Episkyros
El juego de la Grecia clásica que Johan transformó en religión…
¡Nunca se fue!
Interpretando al “río de sabiduría futbolística”, Johan Cruyff.
El fútbol es como el rio. Tiene caudal, flujo, corrientes, inconstancia, afluentes, infiltración, evaporación, confluencia… El curso de gravedad alta o el nacimiento del río se asemeja al cerebro futbolístico, a la inteligencia balonpedistica. El curso de gravedad inestable es la superación de obstáculos durante su camino hacia la desembocadura. O lo que es el fútbol: el camino a la definición y su esencia, que se denomina gol o tanto.
En el curso inferior, el río indistintamente planea, hace meandros, se formatea, dibuja curvas… Por eso, opino que el río –por morfología– puede ser como el buen jugador en su movimiento por el campo. Esto es: rectilíneo, sinuoso, trenzado, meándrico o serpenteante. Incluso a veces, pantanoso.
El fútbol es, superficialmente, un ejercicio de interpretación de un juego colectivo cuyo cometido es intercambiar con el pie o la cabeza un balón de cuero inflado hasta hacerlo reposar al fondo de las mallas contrarias. Esto han sabido hacerlos muchos a lo largo de su historia. Unos, mejor. Otros, peor. Entre ellos, hubo algunos “genios” que lo han sabido ejecutar a la perfección. Solo uno ha sabido no solo ejecutarlo, sino interpretarlo como una perfecta y sincronizada orquesta. Ha sido en su majestuosidad, como ese río que nace, fluye, zigzaguea, salta obstáculos, y define. Otros llegaron muy cerca de la excelencia en su juego con la pelota. Él no solo la alcanzó como jugador genial –que lo fue–, sino también como preparador, entrenador y pensador futbolístico. Innovador y transformador de un juego que, hasta su llegada, resultaba demasiado plano, directo, paralelo y horizontal. Con exiguas excepciones, claro. Él lo tomó en sus manos. Mejor dicho, en sus pies y su cabeza. Lo distribuyó por todo el campo, lo “verticalizó”, lo desmigó, lo acortó y catalogó en parcelas más exiguas, donde el balón, como las olas del río, viajaba con velocidad de pie en pie, se controlaba y volvía a empezar. El juego directo se hizo transversal, cruzado. De largo, curvo y arremetedor se hizo sosegado, raseado, preciso en su arranque y explosivo en el pase ulterior.
Una correcta clasificación de los ríos debe proveer las bases desde las cuales se puede predecir su comportamiento. Igual que ocurre con los jugadores en el firmamento futbolístico. Hubo por zonas –según mi criterio– jugadores demasiado buenos como Lev Yashin y Dino Zoff, Franz Beckenbauer, Paolo Maldini, Ruud Krol o Bobby Charlton. Rivelino, Xavi, Kubala, Puscas, o Iniesta. George Best, Ronaldo Nazario Mario Kempes o Raúl. Por nombrar solo unos cuantos de tantos y tantos otros.
Y hubo algunos verdaderos genios del balón como Garrincha, Pelé, Di Stefano. Y para sus incondicionales, -no para mí- Diego Armando Maradona.
Cristiano Ronaldo, Zidane y Romario hicieron la “goma” entre los mejores y los genios. Nunca llegaron a alcanzarlos. Seguirán en el limbo del planeta del fútbol entre el todo y casi.
Luego está Messi, que, irremediablemente, quedará como el mejor futbolista de todos los tiempos. ¡Hasta que –difícilmente– alguien ose superarle!
Y al final, está Cruyff. Johan Cruyff. Pero, ¿por qué le situamos aparte?
Johan permanecerá siempre entre los genios. Por encima de Kubala, Best y Kempes, que encabezan a los aspirantes a genios con Cristiano a la cabeza y los dibujos infantiles de Romario. Mientras, Messi, Pelé o Di Stefano le guardarán su trono entre los mayores genios de este multitudinario deporte.
Pero, ¿dónde llegaron luego en el escalafón Yasin, Kubala o Rivelino. ¿Dónde llegará Iniesta, de cuyo ingenio aún ahora disfrutamos? Probablemente, hasta la recámara celestial del palco futbolístico. Hasta ahí. ¿Y Zidane o Romario? Llevan camino a establecerse cada uno por su inclinación en la actualidad radiante de este deporte. ¿Y el genio de Pelé? ¿Y el discutido Maradona? Decídmelo vos…
Y lo siento, pero no veo a Messi más allá de su actual colofón en el planeta césped. Quizá sea un buen entrenador un día, como lo pueden ser Xavi, Raúl o Iniesta. Eso.
Bien. Johan Cruyff, al que desafortunadamente perdió el fútbol muy temprano por culpa de sus dolencias cardiacas y definitivamente hace poco por una cruel enfermedad, no ha sido solo un buen –buenísimo a mi parecer- y genial jugador de fútbol. Ha sido un inventor de otras vías para su disfrute, un inventor de otros caminos por conseguir la definición, un arquitecto modernista, renovador y atrevido que arriesgó su bien ganada fama como jugador, -famoso e internacional- para innovar sobre algo ya sabido, algo ya trabajado e inventado, sobre algo que llevaba más de un siglo sobre la mesa… Para no volver a siglos de años atrás, cuando los griegos antiguos jugaban a malabares con una pelota de cuero de tripas animales…
Mientras Johan jugaba en el Ajax, el Barça, el Levante o la selección holandesa, portaba con él “su computadora” y anotaba todo lo que transcurría sobre el césped. Aciertos, fallos, definiciones, pérdidas, encaramientos, saltos, trenzados, diagonales y hasta broncas y canalladas. Por eso, siempre estaba tan nervioso. Por eso, fumaba hasta en los descansos. Por eso, era un protestón y un inconformista. Porque no paraba de pensar. No paraba de anotar. No paraba de inventar de ahí para adelante. Siendo jugador, intentó incluso ponerlo todo en práctica. A veces, le salía de maravilla. Otras, por el contrario, fallaba. Y entonces se cabreaba más. Anotaba más, exigía más. Y otra vez, vuelta a empezar.
Probablemente, si no hubiese estado tan obsesionado con el futuro, hubiese conseguido más como jugador. Probablemente, no hubiese acabado en el Levante o al otro lado del charco, sino con alguna que otra liga más con el Barça o un trofeo con su selección. Incluso, hubiese devuelto, a su vuelta, otra vez a la cumbre a su querido Ajax. Pero la cosecha de ese holandés flaco y larguirucho estaba guardada para el futuro. Cuando el físico no lo es todo –o casi–, cuando las piernas ya no obedecen y hay que poner en marcha al cerebro para mover el genio o cuando la pizarra y el cuaderno solo precisan de un lápiz y unas líneas transversales y no de dos pulmones de acero que ya Don Johan no cobijaba por el malvado tabaco.
La “escuela” de fútbol que inventó Cruyff ha sido la levadura para hacer evolucionar el oculto potencial del fútbol ibérico. Esa enzima fermentó la sabiduría invernada del fútbol que atesoraban los españoles y que dejaron inactiva durante décadas, aun disponiendo de hornadas interminables de grandísimos jugadores. La fermentación ha hecho madurar el sentido colectivo de la selección ibérica y del Barça hasta alcanzar su zenit con la actual década prodigiosa del equipo catalán y los tres trofeos de “Grand Slam” de la selección.
Si alguien se prestase a observar con atención detalles de los partidos de Johan cuando era jugador en el Ajax o en el Barça, entenderá que, casi sin pretenderlo, muchos de sus mejores pupilos han adoptado “benditos defectos” de su manera de jugar. Me atrevería a opinar que el más “copista” ha sido Lionel Messi. Su arranque violento y su recorte hacia fuera con el exterior del pie o con la parte del talón –igual de desequilibrante– es probablemente imitado del gran maestro. El levantamiento ligero de la pelota por encima del cuerpo del portero arrojado a la desesperada en la hierba también. El atrevimiento “suicida” de encarar y penetrar entre tres y cuatro contrarios, apostando a que dos de cada tres se acobardarán en poner la pierna y podrá driblarles con facilidad una y otra vez. Es evidente que solo hay que poner dos de esas fases en vídeos paralelos de los dos geniales jugadores para ver su exacta similitud.
Estoy casi seguro de haber presenciado esa lección maestra de Johan a Laudrup. Aunque nunca les vi ni les oí.
“… ¡Presta atención, Michael! Recibo la pelota. La controlo suavemente. Con parsimonia. De repente, arranco mirando a la derecha, pero envío el pase a la izquierda”. Eso le susurró Johan y Laudrup lo llevó al templo de las genialidades.
Podemos añadir más “estratagemas” y “argucias” que varios jugadores copiaron o simularon de este gran inventor. Por ejemplo, el golpe con el exterior del pie con parábola, el control con el pecho dejando la pelota rodar hacia el pie o el famoso tiquitaca “alisado” entre dos o más jugadores avanzando hacia adelante lentamente.
Esa es la gran diferencia de Johan Cruyff como embajador de fútbol con los otros genios del esférico –como pobremente llaman nuestros locutores al objetivo con el que se practica el deporte más popular de planeta–.
¡Los demás genios del balón se quedaron en ello! ¡Pero Johan no!
Él cogió “el esférico” en su mano –ya retirado de su “práctica”– y lo puso en el círculo central. Llamó a sus pupilos a su alrededor y les hizo sentarse sobre la hierba húmeda. Sacó su “computadora” del “bolsillo”, la abrió, anotó el “usuario” y su contraseña y dejó volar a todos aquellos “pájaros” que había capturado durante todos aquellos años en los que correteaba por los terrenos de juego como una indomable gacela.
Esa computadora era la diferencia entre Johan y los demás genios del fútbol.
¡Él no fue genio solo como jugador!
Lo siguió siendo hasta hace poco. Y lo seguirá siendo para siempre. Sus doctrinas, su manera de transmitirlas, su manera de pluralizar el fútbol, el fútbol enlazado, el fútbol de cuadrícula, el fútbol cómplice, el fútbol adelantado, el fútbol total y ajedrezado. El que empieza en los pies del portero contrario, en la presión sobre su angustia. En el “achique” de espacios, no como lo malcopió Menoti, sino sobre las piernas trémulas del defensor contrario, que intenta y no sabe, ni se atreve a sacar la pelota de su tejado. En la presión sobre la indecisión del centrocampista contrario, que es de menester fallar una y otra vez, sintiendo el aliento del otro en su nuca. En la presión que siente el delantero foráneo cuando la martilleante línea defensiva le cierra todas las vías posibles. Ese “achique” –o, mejor dicho, asedio– sobre las mismísimas líneas enemigas ha sido lo primero que la “computadora” prodigiosa impartió entre los alumnos aventajados del maestro.
Luego, llegó el desenlace. El desenvolvimiento del papiro de la erudición balompédica de este gurú, cuya gran vocación atacante dejaba en módica su estrategia ajedrecística del “acordeonismo” defensivo. El desenlace tenía que ver con el ataque o el contraataque. Siempre y cuando supongamos que ese juego es de ida y vuelta. Y ahí empezó el baile… Observó a los peones con los que contaba, los alfiles y las torres, el rey y la dama. E inventó el “Cuatro”. Si tuviese amistad con él, seguro que me contaría como un día perdió a unos de sus alfiles y, como no tenía con qué sustituir el muñequito, se “autoprestó” uno de plástico, de aquellos que salían en los detergentes. Pero no tuve esa suerte de ser su amigo. Así que puedo pensar en cualquier circunstancia que le haya llevado a inventar el “Cuatro” …
El ataque o el contraataque empezaba –según el inventor– siempre por el “Cuatro”. Por eso lo inventó. Daba igual jugar con tres o cinco defensas. El medio centro de “plástico” de invención “cruyffista” estaba presente en todas. Ahora, el “achique” empezaba de atrás hacia delante. Empezaba por el portero. Y por la derecha o por la izquierda tendría que llegar en rombo al “Cuatro”, rectilínea o zigzag. No importaba. Desde ahí para adelante sí que importaba. Y mucho. Porque el rombo se hacía doble por el centro, se ensanchaba o estrechaba según las circunstancias y acababa en otro medio rombo arriba o –si lo prefieren– en tridente. Era música de acordeón. Y la varita ondeaba el flaco desde la banqueta la grada o desde su casa. No importaba, porque no era material, sino magnética y espiritual. Aún ahora, seguirá reinventando el fútbol desde su última y pacífica morada, que siempre acogerá a los ángeles futboleros y entusiastas de aquella esfera de cuero de tripa de animales que los antiguos helenos seguro que le habrán guardado para que les enseñe lo que ya enseñó en el siglo veinte entre todos nosotros.
Se ha escrito y se escribirá tanto sobre Johan que yo solo quise restaurar una pincelada indefinida de su retrato.
R d F