UN VIAJE CON MASCARILLA IV (A Cefalonia es difícil abandonarla) 1


La roccia è mobile Qual piuma al vento

            Paliki es la parte de una luna que se quedó huérfana en medio de la excitación que provocó su separación de su siamesa hermana de Crani cuando decidió abandonarla a su suerte. Su terreno argiloso cada día sucumbe a la desintegración que la somete el cansino oleaje que, antes de arrancarle palmo a palmo los sustratos de su corazón, toma fuerza y velocidad en su lid con las líneas rectas y rocosas subterráneas que antes unían la península de Agriosikiá con el islote de Vardiani. Allá en el fondo de la ensenada, duerme pacíficamente desde siglos la perdida ciudad de Alalcomenes, el poblado pesquero donde vio la luz el héroe de Troya, Odiseo, rey de Ítaca, de Zante, de Same y de Duliquion. La otra punta de la pequeña bahía es totalmente distinta. De rocas corroídas por la salobridad y talladas por manos humanas desde hace siglos cuando era todavía una sorprendente cantera costera, es lugar de peregrinación por curiosos y nostálgicos que quieren comprobar in situ si de verdad su punta triangular se mueve o es una leyenda urbana. Κουνόπετρα  en griego significa eso justamente: ´roca movible´. Y pocos se han percatado de qué lo más importante no es su inapreciable movimiento sobre un fondo marino inestable y arcilloso, sino el tallaje perfecto de sus piedras, que forman someras pilas y aljibes rectangulares recordando que ahí algún día hace cuatro mil años hubo una conmovedora y singular cantera. Quizás una de las más antiguas del mundo aqueo.

      Cada kilómetro y medio, Mentor tenía un amigo, un colaborador o un patrocinador de sus rapsodias. Me pregunté quién hubiera patrocinado al mismísimo Homero para dedicar su vida a cantar y divulgar miles de versos épicos en perfecto y desigual hexámetro. No encontré respuesta. En Cefalonia, la gente no está muy dada a apoyar teorías que les puedan perjudicar con el aparato arqueológico. Sin embargo, Nikos que ni siquiera es Cefaloní, había conseguido poco a poco socavar los cimientos regios de la resistencia de los lugareños y entrar en sus aposentos autoinvitado como un intruso en un huerto. En eso, claro, había influido la “contesina”, que se había esposado siendo de familia noble campano-cefaloní de los Delaporta de Salerno.

   Gialós en Aceras.   La divina         conspiración

     Ya mencionamos la granja decadente de Critonú, que volvimos a sortear camino a Aceras. Pero sería un relato largo, larguísimo, reproducir el monólogo de Mentor sobre Santa Cecla, el valle de los reyes, el palacio de Telémaco en la colina de Críquelos y el Acrópolis de los aqueos de la Ítaca homérica. Es una pena para los hispanoparlantes no poder leer y sumergirse en las rapsodias de Mentor y sus comentarios peculiares para descubrir los secretos de la verdadera Ítaca. Es toda una teoría minuciosa y detallada que determina las fronteras, los palacios y las ensenadas de cefallines, táfios, itacenses y dulíquios en una misma isla, la más grande del Jónico. 

     Tanto le gusta hablar de su teoría a Mentor como desmenuzar en la hermosa taberna de Gialos, en Porto Aceras unas deliciosas cuchomuras, un tipo de salmonete barbado de moro chafado y ojos sobrepuestos y colocados donde si fuera un carnero llevaría sus propios cuernos.

     —¡Esa playa es mágica! —exclamó Chifae, al ver las ruedas de nuestro coche posarse justo sobre los guijarros finos de la orilla a dos palmos de las aguas aceitunadas y diáfanas de la bahía de Fórcis, donde los feacios dejaron al adormecido Odiseo antes de su última hazaña por la recuperación de su palacio y de su honor mancillado por los pretendientes.    

     Cinco años después de su lenta entrada al decaimiento y la melancolía por el padecimiento de su madre, Evita entró de nuevo, por fin, a las aguas dichosas de Cefalonia y disfrutó como nunca de los flameos y los escarceos de sus olas. Lentamente y batiendo las cañas de los pies agarrada en los brazos de Chifae, llegó hasta la línea imaginaria que había trazado Mentor para delimitar la antigua orilla de la ensenada justo a la altura donde asomaba la boca de la gruta donde los feacios depositaron los regalos y las ofrendas que le había regalado el anax feacio al rey de Ítaca. Habría que insistir algo más sobre la imponente terraza de Γιαλός y su sabor culinario, pero por la brevedad de nuestra visita sería justo pasar el testigo a Ana, que como marinera en el Jónico es una asidua de la pedregosa terraza con la vetusta baranda de madera que cuelga sobre la caleta de Φόρκυνα.

Una villa casi romana…en Lassi

20 escalones para el Paraíso

     Pillamos por los pelos el liviano, pero raudo ferry que une Lixuri con Argostoli. De esta forma, evitamos dar otra vez la vuelta del segundo más grande puerto natural del Mediterráneo, donde la flota del Gran Capitán aguardó hasta acabar con la resistencia de los jenízaros de la Fortezza de San Jorge la víspera de Navidad del 1500. El valle de los asfódelos ya los habíamos atravesado en anterior ocasión, por lo que evitaríamos encontrarnos de nuevo con las almas de Aquiles, de Agamenón y de Anticlea. Casi coincidimos llegando a Avra con Alejandro y sus hermanas, sus dos guardianas de paz. Aunque de vez en cuando, Iró le suelta algún que otro cachete, pues el quintañero sacó la energía y la vivacidad que parece le echó en la pila junto al chorro de aceite del bautizo su añorada madrina. Venía el renacuajo con tantas ganas de agua colorada que bajó los setenta y un escalones como un canguro brincando. Hasta que posó el crepúsculo sobre el toldo de Avra, no aparecieron nuestros invitados por la puerta… Estaban agotados, pero Kyani Akti una vez más, nos estaba esperando cargada de manjares. 

     El pequeño Alejandro se hizo un rasguño por el roce de la sandalia en su talón de Aquiles y parecía que iba a sufrir tanto como el héroe de los mirmidones si no le buscásemos rápido un gran helado de dos bolas de vainilla y cookies. Después de batirlo una y otra vez como si fuese un molino harinero, se bebió el brebaje, que más bien parecía un batido mantecoso que un helado, de un sorbo.

     Las noches en Grecia no tienen parentesco con ninguna otra en todo el planeta. ¿Será porque aún brilla aquella luz ancestral de la civilización que hubo más grande o porque el mar, al caer la tarde, suelta todos aquellos reflejos que había capturado durante el día y los une con la brisa mediterránea de esa singular manera transformando un espacio oscuro y sombrío en un sinfín de placidez, resplandor y armonía? ¿Será que justamente esas noches veraniegas serenas y apacibles hayan obstaculizado al virus de expandirse como en otros países europeos? ¿O acabará siendo un sueño de una noche de verano y algún día nos despertaremos con que tampoco los helenos han podido con esta maldita creación de los murciélagos y que tendremos que huir también de aquí y ya no quedan zonas libres de peligro? Mi Cefalonia ya llevaba cuatro días sin un caso. Y Mesologgi muchos más. ¿Y si nos resistiésemos un poco más en volver a Ática?

20 escalones para el Paraíso

    Una Amantis religiosa, una verdosa Mantodea, estaba posada sobre nuestra cerradura al volver al apartamento, abrazando con fuerza el bombín como si fuera su macho amante. ¿O ya se lo había zampado y solo quedaba la sensación? La Sra. María a quien le reclamé su atención para observarla, me dijo que aquí la llamaban el caballito de la Virgen. Yo prefiero su nombre poético. ¡Mántissa! Será casualidad, pero así cerraba hace ya algunos años el último capítulo de mi pequeña odisea en Odiseo y el navegante, la primera parte de los sustratos del alma:

               El epílogo, La capitulación

    El pequeño desierto en aquel lugar perdido de la mano de los dioses estaba ardiendo. Las raquíticas dunas, resecas, repletas de breñas, con finas ephedras amarillentas y mirabeles –algunas muertas, algunas moribundas– crepitaban al arrastrado paso del desesperado suplicante con el astillado remo en el hombro.

     Cayó en cuclillas, depositó el remo delante de sus sandalias e inclinó la cabeza hasta doblarse y besarlo con la punta de la nariz. Una sacudida agitó su maltratado pecho, y su rostro se arrugó en desaprobación o arrepentimiento. Sin ni siquiera esperarlo él, una grave lágrima agrietada por la ardentía y húmeda como la entraña del mismísimo desierto se precipitó lentamente y se desparramó sobre el cuerpo alargado y ocre de una ilusoria y asombrosa ¡Mantodéa!

     El hombre de la guadaña le levantó la cabeza, le arregló la barba y se la hizo inclinar sobre su propio mentón. Estiró el brazo con firmeza.

          –¿La lágrima es de arrepentimiento? –preguntó a Ulises, por si fuese su última inquisición.

     –¡La lágrima es mi lágrima!

 

20 rosas rojas

     Nos faltan tres días más en la isla hermosa. Y seguro que sucederán cosas. Sin embargo, lo más emotivo fue esta noche con la puesta del sol, cuando su ahijado agarró con fuerza y arrojó a las aguas templadas de la calita de los cormoranes un enorme ramo de veinte rosas rojas, ofrenda a la madrina más generosa que conoció esta generación. Evita tuvo conciencia de que aquella brisa que sopló de repente perfumada de orégano, sal y vainilla le era muy familiar y la saludó con el signo de victoria, pues ahora estaba segura de que no la había perdido, sino que estaría siempre envuelta a su alrededor como un manto invisible.

     «¿Pero el aroma? El aroma la delataría», pensó y se le escapó una sonrisa plácida y complaciente que la cámara de Sócrates captó por suerte.

     Lo aleatorio se había hecho asintomático, como la mutación de este virus persistente que sigue nuestras huellas para acobardarnos. Pues se ha equivocado de par en par.    

     Ahora Evita, ¡ya no tenía miedo a nada! Quizás yo, sí.

     Ya que estaba acabando nuestra aventura en el reino de Ulises pensé en adaptar el final del libro y actualizarlo. Primero en español. Y luego en griego. ¿Por qué si no se titulaba mi blog Bilinguay?

 

                Primer epilogo, 3ª capitulación

                El pequeño desierto en aquel lugar perdido de la mano de los dioses estaba ardiendo. Las raquíticas dunas, resecas, repletas de breñas, con finas ephedras amarillentas y mirabeles —algunas muertas, algunas moribundas— crepitaban al arrastrado paso del desesperado suplicante con el astillado remo en el hombro.

     Cayó en cuclillas, depositó el remo delante de sus sandalias, inclinó la cabeza hasta doblarse y besarlo con la punta de la nariz. Una sacudida agitó su maltratado pecho, y su rostro se arrugó en desaprobación o arrepentimiento. Sin ni siquiera esperarlo él, una grave lágrima agrietada por la ardentía y húmeda como la entraña del mismísimo desierto se precipitó lentamente y se desparramó sobre el suelo…

     ¡Sacó la vieja oxidada pistola del zurrón y se desparramó los sesos sobre una ilusoria y asombrada Mantodéa!

                            

¡Como los poetas malhadados! Con una bayard piper

Primera prueba fallida,…luego

               Εκείνη η άγονη γη, δίχως σχεδόν απομεινάρι βλάστησης, σ’ εκειό τον άγνωστο τόπο παρατημένο απ’ την έγνοια των Θεών, πύρωνε απ’ τη λάβρα. Οι αχαμνές θίνες, κορακιασμένες, σκεπασμένες μ’ ελάχιστα ανεμικά χαμόθαμνα και κάρδους, με φίνες εφέδρες κιτρινισμένες σαν το χώμα, φρύγανα κι αριά δειλινά ωχρά κι απολιθωμένα, τσακιζόταν τριζοβολώντας κάτω απ’ το σερνάμενο βήμα του στηθοδαρμένου ικέτη με το πελεκημένο κουπί στον ώμο…

     Σωριάστηκε ο Οδυσσέας στα  γόνατα, ακούμπησε το κουπί μπροστά απ’ τα σαντάλια του κι έσκυψε το κεφάλι ίσαμε να κουβαριαστεί και να το φιλήσει με την άκρη των χειλιών. Ένα φτερούγισμα ανατάραξε το αγλύκαντο στήθος του και σούφρωσε το πρόσωπό του σ’ αποδοκιμασία ή μεταμέλεια. Χωρίς καν το νοιώσει, ένα ανεχτίμητο δάκρυ, ραγισμένο από το λιόκαμα και νοτισμένο σαν τα σωθικά της ίδιας της ερήμου γλίστρησε αργά απ’ τα βλέφαρά του και σκορπίστηκε με βία πάνω στο ξερό χώμα!

     Έβγαλε το παλιό οξειδωμένο εξάσφαιρο από τη θήκη του, και σκόρπισε τα μυαλά του πάνω σε μια απατηλή κι εκστασιασμένη Μάντισσα!

 

                                    F I N

                             El 20 de agosto, veinte rosas rojas tiene.

¡Hora de tomar el ferry, για το τσιμεντένιο Άστυ!


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