Son los eslóganes de esos días de confinamiento, de incertidumbre, de miedos y de falsos arrepentimientos: “¡Nada va a ser como antes!”, “¡el mundo no va a ser el mismo!”, “¡nada va a ser igual cuando todo pase!”… ¡Y un cuerno! Cuando se dice que va a cambiar todo ¿se refiere al mundo material? ¿A la naturaleza? ¿A la aparición de más o menos virus? ¿De más o menos guerras? ¿O al deterioro definitivo del planeta y el agravamiento del cambio climático? Si es así, entonces mis disculpas por precipitarme y resultar un faltón. Pero si se refiere a que el mundo “va a cambiar”, el que “nunca va a ser el mismo”, o a que “es el ser humano”, entonces me permiten que vuelva a exclamar más fuerte: ¡Y un cuerno! ¿Pero cuándo ha cambiado el hombre?
El recién concluido siglo XX albergó dos guerras mundiales con un total de 35 millones de soldados muertos y casi el doble de civiles. El balance de heridos tiene números paralelos. Y luego, hubo guerras civiles en casi todos los países con innumerables víctimas entre conciudadanos.
En los años 1918 y 1919, la denominada gripe española aniquiló entre 30 y 60 millones de personas (Cómo ven, los números son tan dispares como en la situación actual). Las epidemias del Ébola en África, el cólera en Sudamérica, las difterias, las influenzas en Oceanía y en Honk Kong aportaron a las morgues unos cuantos millones más. Y el asesino cruel del sida se calcula que nos privó de más de 30 millones de seres y dejó una multitud de enfermos crónicos, entre los que se incluyen un sinfín de famosos personajes.
El Zika, el SARS, el MERS y demás epidemias siguen latentes en nuestra sociedad actual matando y mutilando a gente diariamente. Según la OMS, se superan anualmente los 650 mil muertos en el mundo solo por la gripe estacional. Y dejo a los historiadores contemporáneos que calculen el definitivo balance de las guerras que empezó la saga de los “Bushes” o las matanzas de los dictadores de los pueblos reprimidos en Asia y África, amén de las víctimas inocentes de los fundamentalismos y de los fanatismos religiosos. Y, ¿después, ha cambiado algo?
¿Aún piensa alguien, que después de doblegar al coronavirus, después de que caigan las penurias económicas por enésima vez sobre los más débiles, después de que empiecen de nuevo los torneos de “futebol” con sus multimillonarios actores, después de que los políticos se vuelvan a la desenfrenada carrera del poder a través de la calumnia, después de que volvamos a la “normalidad” este mundo va a cambiar? ¿A mejor? ¿Pero no observaron que las guerras civiles han llegado en su mayoría después de las grandes guerras? ¿No se acuerdan de que los ajustes de cuentas y las venganzas sucedieron a los grandes conflictos? ¿O alguien cree que al acabar este conflicto los políticos y sus seguidores se darán la mano y perdonarán sus fallos en la gestión de la crisis? ¿No nos enseñó la historia que el carácter de los hombres no cambia a mejor por los grandes acontecimientos, por las grandes batallas, por las pandemias, por las manifestaciones, por los rezos en las iglesias y por las promesas de los políticos, sino que es individual e indivisible y que solo cambia dentro de cada uno de nosotros? ¿Solo se manifiesta uno como es después de las catástrofes, pues durante estas está agazapado detrás de sus miedos, acojonado por si le pasa a él, fingiendo el arrepentido con su pasado, presentándose magnánimo para el futuro y erigiéndose en perdonavidas hacia los más “débiles”? Y dije, se manifiesta como es, no dije que haya cambiado…
¿Y entonces esperáis a que yo, aún a través de este grito, os pueda ayudar y aconsejar en cómo podemos —por fin— cambiar nosotros para cambiar el mundo? ¿Para que el mundo no sea el mismo después de que todo pase? ¡Y un cuerno! Si yo soy el más débil. El que más miedo tiene. El más incrédulo. El menos magnánimo. No tengo fe, pues no soy creyente y no soy valiente para cambiar a deshora y para qué. Soy egoísta y no aprendí de mis errores. Soy testarudo y no creo en los políticos. Soy inseguro e inmunodeficiente por tanta falsedad. Soy vengativo y desconfiado. Soy como todos. Soy uno más. Soy un humano. Ese humano que quisiera que nada sea igual después de que pase todo, pero que en el fondo no se lo cree. ¡Ni de coña!
Articulo para el periódico Aixmi en griego