¡Qué bien que los catalanes vengan de los Godos!
¡Qué bien que los catalanes vengan de los Godos! O los inexistentes indoeuropeos. ¡Ojalá! ¡Porque entonces descartaríamos que vengan de los griegos! Después de diez siglos de presencia helena y un artículo* sería una pena que aun existiesen descendientes de Helenos transformados en racistas, xenófobos, huraños y supremacistas, en una tierra que gozó -de las primeras-, el privilegio de civilizaciones tan avanzadas como la Helena y la Romana…
Qué bien que esta tierra estuvo ocupada de los civilizados y cultos godos y no se vio impregnada del nefasto hedor de los indeseables africanos como el resto del territorio durante ocho siglos y así se libró de descubrir, el arte, la navegación, las ciencias exactas, el jabón y la ducha y la influencia de los astros, aparte de una rica gastronomía que aun destaca por encima de la de los parcos cruzados, raza en donde ellos desean fervorosamente pertenecer.
Cuando Venus puso la señal en tierras del nordeste ibérico y trazó la línea hasta el sur de Levante para indicar a los colonos Helenos donde tenían que habitar y predicar las bondades de la democracia, la justicia y la cultura, parece que, según algunos modernos pensadores de este territorio, se olvidó a blindar el máximo pensamiento y máxima bondad del espíritu olímpico. ¡La filoxenia!
¡En verdad la palabra decayó –quizás con la llegada de los civilizados godos!- y acabó significando hospedaje, acogimiento, alojamiento e incluso, la más cercana: obligada hospitalidad. ¡Sin embargo, su significado original es lo contrario a la xenofobia! Al suprematismo. Al racismo.
Filoxenia (Φιλοξενία) o Xenofilia -que no xenofobia- significaba desde la época de Homero, y hasta hoy, en el idioma heleno: Practicar la virtud de la hospitalidad hacia el desconocido, el forastero, el diferente. Abrirle tu casa, darle de tu pan, cederle tu cama, y respetar su diversidad. Mantener una postura amistosa y honrosa hacia el ξένο (foráneo, extraño, ajeno) y que ella conduzca irremisiblemente a su acogida y amparo…
Para el hermanamiento y la hospitalidad hacia tu propio convecino, amigo, conciudadano, similar, correligionario, compatriota y coterráneo la palabra es un pleonasmo, casi sobra. Se hace obligación y civismo. Pacifismo y armonía. Convivencia y respeto. Bandera y escudo. ¡Y no canibalismo racial y odio xenófobo entre iguales! Entonces Zeus hubiese quitado su sobrenombre de Ξένιος (Xenio) de defensor de la hospitalidad hacia los extraños y hubiese adoptado el apodo anhelado por el mismísimo Himmler: ¡Zeus el Godo! Y en vez de ser el pacificador de todos los catalanes lo nombraríamos protector solo de los catalanes “arios”, y como el azote de los “proafricanos”, y morenos catalanes, procedentes del resto de España o fruto de tal inmoral y reprobable mestizaje.
Siempre hubo diversidad de razas o supremacía imperial, armamentística, demográfica, y hasta cultural, en alguna de las eras de la humanidad. Pero esta nunca tuvo tanto que ver con el color de los integrantes, la altura, la tez, los hábitos, o la situación geográfica, y cualquier otra razón que no pasase por el mejor y mayor desarrollo de los activos del propio territorio, las riquezas naturales, la ciencia y la tecnología. Así sucedió como para que pueblos tan dispares -o no tanto si hubiese la mínima veracidad de que muchos de ellos tenían algún vínculo relacional o de parentesco con los helenos-, como los Hititas, egipcios, Romanos, y en la era moderna soviéticos o norteamericanos entre otros, destacasen por encima de los demás. Afortunadamente la pretendida supremacía de las razas arias, de nazis y lictores, de cruzados y vikingos, germánicos y godos, nunca pudo derrotar la cordura, o como pregonan todos los catalanes arios o no, ¡el bendito seny!
*Anterior artículo en bilinguay.com
“Cataluña es griega”