen tanto como les parece…
Septiembre aguarda agazapado. Y eso nos inquieta. Y ni siquiera se ha dado por terminado ese extrañísimo verano.
Ni siquiera sabe septiembre si recibirá a los alumnos en las aulas. ¿Y si es el que amenaza robarnos el mes de abril de nuevo? ¡Sabina no lo resistiría!
Una vez más… gracias por tus relatos