JORGE DROSINIS/ ΓΙΩΡΓΟΣ ΔΡΟΣΙΝΗΣ
El zorro monje
Como nada tenía que comer,
un zorro pícaro y receloso
decidió que era su deber
acudir para hacerse religioso.
Tres gallos que nada tuvieron
de cabeza, ni sabia, ni ciencia,
asistieron. Pues le creyeron
suplicando ellos su clemencia.
Entraron ¡ay de mí!, a su celda
para que el monje les confiese
y que bien los tres absuelva;
mientras espíritu y paz les diese.
Este, sin perder nada de tiempo
como además estaba hambriento,
les agarra igual que un cepo.
Y, ¡Oh! ¡los zampa a fuego lento!
Y el zorro en pleno duelo sostiene,
mientras los llora como en un rito
que le pasa siempre al que tiene
apenas eso: ¡la cabeza de chorlito!
Música: Notis Mavrudis & Coro
Oscuridad resplandeciente (Qué es lo que pido)
¡Oh, amarizados bajo el sol palacios marinos
de nubes de una noche de verano elevados!
«No pido ser hiedra de alzamiento raso
en soportales extraños enredada.
Mejor ser un junco, un arbusto laso.
Y que yo mismo adrice a mi alzada».
«No pido ser la lumbre de aquella orilla
que presume blanca por la luz del sol.
Mas quisiera dar mi flama que brilla,
aunque solo sea un humilde farol».
Música: Mikis Teodorakis & Coro
Noche cerrada
Medianoche. Noche cerrada.
Con las alas abiertas del anhelo,
vuela mi alma, libre esclava,
en los ocultos mundos del cielo.
Y avista en la noche lo invisible
que cubría el mentiroso día.
Y de la noche escucha lo audible
en la brisa que olas escondía.
Vislumbra sombras de castillos,
blancos espectros de los castros.
Y el brote oye de los arbolillos
y las andanzas de los astros.
El allozo
Zarandeó al florecido allozo
con sus manitas
y se inundaron de flores su regazo, su dorso
y sus trencitas.
¡Oh! Así como la vi nevada y loca,
dulcemente la besé.
Le aparté las flores de la boca
y de esa manera le hablé.
«Loca, pon en tu pelo la nevada.
No tengas prisa.
La escarcha te visitará en nada.
¿No se divisa?
En vano, entonces recordaras tu pasado
y tus retozos,
flaquita anciana con el cabello nevado
y tus finos anteojos».
Música: Tzortzis Costís & Coro
El arribo
Habrá, mientras llegamos, el día anochecido
en la aldea del sombreado ejido
mientras se vislumbre el chamizo blanquecino
detrás de las acículas del pino.
Se sentirá lejano de los corderos el balido
y de un cimbalillo nocturno el sonido.
Caminarán bueyes bebiendo en las fuentes
y braseros humearán ardientes.
Será profundo el respiro en nuestras pisadas
del aroma de las espigas cosechadas.
Y con ternura, nos desearán las «bienvenidas»
manos de la penuria curtidas.
Y estaremos apartando aún de los umbrales
marchitas del tiempo zarzas y matorrales,
abriendo de par en par de la vetusta fortaleza
la robusta, que era de acero, verja.
La balada del amor
Como el pequeño jilguero se resigna
a vivir en una jaula toda su vida
y que le nutra una mano que se digna
o a mecerle con una melodía linda
en una de esas jaulas de amor encerrado.
Arriba y abajo me acostumbré a volar.
Y en cuando me siento enojado,
feliz o alegre, empiezo a cantar.
«¡Espiga! Me basta solamente tu mirada.
Tus besos son agua fresca y templada.
Mas, ¿cómo? ¿Te enojas? ¡Ah, lo siento!»
El jilguero pobre que se acostumbre
en una jaula nunca la libertad descubre.
Nunca, amor mío. ¡Ni un momento!
Lluvias de otoño
Con las primeras lluvias otoñales, mensajes llegarán
de invierno y el río se llenará de cieno.
Marchitas las hojarascas crepitarán
del arce y helará la noche. Se alargará de pleno.
Como gotas de rocío, las bayas rojas del madroño
caerán y juntos en la tierra los ciclaminos
florecerán. Las chimeneas de los chamizos de otoño
echarán humo y la gente se recogerá de los caminos.
Los grillos callarán por fin y su lejano viaje prepararán
para otros mundos de primaveras sin nieve.
Y cada noche, a medio cielo volarán
aladas cruces las golondrinas negras mientras llueve.
¡Oh, qué alegría inmensa! Sentiremos el invierno
mientras las nevadas y la escarcha aguardamos
sin temor. Será nuestra vida un último viaje yermo.
Pues las primaveras de otros mundos no anhelamos.
COSTIS PALAMAS&ΚΩΣΤΗΣ ΠΑΛΑΜΑΣ
Al poeta Milto Malakasi
¡Cuán caballero galopabas siendo solo un rubio niño!
Y así, tu galope estremecía el hermético camino.
Y detrás de los guacales y en los verdes ventanales,
a contemplarte acudían las lozanas virginales.
Ahora, se apoderó la brisa de tu pelo los mechones
Y, al palidecer, alcanza tus traslucidas facciones.
Cuan almirante, desfilabas otras tierras bordeando
como heroico jinete, noble yegua montando.
Y a tu yegua alada diste de beber del afluente.
Y el agua brotaba de «Castalia», la fuente.
Brindis al poeta Lorenzo Mavili
Tu alma en el silencio vuela. Pero
está sola. Odias la boca que aúlla.
Mas, ¡oh!, del soneto noble obrero
la llama de la patria te arrulla.
En una marmita de alabastro llena,
a tierra noble y húmeda huele
y se estremece una flor amena,
pues ser algo indetectable suele.
Marmita es el verso. Y la flor, tu mente.
Mas rompió un asa la marmita.
Y la garza de tu flor belleza siente
que con el humo de la pólvora se cita
en Creta, en la corona de los mares,
que turcos vence, con el verso, a millares.
Tras la vida
Me apagaré como la antorcha cuando muera.
Y llegaré inmaculado al punto cero.
¿Me apagaré como una antorcha cuando muera? Ningún cielo.
¿Ningún cielo me llevará a su vera?
¿Hades ninguno me engullirá en su afluente?
¿Ningún cielo me llevará a su vera? ¿De mi razón la fuente
se perderá? ¿Nunca llegará a ser universo?
¿No liderará el baile de los astros solo?
¿Se perderá? ¿Nunca llegará a ser universo? Carmesí o Incoloro
astro de un amor rebelde como el verso
de mi alma profunda e insurgente.
Astro de un amor rebelde. ¿Cómo? ¿No la acogerá? ¿Me miente?
El perfume de la rosa
El último año, el cruel me atizó invierno,
pues me encontró sin juventud y sin brasero.
Y mi desplome crucial ha sido eviterno
¡oh, sí! ¡En la nevada senda me muero!
Mas apenas me animó del marzo la sonrisa,
a buscar de nuevo me atreví arcaicos senderos.
Y al primer aroma de un rosal, sentí deprisa
dos lágrimas brotar de mis luceros.
Cimotoe (la oceánida)
—¿Quién vio a la nereida Cimotoe,
de piélagos anhelo y de la espuma
y del efímero allende firmamento,
alejada de la lluvia y la bruma?
—Yo vi a la nereida Cimotoe,
de piélagos la alegría y la espuma,
y a sus pies arrastrándose Ascreo
al bardo que honra héroes con su pluma.
—¿Quién vio a la nereida Cimotoe?
Las olas imantadas en su pecho gimotean
y delfines de oro vibran con su voz.
Y su cuerpo con el mar embrean.
—Yo vi a la nereida Cimotoe
desenterrar desde el abismo, que es dueño
el rey de Thula, su preciado cáliz.
Un cáliz de ensueño.
—¿Quién vio a la nereida Cimotoe?
Su rostro, áureo resplandor.
La luna se sumerge en el regazo
del mar y besa sus senos con temblor.
—Yo vi a la nereida Cimotoe
dar de beber al divino trovador
en el cáliz de aquel rey de Thula. ¡Oh!
¡Dios o mortal afortunado será el bebedor!
Los mercados
Sediento siempre. Como la lluvia temprana.
Veranos resquebrados en la casa bendita.
Una vida oculta como súplica de eremita,
traicionada vida que sin amor se hilvana.
Sediento como nave que al piélago se arrimó
y bregas con las aves siempre y los narvales,
que es su vida eterna en mundos siderales.
¡Mas la nave misma y la casa te dijeron: «no»!
Ni tu marginada dicha que no se agita.
Ni la vida misma que alma nueva inventa
cada nueva tierra y cada tierna caleta.
Y el sobresalto presto del esclavo que grita.
«Arrastra en los mercados la desnudez de tu cuerpo,
extraño para los extraños y para los tuyos muerto».
Lumbre nocturna
—¿Recuerdas aquel pobre chamizo
en el frondoso bosque lejos de la ciudad?
—Recuerdo el chamizo pobre como ermita y como castidad.
—¿Al ermitaño, recuerdas del chamizo, quizás ladrón, monje o pastor?
—¡Lo recuerdo! Su pena sigue llorando entre el viento del albogue redentor.
—¿Recuerdas su pálido rostro desgastado y su corcovada espalda?
—Recuerdo bajo sus boscosas cejas los ojos de una mirada embriagada.
—¿Recuerdas la lumbre en el frondoso bosque? ¿La repentina y nocturna lumbre?
—¡Recuerdo la Lamia que quemó el chamizo! Arde el rico bosque. Ceniza lo cubre.
—¿Recuerdas? ¿De él qué habrá sido? Nadie volvió a ver de nuevo al ermitaño.
—No sé. Sobre todas las cosas me queda del chamizo aquel recuerdo extraño,
pues sobre sus cenizas planeaba un amor huraño entre ánimos vanos
que templaba, como a los arcángeles las alas y sus candorosas manos.
Amargura
Viví los años añorados de mi juventud
al lado de la playa.
En aquella mar somera y mansa.
En aquella mar extensa y ancha.
Y cada vez que, floreciente frente a mí,
mi vida arremansa
y oigo susurros, vislumbro sueños
de mi juventud. Frente a la playa ancha,
suspira mi alma y mi corazón suspira:
¡Ay, vivir de nuevo,
en aquella mar somera y mansa,
en aquella mar extensa y ancha!
Aquella es mi ventura y mi destino.
No conocí otra ninguna.
Una mar dentro de mí como océano
Abierto. ¡Oh, ancha y dulce laguna!
¡Y he aquí! La vi mientras dormía
cerca de mí. ¡La playa!
En aquella mar somera y mansa.
En aquella mar extensa y ancha.
Y a mí, que pena me cerca la amargura.
Una amargura ancha.
Y no la endulza la aparición en la pantalla
de mi primer anhelo. ¡Amada playa!
Cual marejada en mi alma se agitaba.
¡Y que vahído borrascoso!
Que no concilia el sueño y no descansa
en su añorado encuentro. ¡Oh, playa ancha!
Una amargura sin sentido sigilosa.
Un pesar como avalancha.
Esa que alada en el cielo aún perdura.
Mi juventud. Cerca de la playa ancha.
Atenea en relieve
¡De qué modo con garbo en el venablo te apoyabas!
Tu yelmo formidable
sobre tus senos. Recia Kore te inclinabas.
¡Oh, Ideal! ¿Qué aflicción puede ser tan considerable
para llegar a ti? Enemigo que rayos porta,
no sirve para tus nuevas premisas alabadas.
¿No conducen la proa, estas naves tuyas, directo a la roca,
y parecen procesiones atenienses engalanadas?
Atisbo una fría lápida que tiene
a la Palas Atenea crucificada de tristeza.
¡Oh! Algo épico e insólito parece sobreviene.
Lloras desconsolada a tu Ciudad Eterna,
en cuyo sepulcro yace Inerte, sola y yerma
esa perpetua Hélade que ahora ha perdido su grandeza.
Un Dios
¡Oh! Nace un Dios dentro de mí.
Y mi cuerpo se transforma en una capilla.
No lleva dentro un humilde belén. Ni
dentro de mí hay un cielo claro que brilla
como mi rostro, que reluce como estrella.
¡Ante Dios descubríos ya! Llegó la hora.
Y traed desde vuestra extraña tierra bella,
¡oh reyes magos!, regalos a Dios ricos ahora.
Traedme, como dicta Su voluntad divina,
mirra de la esperanza, incienso de disciplina
y de lealtad y oro de puro amor que ilumina.
Signos de esos que nunca el hombre imagina.
Y de sus inmaculados tronos, ángeles cantan
en mi corazón. Y sobre su cuna, arrullo lento,
con inmortales cánticos loan y asonantan
del alabado Dios el divino nacimiento.
Dentro de mí, hay un claro cielo que brilla.
Y mi cuerpo, de un humilde belén, lo vi
mudar y transformarse en una capilla.
¡Oh! Nace un Dios dentro de mí.
Quisiera construir una casita
Quisiera construir una casita
en soledad y en silencio sepulcral.
Conozco una verde ladera.
¡No la pondré en este lugar!
Conozco una tierra interminable
con un rico y ancho bulevar,
con palacetes y jardines.
¡No la pondré en este lugar!
Conozco una alegre playa
donde no dejan las olas de besar
a las dunas de lirios sembradas.
¡No la pondré en este lugar!
Tendida, avanza una alameda
cruzando una árida llanura,
a la que castiga duro la ventisca…
y el lebeche la tortura.
Una alameda quebrantada que
al caballero que hambriento llega,
y al caminante que de sed padece
los sepulta en la polvareda.
Allí pues, construiré mi casa,
con una fuente en la parcela.
Siempre humeará su chimenea
y siempre abierta su cancela.
El soneto del río de oro de ley
Vuela mi mirada libre. Desvanece. Ensarta
las nubes en el cielo. Las olas en la mar.
Y va y se detiene allá donde suave imanta
La mar confluye con el cielo y le quiere hablar.
Duerme la orilla. La brisa tímida navega.
Las aves nubes blancas. El cielo renegrea.
La noche cae sola. El poniente se broncea.
El día desvanece. Y con la muerte juega.
Mas del ocaso el garbo en breve desaparece.
Y nace sobre la laguna la luna. Y se sumerge,
formando con su cola un río serpenteado.
Entonces, he de decirte, mi rozagante amada:
«Nuestro mar del corazón, de pasión sembrado,
es el mismo Eros, que es el río de ley dorado».
El principio
Viajero en tierra extraña, fui invitado a una boda.
hermosa era la novia. Y el novio un nigromante.
Y yo, caballero andante, mi vida derrochaba toda
en la huida que no tiene término. ¡Pues sigue adelante!
Largo el camino. Y hasta llegar, miraba solo al frente,
calmando la orgullosa furia del plateado tordo.
Y vislumbraba, lejos de aquí, en un viaje diferente,
los ecos que brotan dentro de mí en un lamento sordo.
Ecos ancestros, íntimos, con dulces bocas narran
de hermosuras de mujer sombras en las moradas.
Yemas de parva fragancia y flores que aroma emanan.
Callado el habla llevan de la soledad las cándidas miradas.
Volví de nuevo y vuelvo a enlazar la armoniosa rima
Que atronas al unísono y enciende los corazones.
Derrocha la arena mil labios y besa la ola encima.
Y juntando los mismos labios, silban niños y gorriones.
MILTO MALAKASIS/ ΜΙΛΤΙΑΔΗΣ ΜΑΛΑΚΑΣΗΣ
Chubascos de primavera
Caen espesas, rotas
de la llovizna gotas.
Solo y sordo lamento
del alma el sufrimiento.
¡Mira! Un sol de mayo
se junta con el granizo
del corazón. Mal hechizo
amargo y plomizo.
Hoy le ataron cadenas
a mi vida entera.
Que rompan y que muera
en el tiesto la enredadera.
Hoy la ataron cadenas
a mi vida entera.
Mi alma, que se entierra
bajo la lluvia en la tierra.
Cae la lluvia en la jardinera.
Pedriscos como estrellas.
Andrajos sus huellas.
Vacuas alegrías ellas.
Hoy el sol escondido
es de mi tristeza amigo
y de mi corazón perdido
vano de la lluvia testigo.
Música y voz Orfeas Peridis
Cantar de cantares
Ven y apoya tu cabeza rubicunda
en mi regazo, que se estremece.
Canciones nuevas vengo a dedicarte,
ahora que el silbido del jilguero no te mece.
La noche, ya ves, camina de negro, inmunda.
Y todo en silencio se adormece aparte.
Ven ya, amada mía cautiva y soñadora,
a emborracharme con tu fragancia seductora.
Ven. Una canción de amor para cantarte.
Ven y apoya en mi tu rubia cabeza.
Y ponla en mi regazo con delicadeza
ahora que el silbido del jilguero se enmudece.
Ven. Una canción de nuevo a cantarte.
A una caracola
Encierro en la caracola
un albogue y una viola.
Y a mi alma entrego en brazos
de volátiles abrazos.
¡Oh! No volvió a abrir los ojos
ni a sueños ni a antojos.
Y de los castillos, los cimientos
en los océanos abiertos.
Arrojo acero y cadenas
Sólidas. Y tersas apenas;
mis viejas preocupaciones,
mis desolaciones.
Vivo las horas por momentos
y las horas como tiempos.
Y arranco con la bruma
los rosales de la espuma.
Mi timidez, pues, superaría
por primera vez y acertaría,
como gaviota con alas abiertas,
a volar por nubes desiertas.
Y me sumerjo con delfines,
desafiando bergantines
en la inmensidad del mundo
de ese olvido tan rotundo.
Encierro en la caracola
un albogue y una viola.
Canción ligera sobre la laguna
Encañizada. Encañizada. Juntos a armarla en la laguna
entre las aguas de oro y esmeralda, bajo la lasciva luna.
Y en mar abierto, redes de arrastre bajo la luz tenue del farol,
que colgado balancea y parpadea besando al remo mayor.
Un palafito aquí. Otro allá. Tallos flotando. Y la ventisca ya
arreciando los arrastraba a la somera. Y transcurría el día.
«¿Salimos? ¿por aquí?», te preguntaba. Y respondías: «por allá».
Y la tramontana nos empujaba al canal. No nos correspondía.
Y ahora, a toda vela, perdidos entre ráfagas de vientos ribereños.
Mientras viajan al infinito nuestras pasiones y nuestros sueños
en tu mirada, de la hermosa luna centelleaba el resplandor
y descansaba sobre la espuma de la laguna alrededor.
De mis años de Mesologgi. (inspiración para la canción “Giannis el asesino”- Ο Γιαννης ο φονιας)
La hija de un marinero y de un lagunero hermana
y muy consentida,
sustento y bienvenida
con nanas de amor mecida
por una madre lozana
y que fue por todos pretendida,
día y noche el astro rey asomaba en su mirada.
Era de la señora Anió, la hija la mimada.
Esa que mi primer amor fue y mi lucero, recado me envía
antes de que regrese algún día
a la desolación de extrañas tierras: «Que vaya todavía
a verla por si aún, ¡oh!, la reconocía».
Pues viudita y falta de amor quedóse abandonada
por aquel cruel reproche.
Y sola en la vieja morada familiar, marchita y devastada,
vestida de negro en la oscuridad,
como olivo herido la encontré triste aquella noche.
Y en su rostro pálido estaban marcadas sin piedad,
entre sombras nocturnas,
sus cicatrices del paso del tiempo bajo aquellas lunas
donde amargas brotaban lágrimas de su mirada bella.
¡Ay, ojalá beberlas pudiera! ¡Unas
por mí y otras más por ella!
Mesologgi
A ti, mi recuerdo. A ti, flor de muerte.
Inmaculada rosa grabada en mi piel,
aroma y caricia que tu mirada vierte
y espina ensangrentada y cruel.
Cuando ¡oh! corazón de la laguna
con mirra la salumbre desalmada
y de colores te embriagaba oportuna
para olvidarte de morir siendo amada.
Como ojaranzo del “Veintiuno” glorioso,
Tardía, ¡oh!, flor apareces frente a mí.
Tus hojas caen tristes de tu leño frondoso.
Y sobre la tierra, tu madura fruta carmesí.
En tantos amaneceres, sombras y ocasos
dentro de tus poemas, música que inspira
a los árboles, murmullo de agua y abrazos.
Notas perdidas los acordes de la lira.
Mesologgi, sacro altar ensangrentado
del bardo poeta el sepulcro y su gloria.
De Cristo Kapsalis, tú el hacho alumbrado.
Y del “éxodus” la noche y su memoria.
Y ahora si la lengua me liberáis y la mente,
de mi candor se oirá un himno furibundo
entre odas y alabanzas espléndidamente
las que te cantan con respeto todo el mundo.
El amor
Que no regrese a aquellos años el pensamiento.
Mejor un recuerdo como aquel se pierda.
¡Quién sabe si sería escrito el amor que siento
por ti y que jamás otra ninguna así lo recuerda!
Y si tú juventud se marchitó y tanto te entristece
como jilguero que emigró llevando a su retoño
más que la primavera cálida, ese amor enardece
en tu albo cabello seductor el roce del otoño.
Vislumbro y amo en ti tu otro semblante tierno.
¡Lo juro por aquellos dos que adoro! ¡Tus luceros!
El dulce mas infructífero, el apacible invierno
que un día tu rostro dibujó y emergió el Eros.
¡Y mira! Los esplendores de diciembre ambarinos
y la belleza de la luna de enero cuando anochece
no se encuentran en abril con sus antojos divinos
o en un mayo monótono que por calor padece.
El bosque
El bosque que estremecía
hasta atravesarlo
olvídate de pasarlo
nocturno caminante.
Al alba, lo saquearon
supinos leñadores.
Hicieron sendas mayores
nocturno caminante.
Su profundo lamento
que tu alma hechizaba
y su sombra te asustaba
ya no lo escucharás,
pues alas se lo llevaron,
anchas, al infinito
y lo hicieron su grito
las aves al compás.
Y un grito que ensordecía
casi con voz humana
en la calma meridiana
por siempre se calló.
El canto, caminante,
que te llevaba silencioso
a palacio hermoso,
al alba sin esperanza,
se lo llevaron lejos:
el macabro escalofrío,
el quebranto y el frío
y la mustia hojarasca.
Y el arpa con su sonido,
que dulce te embriagaba
pero en vano te tocaba
su música mortal,
se perdió con la huida
en silencio entre brañas,
en piélagos y montañas
de la moza virginal.
El bosque que estremecía
hasta atravesarlo
olvídate de pasarlo
nocturno caminante
se hicieron ahora féretros
sus árboles milenarios
para ritos funerarios
nocturno caminante.
Trovador
Vine a cantarte mis bellos versos,
mas encontré cerrada tu ventana.
¿Con qué coraje volver? Inmersos
sufrían mi corazón y mi triste alma.
La noche entera pasé en tu rellano
y mi guitarra lamentaba de voz triste.
¡Qué pena! No me tendiste tu mano
para acariciar mis labios como dijiste.
Y cuando tomé el camino a la aurora
subiendo la ladera con mi triste fario,
llevaba la guitarra como cruz ahora.
¡Era muy largo mi camino al calvario!
Música Mimis Plessas/ canta Nikos Kourkoulos
Lluvia
Fuera la lluvia. Y desde la ventana,
negros los techos, negros senderos.
De ojos tristes lagrima no emana
mientras la pena ahoga tus luceros.
Las nubes que agita fuerte el viento
y en silencio lloran y se lamentan
esclava a mi alma arrastran. Lo siento.
Y yo susurro los secretos que cuentan.
Un día desde dentro de mi ventana,
mientras sentada estabas a mi lado,
se reflejaba en tu mirada soberana
la lluvia triste que caía en el prado.
Vislumbraba horizontes más lejanos,
que en tus ojos de nuevo reflectaban.
Las nubes como veloces aeroplanos
al cielo sobre el viento transportaban.
Fuera la lluvia. Y desde la ventana
negros los techos, negros senderos.
De ojos tristes lagrima no emana
mientras la pena ahoga tus luceros.
Las nubes que cuelgan suspendidas
y se acercan y no cesan de llover
ahora escapan de tu mirada. Huidas.
¡Ya no reflejan tu afligido padecer!