Mi verdad sobre Cataluña


       Podrán quemar a mi ciudad, pero no pueden moverme de mi casa

 

LA COLUMNA DE SAL

          La prudencia es un mérito engañoso. Reconozco que, en algunos casos, personas de mi confianza me han recomendado que no entre a vendimiar en extrañas vides. Pero si no entro ¿cómo podría colectar mosto tan sacro como es la verdad, la rectitud y la apología? Aunque cada vez que he intentado conciliar apenas dos ideas desinteresadas y positivas sobre política —la nacional y la internacional—, me he inhibido hasta que mi intención acabe descolorida y deshilachada como aquel viejo e inservible abrigo. Y eso hasta ahora lo consideraba como una decencia social, pues me mantenía lejos de disputas y malentendidos con propios y extraños. Sin embargo, en esta ocasión, he considerado mi obligación el derecho a exponer, a conversar y a insistir si hiciera falta sobre un asunto europeo especialmente punzante —aunque desconocido para la mayoría de mis compatriotas— que se refiere a Cataluña y a la históricamente inaceptable demanda de una parte de nacionalistas por la independencia y por la autodeterminación y a lo que se esconde —según mi opinión— detrás de los últimos acontecimientos que hirieron mi bella ciudad y la conducen irremisiblemente al precipicio de una catástrofe económica y social. Además, como griegos, tenemos derecho a conocer, lo más imparcialmente posible, las verdades y las mentiras que se ocultan detrás de sus reivindicaciones, pues históricamente somos el pueblo que más tiempo —hasta doce siglos— ha habitado en Barcelona y en Cataluña en la antigüedad. A pesar de que algunos, como su actual e indescriptible líder, prefiere que descendieran de los godos. Por lo menos, esto es lo que se supone que declaró off the record cuando aún se debatía entre el anonimato y su “gótico” hooliganismo. Solo por respeto a los que elegí desde hace cuarenta años como mis vecinos y amigos, omitiré la sectaria versión del diabólico y clownesco Goebbels, que se había pronunciado, o por lo menos eso es lo que sostuvo el mencionado hooligan, sobre que los catalanes no tienen ninguna relación étnica con el resto de los agitanados españoles que en sus venas corre sangre mora, mientras ellos pertenecen a la gloriosa raza aria.

     Pero aquello lo que más me entristece es como miles de sencillos ciudadanos se adoctrinan sin oposición escuchando tamañas majaderías sobre la sangre aria que corre por sus venas y sobre la superioridad de la raza catalana frente a los demás iberos y su diferencia de clase. Subrayo, solo para las estadísticas, que más de un tercio de la población de la Cataluña actual proviene de otras regiones de la península ibérica.

     La población total de Cataluña para 2018 se calculaba alrededor de 7,5 millones, de los cuales 1,3 millones son extranjeros y 1,4 han nacido en otros lugares de España. Además, está comprobado que, por lo menos otros 2,5 millones son descendientes —de segunda o de tercera generación— de emigrantes que llegaron en dos oleadas, una antes de la guerra y otra en la postguerra desde otras regiones de España. Otro elemento proveniente de las estadísticas del propio gobierno autonómico recoge que solo el 35% de la población tiene como lengua materna el catalán —incluidos aquellos cuyos padres fueron emigrantes de segunda o de tercera generación. Hasta el día de hoy, en todas las elecciones los partidos llamados “constitucionalistas” han superado con creces a los partidos llamados “secesionistas”. Con todo el apogeo del nacionalismo separatista en las últimas elecciones generales del mes de abril, solo un voto de cada tres ha ido a los partidos nacionalistas. Aunque reconozco que la corriente sectaria cada día va en aumento.

     La población en Cataluña se triplicó desde 1930 y se duplicó desde 1960 gracias a la emigración masiva desde otras regiones de la península. A esos domésticos y coterráneos emigrantes se debió el llamado milagro industrial catalán. Como espectador neutral, puedo dar fe sobre su autenticidad.

     Las teorías, pues, sobre la casta y la supremacía de los poderosos “arios” es simple ficción de incoherente arrogancia.

     Pero ¿cuál es el ambiente actual que reina entre el sencillo mundo trabajador de Cataluña? ¡Sin salida! Este es el sentimiento que sobrevuela hoy y durante los últimos años el cielo de Cataluña, pero también el de las voluntades progresistas de España. La insistencia de los independentistas catalanes sobre el inexistente derecho de autodeterminación en concordancia con la errante desde hace años tutela del asunto por parte de los anteriores gobiernos de España ha llevado a un callejón sin salida un problema que está invernando desde hace años en las cavernas de la sociedad catalana.

     Intentaré desmarcarme de la barata política actoral y no prestaré ni una palabra a la pantomima de la imaginaria declaración unilateral de independencia que proclamaron anticonstitucionalmente los separatistas del “govern” hace dos años. Tampoco al desmesurado castigo que han impuesto las implacables cortes españolas a los cabecillas del llamado “PROCÉS”. Es tan arraigada históricamente la gresca y la envidia entre las distintas nacionalidades de España que hasta se considera natural y a veces es objetivo de picaresca entre ellas. Por ello, quería referirme solamente y resumir en dos puntos importantes que han de conocer los observadores exteriores de tal espectáculo para que eviten caer víctimas de propagandas baratas y de espectáculos burlescos que intentan proponer sacando pecho los “nativos”, quienes se vanaglorian en la intimidad de descender de pícaros judíos o de pseudocomerciantes fenicios.  Aunque yo siempre he sostenido que más que nada han heredado todos los vicios ancestrales de los Heraclidas.

       Empecemos por las evidencias históricas y territoriales que esgrimen los independentistas catalanes para defender el derecho de la autodeterminación.

     El dictamen de las naciones unidas que se basa en los derechos humanos determina claramente que: «un país autónomo e independiente es aquello que mantiene su identidad territorial, y su pueblo integro es el que habita en él». Igual de diáfana es su explicación sobre que minorías de las que conviven en este territorio soberano tendrían derecho de pretensión para la autodeterminación.

     El derecho de la autodeterminación de un pueblo que empuñan los independentistas, si bien se recoge en la declaración de los derechos humanos de la ONU, dicta que: «tienen derecho a demandar la autodeterminación y su independencia a través de un referéndum todos aquellos pueblos que han sido conquistados por otro pueblo a través de la violencia, tienen entidad mayoritaria propia y que son mayoría, que padecen desigualdad, coacción con violencia y son oprimidos intolerablemente por el estado donde cohabitan». Subraya que, y aunque se diesen esas circunstancias que justificarían alguna fórmula de referéndum, siempre bajo las percepciones de la ONU como comentamos anteriormente, ese se haría «con la participación de los habitantes de todo el estado».

     O sea, en el supuesto que los catalanes fueran una minoría excepcional —teoría esa totalmente invendible—, que vive en este determinado país que se llama España, siempre según las conclusiones de la ONU no tendría derecho a la independencia unilateral o a la autodeterminación excepto en el caso que el resto de los ciudadanos que convive en el mismo país acuerde su secesión mediante votación.

     Los demás supuestos carecen de la mínima seriedad, pues ningún otro país extranjero les ha conquistado y esclavizado por la violencia intentando alterar su linaje. Ni constituyen una entidad excepcional de mayoría absoluta que está violentada por un intruso foráneo ni existe invasión territorial y abolición de su identidad y tampoco opresión autoritaria de sus habitantes, motivos esos evidentes para propugnar la solicitud de libertad y autodeterminación y suficientes por ellos mismos para levantar por lo menos el interés y la solidaridad de los demás países que participan en la ONU.

     Por el contrario, bastan solamente esos criterios que sugiere la ONU para derribar cualquier pretensión para la declaración unilateral de independencia e incluso de un simple referéndum donde no participen el resto de los ciudadanos de España.

     Ni siquiera su determinación como una minoría excepcional. Por tanto, su derecho a la solicitud de un reconocimiento constitucional sobre su excepcionalidad como una nación distinta es históricamente inverosímil.

     Esa pretensión constituye uno de los argumentos de los independentistas catalanes que defienden que Cataluña por sí es una nación propia. Mientras, los demás españoles sostienen lo contrario. Ni histórica ni cultural ni social ni legalmente hay la más mínima justificación sobre esa exigencia de los independentistas. Y el uso de tales argumentos no se sostiene para nada, pues no se cumple ninguno de los requisitos.

     Sospecho entonces que ellos no buscan su autodeterminación nacional, sino la segregación y la secesión. Y sus argumentos no son ni históricos ni culturales ni legales, sino egoístamente “económicopolíticos”. Motivos de intereses personales. Su eslogan cansino de «Espanya ens roba», aparte de intolerable, es falso y abusivo. Es correcto que ellos pagan más impuestos al estado y también es correcto e indiscutible que durante la devolución de lo recaudado su cuota es menor de lo que tendrían que percibir. Eso último es reconocido por todos los estamentos políticos del país que coinciden en que ha de replantearse la analogía de las devoluciones, pero siempre dentro de los parámetros constitucionales. Como en todos los sistemas económicos en democracia, el que más gana más impuestos ha de pagar. Es lo que sucede con Cataluña que es una de las regiones más ricas de la península. Y sobre las devoluciones, eso es una anomalía de la estructura política y autonómica de España, que aún no han conseguido normalizar y no se dirige contra Cataluña ni la perjudica solamente a ella, ya que por lo menos otras cuatro o cinco autonomías se sienten más perjudicadas, pues reciben menor cuantía en la devolución de impuestos, con Valencia a la cabeza, quien resulta ser la más perjudicada según las últimas estadísticas.

     Voy a intentar resumir los argumentos históricos que desacreditan a los separatistas de Cataluña cuando exigen su proclamación en una nación sui generis.

Tribus íberas

     Los habitantes actuales de Cataluña provienen de algunas de las más ancestrales tribus de íberos como son los layetanos, los cosetanos, los ilergetes, los ilercavones, los indiketes o los ausetanos. Y naturalmente de griegos, romanos, árabes o… godos, que por tiempos han habitado la península ibérica. Igual que los madrileños y los toledanos representan a los antiguos carpetanos y los aragoneses y los levantinos a sedetanos, edetanos y contestanos.

     Tanto el pueblo catalán como las tierras que componen Cataluña, son indiscutiblemente territorio español desde hace más de treinta y cinco siglos. Sus argumentos de que pertenecen a otra raza, a otra nación y a otra procedencia con distinta historia y distinto ADN son simplemente cómicos. Históricamente, son más íberos que los íberos. Como dirían nuestros vecinos italianos: una faccia, una razza. Durante el transcurso de la historia conocida, nunca Cataluña constituyó en realidad un reino independiente —aún dentro de dominio español— y siempre perteneció a ese territorio, sea como condado de Barcelona (que no de Cataluña). Los pequeños condados pirinaicos hasta su adhesión a la corona fueron francos y algún pequeño territorio sureño formó algún año parte del reino de Valencia. Sin embargo, ambos pertenecieron a la corona de Aragón. De ese reino, heredó Cataluña su famosa bandera, la señera, y la mantiene hasta hoy. Aunque hay que puntualizar que para los independentistas la clásica señera se transformó a principios del siglo XX en la secesionista “estelada”, imitando las doctrinas radicales de los movimientos de Cuba y de Puerto Rico. Pero tampoco voy a entrar a fondo en efemérides consabidas.

    Culturalmente, sostienen algunos fanáticos separatistas que sus particularidades lingüísticas, su cultura, su gastronomía, sus costumbres y sus tradiciones son ingénitas y determinantes. Si así fuera entonces, cada provincia, cada aldea y cada barrio no solo de España sino de cualquier país soberano serían legitimados para pedir su independencia y su autogestión.

     Todas las lenguas que se hablan en España son lenguas romance y provienen del latín vulgar, que introdujeron los romanos desde el siglo II de la Época Antigua en toda la península, enterrando literalmente a la lengua ibérica, que desde entonces se perdió en la memoria. Después del ocaso del Imperio Romano en el siglo V de la Época Moderna, los diversos territorios del norte de la península ibérica —el sur bajo la conquista árabe entrelazaba el latín con el mozárabe— promovieron sus propios dialectos del neolatín (el aragonés, el castellano, el catalán, el asturiano, o el gallego etc.), la mezcla de los cuales sobre el siglo XV constituyó la lengua española, la cual se ha considerado hasta hoy como la lengua oficial del país.

     Recientemente y desde principios del siglo XIX, algunas lenguas regionales resurgieron y se oficializaron por el estado, por lo que se empezó su uso habitual cotidiano y entraron en el sistema educacional en paralelo con la lengua española. Entre esas lenguas, están el catalán o el gallego. El euskera es una lengua totalmente diferente y única y no mantiene ninguna relación con el latín. Si bien podría descender del desaparecido y ancestral idioma íbero. La excesiva relatividad de las lenguas romance de la península ibérica desautoriza la excepcionalidad lingüística catalana como argumento característico para su pretexto de su emancipación nacional. En el momento en que las propias palabras “catalán” o “Cataluña”, que no aparecen hasta el siglo XII, provienen igualmente del latín vulgar y significan exactamente lo mismo que en castellano. Al habitante del castillo “castellano” y la ciudad amurallada “castilla”.

     En el ámbito cultural, como todas las demás regiones de España, presentan su diversidad. Pero eso no les legitima necesariamente como una nación minoritaria, pues por mucho que insistan han formado y seguirán formando parte inequívoca de la identidad que se llama España.

Pirámides humanas en la Italia, siglo XV

     Cuando algunos presentan como denominación de origen la formación de los castells como atributo de la sociedad catalana, se olvidan de que esta tradición de los castillos humanos llega desde el ball de valencians y este de la mojiganga, tradición arraigada en los pueblos de la península central durante el Siglo de Oro.

      Aunque si alguien ha deshilachado y descifrado la Odisea tanto como mi amigo el homerista Nikos F. Kampanis (Méntor), observaría que de una forma muy parecida «construyendo pirámides humanas» celebraron la llegada de Ulises a Esquéria los atletas feacios. Semejante procedencia podría tener otra de sus tradiciones milenarias y poderosas: el “exclusivo” baile de la sardana. Aquí me limitaré simplemente a aportar alguna representación ancestral de cerámica griega clásica, donde se pueden contemplar bailes minoicos y micénicos. ¡Ustedes dirán!

     Y hablando de gastronomía, de deportes o de costumbres y tradiciones, nunca la diversidad cultural ha promovido la segregación, pues caracoles (κοχλιούς) se asan en Creta de parecida manera y se elaboran salchichas como las butifarras en Portugal, en Francia o en otras regiones de España. Las bittles catalanas, que podría ser un deporte/juego autóctono, tiene sus clones en todo el territorio español. Y probablemente es muy posterior de los migos de Andalucía. Sin olvidar que el bowling proviene de la India y que en Egipto ya existía un deporte similar, como también en la antigua Grecia y en Roma. El mundo siempre ha rodado como los guijarros, de ahí su diversidad. Las diferencias culturales cuando tus disputas con tus correligionarios y tus coterráneos son insostenibles no pueden constituir argumentos para la secesión. Y para no extendernos más en ello…

Cerámica de representación de baile en la Grecia clásica

     De todo eso, resulta simplemente que los actuales catalanes independentistas no pretenden su separación para cambiar una injusticia histórica, sino para cambiar categórica y egoístamente, basados en criterios ingratos e interesados, la política territorial a su favor y a costa de sus convecinos y compatriotas que habitan territorios limítrofes en la península, menos productivos y menos rentables.

     Hablan los más extremistas de derecho a decidir, de derecho de autogestión. Y lo han hecho eslogan en todas sus reivindicaciones. Pero ¿cómo se puede sostener tal derecho cuando implica a tus conciudadanos? ¿Como puede uno o una minoría decidir sobre el conjunto, sobre su próximo o contra una legítima mayoría? Hablan de falta de democracia y de libertad, ¿pero cómo se puede entender la libertad cuando coacciona la tuya? Cuando responden a ella con la anarquía escondiéndose detrás del supuesto abandono por parte del estado español en vez de arrimar el hombro e intentar aportar soluciones en la restitución democrática y el mejoramiento de la vida cotidiana con su voto reparador, votando en las elecciones generales. ¿A mí quién me va a explicar qué pasó el 27 de octubre del 2017? ¿Y cómo devuelvo yo aquel escalofrío al culpable? A mí no me complacen las cárceles y los castigos de un estado judicializado y cruel donde aún vuelan los fantasmas del pasado franquista entre las partículas que respiramos, aunque me atengo a la legalidad como ciudadano y callo. Pero ¿quién me va a proteger de los pañuelos ignavos que esconden detrás un oscuro futuro para esta ciudad maravillosa que están dispuestos a quemar al altar de una secta que hace tiempo perdió el sentido de la convivencia.

    A la misma hora que miles de jubilados y pensionistas de todos los rincones de España se manifestaban en las calles de Madrid para exigir mejores condiciones de vida, extremistas que parasitan en medio de miles de engañados independistas “demócratas” quemaban la hermosa ciudad de Barcelona, sembraban el terror entre los inocentes ciudadanos y arrojaban aceite hirviendo al fuego del odio que cada día florece y crece entre los mismos conciudadanos. ¡Entre amigos y familiares! Entre catalanes.

Barcelona en llamas

    A la misma hora que miles de familias no llegan a fin de mes con sus pensiones de hambre, soportando a la autoritaria y avarienta iglesia apropiarse arbitrariamente de más de treinta mil propiedades públicas de incalculable valor que pertenecen a los ciudadanos de este país, los violentos escondidos detrás de la ceguera de los independentistas, con la ayuda de centenas de “reventamanifestaciones” importados de otros países europeos y que se supone que «nadie sabe quién les invitó», están quemando la hermosa ciudad que fundó Heracles hace treinta y cinco siglos.

     En esta breve y salobre columna no se pretenden escribir ensayos grandilocuentes con detalles técnicos y minuciosas explicaciones, pues a eso se dedica diariamente la prensa internacional. Yo lo único que pretendo es resaltar, a través de una óptica personal y con la máxima imparcialidad que me permite la situación, algunos hechos que se desarrollan muy cerca de nosotros y que muchos no conocen sus motivos y sus raíces.

     Porque hemos contemplado últimamente muchas monstruosidades que acontecieron delante de nuestros ojos y tergiversaron enojosas verdades, que algunos todavía intentan presentarnos a su manera. Me refiero naturalmente a los Balcanes o al honor robado de nuestra Chipre.

     Si no prestan cuidado los “prominentes”, el problema de Cataluña puede balcanizarse o acabar en una enfermedad crónica. Y es demasiado enferma nuestra sociedad para que aguante una más en su cuerpo.

                                                                                                                                                                                                  Articulo publicado en el periódico Aixmi el jueves 31 de octubre de 2019

PD que envié al periódico el mismo día de la edición del articulo:

         Querido periódico, tú ya sabes que soy de izquierdas. De la izquierda que ya no existe. Más allá de lo que hoy aparece en el panorama político español. Lo digo, pues algunas apreciaciones pueden parecer que coincidan con posturas de los llamados “partidos constitucionalistas”. Nada más lejos de la verdad. Hay mucha gente cansada y confundida. Y no necesariamente es lo uno o lo otro. Eso es cuestión de democracia, no de constituciones. Y la solución —lo copio de una frase que escuché por la radio el otro día— es entre demócratas, no entre independentistas y constitucionalistas.

     Me olvidé subrayar con grandes letras que muchos allá y en el resto del mundo creen que, como la mayoría de las reivindicaciones, las manifestaciones e incluso las revoluciones tienen siempre carácter progresista. Pues aquí esto no pasa. Primero, porque el que lleva el timón de ese movimiento secesionista es el antiguo partido burgués y derechista de Convergencia, ahora disfrazado con otras siglas y demandado por corrupción y evasión de impuestos en su “máxima” expresión. Y segundo, porque entre los radicales, los más radicales prevalece la meritocracia.

     Muchos de aquellos que esgrimen la desobediencia hacia un estado sostenido por la legalidad provienen en gran número de este mismo estado “enemigo”. Uno de sus fundadores tiene los dos padres nacidos en regiones castellanas y sus hermanos han nacido fuera de Cataluña. Otro tiene a sus cuatro abuelos con sus partidas de nacimiento expedidas por los cuatro puntos cardinales de España. Y así sucesivamente. Sin que eso constituya un delito, saben que uno ha de hacer más méritos para ser tan reconocido como los nativos. Ser antimonárquico y republicano está bien y ser inconformista también, pero ser discriminador por méritos para que prevalezca tu opinión única y totalitaria solo caracteriza a los fundamentalistas, aunque se escondan detrás de un supuesto reformismo. «Tonterías las justas», como bien reza el sabio refranero.

     Finalmente lamentar la pérdida de la E de ERC, pues ha sacrificado su seña progresista de Esquerra por el fanatismo unilateral y Excluyente.

Suyo,

R d F

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