¡LOS POETAS DE LA LAGUNA MÁS HERMOSA!


 

JORGE DROSINIS/ ΓΙΩΡΓΟΣ ΔΡΟΣΙΝΗΣ

 

El zorro monje 

 

Como nada tenía que comer,

un zorro pícaro y receloso

decidió que era su deber

acudir para hacerse religioso.

 

Tres gallos que nada tuvieron

de cabeza, ni sabia, ni ciencia,

asistieron. Pues le creyeron

suplicando ellos su clemencia.

 

Entraron ¡ay de mí!, a su celda

para que el monje les confiese

y que bien los tres absuelva;

mientras espíritu y paz les diese.

 

Este, sin perder nada de tiempo

como además estaba hambriento,

les agarra igual que un cepo.

Y, ¡Oh! ¡los zampa a fuego lento!

 

Y el zorro en pleno duelo sostiene,

mientras los llora como en un rito

que le pasa siempre al que tiene

apenas eso: ¡la cabeza de chorlito!

 

Música: Notis Mavrudis & Coro

 

 

Oscuridad resplandeciente (Qué es lo que pido)

 

¡Oh, amarizados bajo el sol palacios marinos

de nubes de una noche de verano elevados!

 

«No pido ser hiedra de alzamiento raso

en soportales extraños enredada.

Mejor ser un junco, un arbusto laso.

Y que yo mismo adrice a mi alzada».

 

«No pido ser la lumbre de aquella orilla

que presume blanca por la luz del sol.

Mas quisiera dar mi flama que brilla,

aunque solo sea un humilde farol».

 

Música: Mikis Teodorakis & Coro

 

 

 

Noche cerrada

 

Medianoche. Noche cerrada.

Con las alas abiertas del anhelo,

vuela mi alma, libre esclava,

en los ocultos mundos del cielo.

 

Y avista en la noche lo invisible

que cubría el mentiroso día.

Y de la noche escucha lo audible

en la brisa que olas escondía.

 

Vislumbra sombras de castillos,

blancos espectros de los castros.

Y el brote oye de los arbolillos

y las andanzas de los astros.

 

 

El allozo

 

Zarandeó al florecido allozo

con sus manitas

y se inundaron de flores su regazo, su dorso

y sus trencitas.

 

¡Oh! Así como la vi nevada y loca,

dulcemente la besé.

Le aparté las flores de la boca

y de esa manera le hablé.

 

«Loca, pon en tu pelo la nevada.

No tengas prisa.

La escarcha te visitará en nada.

¿No se divisa?

 

En vano, entonces recordaras tu pasado

y tus retozos,

flaquita anciana con el cabello nevado

y tus finos anteojos».

 

Música: Tzortzis Costís & Coro

 

El arribo

 

Habrá, mientras llegamos, el día anochecido

en la aldea del sombreado ejido

mientras se vislumbre el chamizo blanquecino

detrás de las acículas del pino.

 

Se sentirá lejano de los corderos el balido

y de un cimbalillo nocturno el sonido.

Caminarán bueyes bebiendo en las fuentes

y braseros humearán ardientes.

 

Será profundo el respiro en nuestras pisadas

del aroma de las espigas cosechadas.

Y con ternura, nos desearán las «bienvenidas»

manos de la penuria curtidas.

 

Y estaremos apartando aún de los umbrales

marchitas del tiempo zarzas y matorrales,

abriendo de par en par de la vetusta fortaleza

la robusta, que era de acero, verja.

 

 

La balada del amor

 

Como el pequeño jilguero se resigna

a vivir en una jaula toda su vida

y que le nutra una mano que se digna

o a mecerle con una melodía linda

 

en una de esas jaulas de amor encerrado.

Arriba y abajo me acostumbré a volar.

Y en cuando me siento enojado,

feliz o alegre, empiezo a cantar.

 

«¡Espiga! Me basta solamente tu mirada.

Tus besos son agua fresca y templada.

Mas, ¿cómo? ¿Te enojas? ¡Ah, lo siento!»

 

El jilguero pobre que se acostumbre

en una jaula nunca la libertad descubre.

Nunca, amor mío. ¡Ni un momento!

 

 

Lluvias de otoño

 

Con las primeras lluvias otoñales, mensajes llegarán

de invierno y el río se llenará de cieno.

Marchitas las hojarascas crepitarán

del arce y helará la noche. Se alargará de pleno.

 

Como gotas de rocío, las bayas rojas del madroño

caerán y juntos en la tierra los ciclaminos

florecerán. Las chimeneas de los chamizos de otoño

echarán humo y la gente se recogerá de los caminos.

 

Los grillos callarán por fin y su lejano viaje prepararán

para otros mundos de primaveras sin nieve.

Y cada noche, a medio cielo volarán

aladas cruces las golondrinas negras mientras llueve.

 

¡Oh, qué alegría inmensa! Sentiremos el invierno

mientras las nevadas y la escarcha aguardamos

sin temor. Será nuestra vida un último viaje yermo.

Pues las primaveras de otros mundos no anhelamos.

 

 

COSTIS PALAMAS&ΚΩΣΤΗΣ ΠΑΛΑΜΑΣ

 

                                                     Al poeta Milto Malakasi

 

¡Cuán caballero galopabas siendo solo un rubio niño!

Y así, tu galope estremecía el hermético camino.

Y detrás de los guacales y en los verdes ventanales,

a contemplarte acudían las lozanas virginales.

Ahora, se apoderó la brisa de tu pelo los mechones

Y, al palidecer, alcanza tus traslucidas facciones.

Cuan almirante, desfilabas otras tierras bordeando

como heroico jinete, noble yegua montando.

Y a tu yegua alada diste de beber del afluente.

Y el agua brotaba de «Castalia», la fuente.

 

 

Brindis al poeta Lorenzo Mavili

 

Tu alma en el silencio vuela. Pero

está sola. Odias la boca que aúlla.

Mas, ¡oh!, del soneto noble obrero

la llama de la patria te arrulla.

 

En una marmita de alabastro llena,

a tierra noble y húmeda huele

y se estremece una flor amena,

pues ser algo indetectable suele.

 

Marmita es el verso. Y la flor, tu mente.

Mas rompió un asa la marmita.

Y la garza de tu flor belleza siente

 

que con el humo de la pólvora se cita

en Creta, en la corona de los mares,

que turcos vence, con el verso, a millares.

 

 

Tras la vida

 

Me apagaré como la antorcha cuando muera.

Y llegaré inmaculado al punto cero.

¿Me apagaré como una antorcha cuando muera? Ningún cielo.

 

¿Ningún cielo me llevará a su vera?

¿Hades ninguno me engullirá en su afluente?

¿Ningún cielo me llevará a su vera? ¿De mi razón la fuente

 

se perderá? ¿Nunca llegará a ser universo?

¿No liderará el baile de los astros solo?

¿Se perderá? ¿Nunca llegará a ser universo? Carmesí o Incoloro

 

astro de un amor rebelde como el verso

de mi alma profunda e insurgente.

Astro de un amor rebelde. ¿Cómo? ¿No la acogerá? ¿Me miente?

 

 

El perfume de la rosa

 

El último año, el cruel me atizó invierno,

pues me encontró sin juventud y sin brasero.

Y mi desplome crucial ha sido eviterno

¡oh, sí! ¡En la nevada senda me muero!

 

Mas apenas me animó del marzo la sonrisa,

a buscar de nuevo me atreví arcaicos senderos.

Y al primer aroma de un rosal, sentí deprisa

dos lágrimas brotar de mis luceros.

 

 

 Cimotoe (la oceánida)

 

—¿Quién vio a la nereida Cimotoe,

de piélagos anhelo y de la espuma

y del efímero allende firmamento,

alejada de la lluvia y la bruma?

 

—Yo vi a la nereida Cimotoe,

de piélagos la alegría y la espuma,

y a sus pies arrastrándose Ascreo

al bardo que honra héroes con su pluma.

 

—¿Quién vio a la nereida Cimotoe?

Las olas imantadas en su pecho gimotean

y delfines de oro vibran con su voz.

Y su cuerpo con el mar embrean.

 

—Yo vi a la nereida Cimotoe

desenterrar desde el abismo, que es dueño

el rey de Thula, su preciado cáliz.

Un cáliz de ensueño.

 

—¿Quién vio a la nereida Cimotoe?

Su rostro, áureo resplandor.

La luna se sumerge en el regazo

del mar y besa sus senos con temblor.

 

—Yo vi a la nereida Cimotoe

dar de beber al divino trovador

en el cáliz de aquel rey de Thula. ¡Oh!

¡Dios o mortal afortunado será el bebedor!

 

Los mercados

 

Sediento siempre. Como la lluvia temprana.

Veranos resquebrados en la casa bendita.

Una vida oculta como súplica de eremita,

traicionada vida que sin amor se hilvana.

 

Sediento como nave que al piélago se arrimó

y bregas con las aves siempre y los narvales,

que es su vida eterna en mundos siderales.

¡Mas la nave misma y la casa te dijeron: «no»!

 

Ni tu marginada dicha que no se agita.

Ni la vida misma que alma nueva inventa

cada nueva tierra y cada tierna caleta.

Y el sobresalto presto del esclavo que grita.

 

«Arrastra en los mercados la desnudez de tu cuerpo,

extraño para los extraños y para los tuyos muerto».

 

 

 

Lumbre nocturna

 

—¿Recuerdas aquel pobre chamizo

en el frondoso bosque lejos de la ciudad?

—Recuerdo el chamizo pobre como ermita y como castidad.

 

—¿Al ermitaño, recuerdas del chamizo, quizás ladrón, monje o pastor?

—¡Lo recuerdo! Su pena sigue llorando entre el viento del albogue redentor.

 

—¿Recuerdas su pálido rostro desgastado y su corcovada espalda?

—Recuerdo bajo sus boscosas cejas los ojos de una mirada embriagada.

 

—¿Recuerdas la lumbre en el frondoso bosque? ¿La repentina y nocturna lumbre?

—¡Recuerdo la Lamia que quemó el chamizo! Arde el rico bosque. Ceniza lo cubre.

 

—¿Recuerdas? ¿De él qué habrá sido? Nadie volvió a ver de nuevo al ermitaño.

—No sé. Sobre todas las cosas me queda del chamizo aquel recuerdo extraño,

pues sobre sus cenizas planeaba un amor huraño entre ánimos vanos

que templaba, como a los arcángeles las alas y sus candorosas manos.

 

 

Amargura

 

Viví los años añorados de mi juventud

al lado de la playa.

En aquella mar somera y mansa.

En aquella mar extensa y ancha.

 

Y cada vez que, floreciente frente a mí,

mi vida arremansa

y oigo susurros, vislumbro sueños

de mi juventud. Frente a la playa ancha,

 

suspira mi alma y mi corazón suspira:

¡Ay, vivir de nuevo,

en aquella mar somera y mansa,

en aquella mar extensa y ancha!

 

Aquella es mi ventura y mi destino.

No conocí otra ninguna.

Una mar dentro de mí como océano

Abierto. ¡Oh, ancha y dulce laguna!

 

¡Y he aquí! La vi mientras dormía

cerca de mí. ¡La playa!

En aquella mar somera y mansa.

En aquella mar extensa y ancha.

 

Y a mí, que pena me cerca la amargura.

Una amargura ancha.

Y no la endulza la aparición en la pantalla

de mi primer anhelo. ¡Amada playa!

 

Cual marejada en mi alma se agitaba.

¡Y que vahído borrascoso!

Que no concilia el sueño y no descansa

en su añorado encuentro. ¡Oh, playa ancha!

 

Una amargura sin sentido sigilosa.

Un pesar como avalancha.

Esa que alada en el cielo aún perdura.

Mi juventud. Cerca de la playa ancha.

 

 

Atenea en relieve

 

 

¡De qué modo con garbo en el venablo te apoyabas!

Tu yelmo formidable

sobre tus senos. Recia Kore te inclinabas.

¡Oh, Ideal! ¿Qué aflicción puede ser tan considerable

 

para llegar a ti? Enemigo que rayos porta,

no sirve para tus nuevas premisas alabadas.

¿No conducen la proa, estas naves tuyas, directo a la roca,

y parecen procesiones atenienses engalanadas?

 

Atisbo una fría lápida que tiene

a la Palas Atenea crucificada de tristeza.

¡Oh! Algo épico e insólito parece sobreviene.

 

Lloras desconsolada a tu Ciudad Eterna,

en cuyo sepulcro yace Inerte, sola y yerma

esa perpetua Hélade que ahora ha perdido su grandeza.

 

 

Un Dios

 

¡Oh! Nace un Dios dentro de mí.

Y mi cuerpo se transforma en una capilla.

No lleva dentro un humilde belén. Ni

dentro de mí hay un cielo claro que brilla

 

como mi rostro, que reluce como estrella.

¡Ante Dios descubríos ya! Llegó la hora.

Y traed desde vuestra extraña tierra bella,

¡oh reyes magos!, regalos a Dios ricos ahora.

 

Traedme, como dicta Su voluntad divina,

mirra de la esperanza, incienso de disciplina

y de lealtad y oro de puro amor que ilumina.

Signos de esos que nunca el hombre imagina.

 

Y de sus inmaculados tronos, ángeles cantan

en mi corazón. Y sobre su cuna, arrullo lento,

con inmortales cánticos loan y asonantan

del alabado Dios el divino nacimiento.

 

Dentro de mí, hay un claro cielo que brilla.

Y mi cuerpo, de un humilde belén, lo vi

mudar y transformarse en una capilla.

¡Oh! Nace un Dios dentro de mí.

 

 

 

Quisiera construir una casita

 

Quisiera construir una casita

en soledad y en silencio sepulcral.

Conozco una verde ladera.

¡No la pondré en este lugar!

 

Conozco una tierra interminable

con un rico y ancho bulevar,

con palacetes y jardines.

¡No la pondré en este lugar!

 

Conozco una alegre playa

donde no dejan las olas de besar

a las dunas de lirios sembradas.

¡No la pondré en este lugar!

 

Tendida, avanza una alameda

cruzando una árida llanura,

a la que castiga duro la ventisca…

y el lebeche la tortura.

 

Una alameda quebrantada que

al caballero que hambriento llega,

y al caminante que de sed padece

los sepulta en la polvareda.

 

Allí pues, construiré mi casa,

con una fuente en la parcela.

Siempre humeará su chimenea

y siempre abierta su cancela.

 

 

 

El soneto del río de oro de ley

 

Vuela mi mirada libre. Desvanece. Ensarta

las nubes en el cielo. Las olas en la mar.

Y va y se detiene allá donde suave imanta

La mar confluye con el cielo y le quiere hablar.

 

Duerme la orilla. La brisa tímida navega.

Las aves nubes blancas. El cielo renegrea.

La noche cae sola. El poniente se broncea.

El día desvanece. Y con la muerte juega.

 

Mas del ocaso el garbo en breve desaparece.

Y nace sobre la laguna la luna. Y se sumerge,

formando con su cola un río serpenteado.

 

Entonces, he de decirte, mi rozagante amada:

«Nuestro mar del corazón, de pasión sembrado,

es el mismo Eros, que es el río de ley dorado».

 

 

 

El principio

 

Viajero en tierra extraña, fui invitado a una boda.

hermosa era la novia. Y el novio un nigromante.

Y yo, caballero andante, mi vida derrochaba toda

en la huida que no tiene término. ¡Pues sigue adelante!

 

Largo el camino. Y hasta llegar, miraba solo al frente,

calmando la orgullosa furia del plateado tordo.

Y vislumbraba, lejos de aquí, en un viaje diferente,

los ecos que brotan dentro de mí en un lamento sordo.

 

Ecos ancestros, íntimos, con dulces bocas narran

de hermosuras de mujer sombras en las moradas.

Yemas de parva fragancia y flores que aroma emanan.

Callado el habla llevan de la soledad las cándidas miradas.

 

Volví de nuevo y vuelvo a enlazar la armoniosa rima

Que atronas al unísono y enciende los corazones.

Derrocha la arena mil labios y besa la ola encima.

Y juntando los mismos labios, silban niños y gorriones.

 

 

 

MILTO MALAKASIS/ ΜΙΛΤΙΑΔΗΣ ΜΑΛΑΚΑΣΗΣ

 

Chubascos de primavera

 

Caen espesas, rotas

de la llovizna gotas.

Solo y sordo lamento

del alma el sufrimiento.

 

¡Mira! Un sol de mayo

se junta con el granizo

del corazón. Mal hechizo

amargo y plomizo.

 

Hoy le ataron cadenas

a mi vida entera.

Que rompan y que muera

en el tiesto la enredadera.

 

Hoy la ataron cadenas

a mi vida entera.

Mi alma, que se entierra

bajo la lluvia en la tierra.

 

Cae la lluvia en la jardinera.

Pedriscos como estrellas.

Andrajos sus huellas.

Vacuas alegrías ellas.

 

Hoy el sol escondido

es de mi tristeza amigo

y de mi corazón perdido

vano de la lluvia testigo.

 

Música y voz Orfeas Peridis

 

 

Cantar de cantares

 

Ven y apoya tu cabeza rubicunda

en mi regazo, que se estremece.

Canciones nuevas vengo a dedicarte,

ahora que el silbido del jilguero no te mece.

La noche, ya ves, camina de negro, inmunda.

Y todo en silencio se adormece aparte.

Ven ya, amada mía cautiva y soñadora,

a emborracharme con tu fragancia seductora.

Ven. Una canción de amor para cantarte.

Ven y apoya en mi tu rubia cabeza.

Y ponla en mi regazo con delicadeza

ahora que el silbido del jilguero se enmudece.

Ven. Una canción de nuevo a cantarte.

 

A una caracola

 

Encierro en la caracola

un albogue y una viola.

Y a mi alma entrego en brazos

de volátiles abrazos.

 

¡Oh! No volvió a abrir los ojos

ni a sueños ni a antojos.

Y de los castillos, los cimientos

en los océanos abiertos.

 

Arrojo acero y cadenas

Sólidas. Y tersas apenas;

mis viejas preocupaciones,

mis desolaciones.

 

Vivo las horas por momentos

y las horas como tiempos.

Y arranco con la bruma

los rosales de la espuma.

 

Mi timidez, pues, superaría

por primera vez y acertaría,

como gaviota con alas abiertas,

a volar por nubes desiertas.

 

Y me sumerjo con delfines,

desafiando bergantines

en la inmensidad del mundo

de ese olvido tan rotundo.

 

Encierro en la caracola

un albogue y una viola.

 

Canción ligera sobre la laguna

 

Encañizada. Encañizada. Juntos a armarla en la laguna

entre las aguas de oro y esmeralda, bajo la lasciva luna.

Y en mar abierto, redes de arrastre bajo la luz tenue del farol,

que colgado balancea y parpadea besando al remo mayor.

 

Un palafito aquí. Otro allá. Tallos flotando. Y la ventisca ya

arreciando los arrastraba a la somera. Y transcurría el día.

«¿Salimos? ¿por aquí?», te preguntaba. Y respondías: «por allá».

Y la tramontana nos empujaba al canal. No nos correspondía.

 

Y ahora, a toda vela, perdidos entre ráfagas de vientos ribereños.

Mientras viajan al infinito nuestras pasiones y nuestros sueños

en tu mirada, de la hermosa luna centelleaba el resplandor

y descansaba sobre la espuma de la laguna alrededor.

 

De mis años de Mesologgi.  (inspiración para la canción “Giannis el asesino”- Ο Γιαννης ο φονιας)

 

La hija de un marinero y de un lagunero hermana

y muy consentida,

sustento y bienvenida

con nanas de amor mecida

por una madre lozana

y que fue por todos pretendida,

día y noche el astro rey asomaba en su mirada.

Era de la señora Anió, la hija la mimada.

Esa que mi primer amor fue y mi lucero, recado me envía

antes de que regrese algún día

a la desolación de extrañas tierras: «Que vaya todavía

a verla por si aún, ¡oh!, la reconocía».

Pues viudita y falta de amor quedóse abandonada

por aquel cruel reproche.

Y sola en la vieja morada familiar, marchita y devastada,

vestida de negro en la oscuridad,

como olivo herido la encontré triste aquella noche.

Y en su rostro pálido estaban marcadas sin piedad,

entre sombras nocturnas,

sus cicatrices del paso del tiempo bajo aquellas lunas

donde amargas brotaban lágrimas de su mirada bella.

¡Ay, ojalá beberlas pudiera! ¡Unas

por mí y otras más por ella!

 

Mesologgi

 

A ti, mi recuerdo. A ti, flor de muerte.

Inmaculada rosa grabada en mi piel,

aroma y caricia que tu mirada vierte

y espina ensangrentada y cruel.

 

Cuando ¡oh! corazón de la laguna

con mirra la salumbre desalmada

y de colores te embriagaba oportuna

para olvidarte de morir siendo amada.

 

Como ojaranzo del “Veintiuno” glorioso,

Tardía, ¡oh!, flor apareces frente a mí.

Tus hojas caen tristes de tu leño frondoso.

Y sobre la tierra, tu madura fruta carmesí.

 

En tantos amaneceres, sombras y ocasos

dentro de tus poemas, música que inspira

a los árboles, murmullo de agua y abrazos.

Notas perdidas los acordes de la lira.

 

Mesologgi, sacro altar ensangrentado

del bardo poeta el sepulcro y su gloria.

De Cristo Kapsalis, tú el hacho alumbrado.

Y del “éxodus” la noche y su memoria.

 

Y ahora si la lengua me liberáis y la mente,

de mi candor se oirá un himno furibundo

entre odas y alabanzas espléndidamente

las que te cantan con respeto todo el mundo.

 

El amor

 

Que no regrese a aquellos años el pensamiento.

Mejor un recuerdo como aquel se pierda.

¡Quién sabe si sería escrito el amor que siento

por ti y que jamás otra ninguna así lo recuerda!

 

Y si tú juventud se marchitó y tanto te entristece

como jilguero que emigró llevando a su retoño

más que la primavera cálida, ese amor enardece

en tu albo cabello seductor el roce del otoño.

 

Vislumbro y amo en ti tu otro semblante tierno.

¡Lo juro por aquellos dos que adoro! ¡Tus luceros!

El dulce mas infructífero, el apacible invierno

que un día tu rostro dibujó y emergió el Eros.

 

¡Y mira! Los esplendores de diciembre ambarinos

y la belleza de la luna de enero cuando anochece

no se encuentran en abril con sus antojos divinos

o en un mayo monótono que por calor padece.

 

 

El bosque

 

El bosque que estremecía

hasta atravesarlo

olvídate de pasarlo

nocturno caminante.

 

Al alba, lo saquearon

supinos leñadores.

Hicieron sendas mayores

nocturno caminante.

 

Su profundo lamento

que tu alma hechizaba

y su sombra te asustaba

ya no lo escucharás,

 

pues alas se lo llevaron,

anchas, al infinito

y lo hicieron su grito

las aves al compás.

 

Y un grito que ensordecía

casi con voz humana

en la calma meridiana

por siempre se calló.

 

El canto, caminante,

que te llevaba silencioso

a palacio hermoso,

al alba sin esperanza,

 

se lo llevaron lejos:

el macabro escalofrío,

el quebranto y el frío

y la mustia hojarasca.

 

Y el arpa con su sonido,

que dulce te embriagaba

pero en vano te tocaba

su música mortal,

 

se perdió con la huida

en silencio entre brañas,

en piélagos y montañas

de la moza virginal.

 

El bosque que estremecía

hasta atravesarlo

olvídate de pasarlo

nocturno caminante

 

se hicieron ahora féretros

sus árboles milenarios

para ritos funerarios

nocturno caminante.

 

 

Trovador

 

Vine a cantarte mis bellos versos,

mas encontré cerrada tu ventana.

¿Con qué coraje volver? Inmersos

sufrían mi corazón y mi triste alma.

 

La noche entera pasé en tu rellano

y mi guitarra lamentaba de voz triste.

¡Qué pena! No me tendiste tu mano

para acariciar mis labios como dijiste.

 

Y cuando tomé el camino a la aurora

subiendo la ladera con mi triste fario,

llevaba la guitarra como cruz ahora.

¡Era muy largo mi camino al calvario!

 

Música Mimis Plessas/ canta Nikos Kourkoulos

 

Lluvia

 

Fuera la lluvia. Y desde la ventana,

negros los techos, negros senderos.

De ojos tristes lagrima no emana

mientras la pena ahoga tus luceros.

 

Las nubes que agita fuerte el viento

y en silencio lloran y se lamentan

esclava a mi alma arrastran. Lo siento.

Y yo susurro los secretos que cuentan.

 

Un día desde dentro de mi ventana,

mientras sentada estabas a mi lado,

se reflejaba en tu mirada soberana

la lluvia triste que caía en el prado.

 

Vislumbraba horizontes más lejanos,

que en tus ojos de nuevo reflectaban.

Las nubes como veloces aeroplanos

al cielo sobre el viento transportaban.

 

Fuera la lluvia. Y desde la ventana

negros los techos, negros senderos.

De ojos tristes lagrima no emana

mientras la pena ahoga tus luceros.

 

Las nubes que cuelgan suspendidas

y se acercan y no cesan de llover

ahora escapan de tu mirada. Huidas.

¡Ya no reflejan tu afligido padecer!

 

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.